Las cifras en Cataluña son alarmantes. De hecho en cuanto al contagio y a las transmisiones nos situaríamos igual que en el período más crítico de la pandemia, en los meses de marzo y abril del año pasado. La diferencia radical es que la afectación sanitaria y la mortalidad no tienen nada que ver. La vacunación actúa como sólida barrera ante la Covid-19, por lo que los grupos de población que sufren las patologías más agudas, los de más edad, están protegidos. Pero este hecho no significa que lo que nos pasa sea inocuo. Primero, porque la abundancia de casos hace que a pesar de que la letalidad sea menor, ésta existe. El 1 por mil de personas infectadas termina ahora en la UCI, y esto explica que poco a poco vaya ingresando gente joven, y uno de cada 100 necesita intervención hospitalaria. Si los casos se cuentan por decenas y decenas de miles y eso no se interrumpe, no se producirá el colapso de los hospitales, pero sí habrá un goteo constante de ingresos y de muertes en último término.
Pero no se trata sólo de la mortalidad. Esta nueva ola disparada en Cataluña tiene muchas consecuencias. Concretémoslas:
- La saturación de los CAPs. La baja afectación hospitalaria tiene como contrapartida la saturación de los CAPs, que es donde las personas generalmente jóvenes con síntomas, que al mismo tiempo ya están muy cargados por los tests, la vacunación y la atención a todas las patologías que no son Covid. Este problema se produce además en puertas de las vacaciones de verano que puede agravar aún más la situación.
- La falta de atención a las otras patologías. Sólo hay que pensar que en 2019 los CAPs, que ya sufrían dificultades para atender bien a la población, tenían un empleo «0» en materia de Covid-19 por la sencilla razón de que no existía. Si entonces ya estaban excesivamente sobrecargados para atender bien al conjunto de la población (que recuerda las visitas de escasos minutos, las colas para acceder a un especialista o una prueba médica), ahora todo eso está copado en gran manera por la Covid. Consecuencia: esta nueva ola llueve sobre mojado y castiga gravemente a los que sufren otras enfermedades. Y esto significa retrasar las curaciones, más sufrimiento, más invalidez, más períodos sin ir a trabajar, más defunciones. Este aspecto de la cuestión, los medios de comunicación no lo hacen aflorar y es un coste importantísimo de la Covid, incluso cuando esta directamente mata menos,como sucede en el actual escenario.
- Los enfermos de Covid que tardan mucho en recuperarse. Aquí hay otro punto de afectación importante. Que el test dé negativo no significa en determinados casos que esa persona se haya recuperado y pueden pasar semanas, incluso meses, y necesitar una atención médica y farmacológica específica. Cuanto más enfermos de Covid tengamos, más se hincha esta bolsa y sus efectos sobre la salud de las personas y la economía del país.
- La Covid leve también distorsiona la actividad económica. La necesidad de hacer cuarentenas por haber entrado en contacto con personas con Covid a pesar de estar vacunado determina que se produzcan disfunciones en la práctica laboral y este otro aspecto actúa negativamente sobre la recuperación económica.
- Pone gravemente en riesgo la temporada turística. De momento alemanes y belgas ya han recomendado que no se viaje a Cataluña, y esto significa un golpe importante de cara a la temporada de verano que se puede extender a otros países si el incremento de casos continúa.
La razón de la propagación parece clara: la población joven no vacunada, más el relajamiento en las medidas de seguridad que el discurso del gobierno Sánchez ha estimulado una vez más, presentando como el fin del problema lo que sólo era un nuevo episodio, como ya hizo desgraciadamente en julio pasado, más la práctica de este ocio masivo y descontrolado que es el botellón. Esta es una práctica extendida en muchas ciudades, pero que en Barcelona toma una dimensión y una regularidad insólita. Esto significa que hay una cultura que estimula este hecho y ha generado un tipo de joven y de adulto joven que es insensible a las consecuencias sociales de sus comportamientos. Primero es su ocio, su diversión, su alcohol, su relación, y el resto no cuenta. Hay por tanto un problema de fondo grave que ahora se manifiesta con el caso de Covid, pero que tiene muchas ramificaciones, tal vez menos evidentes, pero también nocivas.
Ante todo esto, la incapacidad del Ayuntamiento de Barcelona para abordarlo con solvencia es, una vez más, notable. Como lo es el discurso del nuevo consejero de Salud, Josep Maria Argimon. No puede ser que el responsable de velar por la no propagación de la Covid se dedique a avisarnos y alertarnos de los males que provocan aquellos comportamientos antisociales. Él, como profesional de la salud, sabe perfectamente que su misión no es narrar la jugada, ni producir, en primer término, en segundo seguramente sí, discursos éticos, sino que tiene que aplicar medidas que impidan la propagación de la pandemia. Y hasta ahora hay que decir que ha fracasado rotundamente. No necesitamos bomberos que nos avisen de que en verano hay riesgo de incendio en el bosque. Necesitamos profesionales que lo impidan y que si se produce, lo controlen rápidamente.