¿Cuáles son los políticos catalanes más importantes del siglo XX, los tres, cuatro o cinco más destacados?
Para determinarlo con una dosis razonable de objetividad, deberíamos señalar algunas condiciones que permitieron indicar la causa de su importancia.
Aporto cinco factores de esta naturaleza que contribuyan a la determinación de estos políticos fundamentales para la historia de Cataluña del siglo XX. Se trata de la obra realizada, de su solidez, de su importancia, de cómo y en qué medida ha conseguido cambiar aspectos de la realidad catalana. Pero también hay que considerar los intangibles, las ideas, la concepción sobre el país y su sociedad, sobre las personas que lo habitan. Y, cómo no, la gestión, el cómo se afronta el día a día y el largo plazo y cómo se resuelve.
Si se trata de personas de gobierno esta cuestión es fundamental, fue por ejemplo la gran debilidad de Pasqual Maragall cuando alcanzó la presidencia de la Generalitat, cuando en lugar de consolidarla se convirtió en flor de un día.
Y aquí interviene un cuarto factor, la duración, el período de tiempo en que nuestro político permanece en un lugar destacado de la escena. Finalmente, su legado, qué deja para la posteridad que contribuya al bien de Cataluña.
La aplicación de estos cinco criterios conduce a situar tres nombres muy por encima de todos los demás. Se trata de Prat de la Riba, Francesc Cambó, y Jordi Pujol. Son tres personas que han incidido poderosamente en la política, las ideas, y, por tanto, la cultura de su tiempo, y han dejado un legado, en tanto en cuanto ellos y lo que hicieron, constituyen referencias necesarias de toda acción política, de toda construcción de país y de gobierno.
Naturalmente, esto no significa que no existan zonas oscuras, contradicciones, errores y defectos propios de la condición humana, pero se trata de trayectorias largas, coherentes y positivas, muy positivas en su conjunto.
Pues bien, lo primero que salta a la vista de estos tres grandes políticos es que todos ellos pertenecen al ámbito de la derecha o, si se quiere en el caso de Pujol, del centro derecha, pero creo que la idea de fondo está clara con la calificación que practico. Esto significa, a su vez, que las grandes realizaciones de Cataluña se han efectuado desde aquellas perspectivas políticas, todo ello sin minimizar el establecimiento de la Generalitat republicana y el primer Estatuto de autonomía, que nos permitiría situar en términos más controvertidos, pero razonablemente objetivos, a Francesc Macià, más, sobre todo, por su valor de símbolo que por su gestión y obra concreta. Pero Macià, no nos engañemos, no era un hombre de izquierdas, su concepción política queda bien expresada en el partido que constituyó, Estat Catalá que, si bien formó parte de la heterogénea e inicial Esquerra Republicana, tenía un ideario esencialmente separatista y, en algunos aspectos, de corte autoritario.
El lema síntesis de Macià en las elecciones que lo llevaron a la victoria, enmarca perfectamente su concepción de la política, situada entre la menestralía y la pequeña burguesía. La idea de la “caseta i l’hortet”, como ideal de vida catalana, poco tiene que ver con una concepción de izquierdas. Y ello explica por qué estas nunca han sentido interés en reclamar con un mínimo de intensidad su figura.
Si de estos precedentes saltamos a la realidad actual, constataremos que hoy sucede todo lo contrario. El panorama político catalán, desde la autodestrucción de Convergencia, con una constancia propia de un hormiguero, está en manos de la izquierda y de un grupo social muy concreto que lo lidera, la progresía, una mezcla heterogénea de dirigentes económicos y empresariales, de profesionales de la comunicación y de la cultura y de rentistas de rentas públicas. Este constituye el núcleo que consigue que una mayoría relativa de la población les vote. Y se expresa a base de tres vehículos políticos: Esquerra Republicana, que gobierna en la Generalitat, los Comunes que lo hacen en el Ayuntamiento de Barcelona, y los Socialistas que tienen, como siempre, como principal bastión el Gobierno de España y, como un elemento colateral, la gran Diputación de Barcelona. Todo lo que sucede desde el fin del Gobierno convergente gira en torno a estos ejes, esto quiere decir el Siglo XXI
Se afirma, y con razón, que el Procés ha destruido o degradado capacidades e instituciones fundamentales de la vida catalana, empezando por la capacidad de la propia Generalitat, Gobierno, Parlamento, y grandes instituciones que dependen de ellos. Pero esto, que es cierto, es solo una parte de la historia. En realidad, el problema de fondo es otro. Se trata de que la triada progresista es la que ha hecho cultural y políticamente Cataluña básicamente en lo que va de siglo, con unos resultados que, contrastan, por negativos, con los que Cataluña hizo en el siglo pasado.
