Si de la letra bajamos a las cifras, veremos que desde la desaparición de Convergència, Catalunya es un país que tiende a una creciente desestructuración política. Ahora, en el Parlamento, a pesar de la desaparición de Cs, están representadas 8 fuerzas políticas duramente enfrentadas entre ellas. El ganador, el PSC, ni siquiera llega al 28% de los votos y eso da idea de la atomización política que sufrimos.
Entre independentistas y no independentistas los bloques siguen siendo muy parecidos. 43,7% los primeros y 46,7% los segundos, con un 5,8% de los Comunes porque son un alma pura que está en el limbo y no acaba de caer hacia uno u otro lado. En la división izquierda-derecha, la primera gana con cierta ventaja, pero nada contundente, 51,3% contra 44,3%. Pero lo que llama la atención es que dentro de cada bloque los enfrentamientos serán irreductibles. Por un lado, PSC y ahora ERC y, por otro, Comuns y la CUP. Por el lado de la derecha ocurre algo parecido, Junts está lejos de Vox, y el PP de Aliança Catalana.
Por otra parte, la participación no es para echar cohetes. No es que haya sido mucho más baja que en otras ocasiones, pero está claro que por las razones que sean ir a votar por el Parlament de Catalunya no mueve pasiones. Porque un 57,9% de participación es poco, muy poco. Más si hay estos grandes antagonismos en juego: extremas derechas y extremas izquierdas, amenazas populistas, independentismo y constitucionalismo, una lengua catalana que se desliza y la pretendida imposición del catalán a todos. De antagonismo tantos como desee, de calenturas también. Pero los votantes más bien tienden a ser escasos.
Y ahora, con este panorama tenemos urgencias graves, unas que lentamente alteran radicalmente el país, como la inmigración, la nula natalidad y el envejecimiento. Otras, que estallan de repente como aparentes cisnes negros, que en realidad son fruto del mal gobernar, como la sequía, o ahora la grave afectación de Cercanías.
Con ese panorama la incertidumbre por el nuevo gobierno es total. ERC ya ha declarado que se va a la oposición y, por tanto, no parece factible el tripartito. Puigdemont quiere ser presidente y Sánchez le necesita en Madrid. El voto de partidos de disciplina española es mayor que nunca y además las elecciones europeas son dentro de 4 días y significan el examen de reválida de Sánchez, que fue clamorosamente derrotado en Galicia, salvó los muebles en el País Vasco, ha ganado con éxito en Catalunya, pero la resaca del triunfo puede ser peligrosa. De ahí que las elecciones del 9 de junio contribuyan a su finiquito o le den larga vida política.
En todo caso, sumado y debatido desde una perspectiva catalana, la evidencia señala una situación política de la que poco cabe esperar que sea capaz de resolver sus necesidades, amenazas, oportunidades y retos que tiene como país.
El problema político y colectivo de Catalunya es que no hay un proyecto suficientemente compartido. No hay un espacio político suficientemente grande capaz de generarlo, ni una cultura que cohesione y genere responsabilidad colectiva con fuerza para propiciarlo. Ha desaparecido todo horizonte de sentido, haciendo más evidente el porqué de la hoguera del proceso. Mucha gente quería ese sentido colectivo, y pareció que era posible y además fácil, porque así lo explicaron en una independencia exprés. Todo esto ya se veía que era un castillo construido en la arena, pero para muchos era demasiado bonito para querer reconocerlo.
El resultado es el que es y parece que, una vez más, o Catalunya vuelve a rehacer su propósito compartido o posiblemente de ésta no va a salir adelante, porque hay tres hechos que cambian radicalmente la historia precedente. Uno, el gran potencial español que tan bien expresa Madrid. El riesgo de que retrocedamos siglos y en lugar de ser punteros pasemos a ocupar puestos subsidiarios en la política y la economía española.
La otra característica es una gran inmigración. No es novedad para Cataluña, pero sí lo es por su dimensión numérica y dificultad de integración. Y por si fuera poco, fenómenos de globalización y cambio y ruptura tecnológica, pérdida de claridad también de lo que significa Europa. En definitiva, un cuadro muy marcado por cuya incertidumbre no podemos extraer demasiadas referencias que nos orienten. Y este hecho también señala una gran novedad en relación a nuestro pasado, en el que encontrábamos en el exterior objetivos que nos ayudaban a definir el propio camino.