La operación Illa, que puede salir bien al PSOE, pero que incorpora el gran riesgo de situar la gestión de la pandemia en el centro del debate electoral, tiene como principal pretensión crear las condiciones para que se pueda reeditar una nueva versión del tripartido en un formato diferente. Illa se presenta como persona que opta a la presidencia de la Generalitat, pero esta pretensión no expresa la estrategia profunda de la campaña de los socialistas, que saben que es muy difícil quedar en primer lugar. Lo que intentan es estrellar el acuerdo obligado entre ERC y JxCat a base de que el PSC se sitúe en segunda posición y Pere Aragonés obtenga la victoria, pero con unos resultados débiles. Entonces todo estaría preparado para la formación de un gobierno de ERC y Comuns con el apoyo parlamentario del PSC,que sería, según sus cálculos, la segunda fuerza en el Parlamento. Este planteamiento facilitaría el gobierno de Sánchez porque convertiría a ERC en un aliado estructural de la gobernabilidad española a cambio de gobernar con la ayuda socialista en la Generalitat.
A estas alturas de la película está bien claro que sólo JxCat apuesta por la independencia pura y dura, la de forzar la vía unilateral, porque todos los demás que profesan más o menos la teoría de la independencia lo hacen habiendo renunciado fácticamente a ella. Es el caso de ERC que matizadamente cada vez va sustituyendo más el discurso del estado independiente por el de la república sin adjetivar. El PDeCAT es partidario de un referéndum pactado, que es la misma carta que juega ERC con otro nombre más «emotivo»: hacer aceptar al estado «el derecho a la autodeterminación», que es el mismo pacto dicho de otra manera. Y no digamos ya Marta Pascal y el PNC, que aún tiene que recoger las firmas necesarias para poder presentarse, y sitúa en un tercer plano la independencia y en un primer plano el concierto económico.
Todo ello, discursos al margen, y ERC lo sabe perfectamente, significa que salvando imponderables de la historia, la independencia ha desaparecido de los objetivos políticos de todos los partidos excepto de JxCat. Porque asumir el pacto significa necesariamente llevar a cabo una reforma constitucional que permita el referéndum de autodeterminación que piden Aragonés y Junqueras, porque la Constitución actual no lo hace posible.
Este objetivo significa en primer lugar disponer de suficiente mayoría en el Congreso para acordar la reforma, y se trata de una mayoría cualificada que es difícil de alcanzar, por no decir imposible, con el PP en contra. Una vez aceptada la propuesta de reforma, el paso siguiente es aún más complicado: hay que convocar un referéndum en toda España y ganarlo. Es decir, hay que conseguir que la mayoría de votantes españoles acepten que las CCAA en general, o algunas de ellas en particular, puedan separarse si así lo deciden en una consulta. ¿Es imaginable el triunfo del «sí» en toda España? Más cuando una parte, no pequeña, de ciudadanos de Cataluña harían sentir su voz a favor del «no» a aceptar la reforma, lo que provocaría una presión adicional, por si fuera necesario en el electorado español. Se pondría de relieve, las encuestas lo harían, que como mucho sólo la mitad o un poco más de los catalanes están por la independencia, y obviamente eso aún haría más inviable un difícil voto afirmativo de la sociedad española. Todo ello sin considerar los poderes del estado. ¿Podrían la monarquía, el ejército, la justicia aceptar esta hipótesis? Pero a pesar de ser todo muy difícil, superándolo no sería todavía suficiente, porque habría que ir todo seguido a unas elecciones constituyentes y ganarlas claramente.
En este contexto es evidente que sólo la carta de la confrontación directa y de forzar la mano del estado, es la que permite racionalmente pensar en obtener la independencia porque el problema que crearan será demasiado grande como para no hacerle caso. Esta vía, que es la de JxCat, presenta toda otra serie de dificultades para su realización y es que el sueño de la razón, como pintó Goya, crea monstruos. Pero lo que sí es evidente es que quien quiera realmente la independencia acabará dando su voto una vez más a Puigdemont.
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