Por descontado, cuando recuperó la Generalitat, pero también incluso bajo el franquismo, consiguió logros importantes, y no fue el menor de ellos convertir a Barcelona en lo que hoy ya no es, la co-capital de España, y a Cataluña en algo que también se ha deteriorado mucho, su motor industrial y una de las grandes áreas industriales de Europa. También, incluso bajo el franquismo, prosperó una creatividad cultural de alto nivel, de la que hoy estamos huérfanos, como Joan Triadú dejo escrito en sus Memòries d’un segle d’or.
Es evidente que en estas líneas no pretendo establecer un balance; solo son unas pinceladas expresionistas. Sirven para mostrar mejor la realidad. Y esta no es otra que todas aquellas grandes concepciones sucedieron bajo visiones de derecha, con una visión conservadora de la vida, pero al mismo tiempo capacitada para tener sensibilidad hacia la justicia social y el progreso técnico y científico. Estas son las bases sobre las que hemos construido Cataluña, y son las que hoy han desaparecido del panorama político.
Las encuestas se encargan de señalar que el futuro continuará en el mismo sentido y, por tanto, ya podemos esperar lo que va a suceder.
En el contexto europeo este escenario es una anomalía. Nunca Cataluña ha sido menos europea que ahora en términos políticos, y ésta es otra característica que hay que señalar. Y aún queda otra más, de extraña singularidad: la que exhiben aquellas personas del mundo empresarial, que tienen planteamientos liberales en lo económico y que consideran al Partido Socialista como el partido que dota de estabilidad y buen gobierno a nuestro país.
Son personas que habitan en organizaciones que se ven a sí mismas como la élite del mundo empresarial, el Cercle d’Economia, sectores del propio Foment del Treball.
Valdría la pena analizar con más detalle esa sociofilia de parte de nuestros directivos y empresarios, que corre paralela a la autodestrucción de la burguesía catalana y su absoluta carencia de liderazgo. El socialismo ahora más que nunca, pero ya desde hace bastantes años, digamos desde Zapatero, forma parte del problema de la autodestrucción de la sociedad y no de su solución.
Desde hace unos años hay intentos reiterados por parte de pequeños grupos de reconstruir un espacio central, algunos con la mirada puesta, sobre todo, en la desaparecida herencia convergente, otros más situados en la necesidad de superar el problema del Procés, y la diferencia entre quienes valoran autonomía, pero no desean la independencia y quienes no la descartan, pero no plantean su viabilidad. Todo esto hasta ahora ha fracasado, y no solo ha sido así, sino que además han sido siempre los mismos personajes dando vueltas en un pequeño espacio, en un círculo cerrado, sin ningún interés en movilizar a la gente, en llevar sus ideas a la calle, en atraer a nuevas personas a la política, no para que les sirvan a ellos, sino para que protagonicen el nuevo periodo.
Todos estos intentos bien intencionados, reiterarán su fracaso una y otra vez, porque no se puede pretender hacer un cesto nuevo y mayor con el mimbre de siempre.
Es necesario construir una nueva fuerza que esté bien anclada en nuestra cultura y tradición, en nuestra experiencia política, pero que proyecte su visión, su manera de funcionar, su capacidad regeneradora de la política, que defina el qué hacer y la organización en términos de futuro y presente. Y, para ello, lo que se necesita son personas nuevas, que no vayan por el mundo con la idea del cargo que desean. Aquellos que dicen que quieren ir a las elecciones municipales para ser alcalde, pongamos por caso, pero al mismo tiempo declaran que si pierden no piensa continuar en el ayuntamiento, no interesan porque no poseen las virtudes necesarias para construir un nuevo proyecto.
Necesitamos una sabia combinación entre personas jóvenes con vocación de servicio y de transformación y sin ambiciones políticas cainitas, junto con otras de más edad y de probada solvencia, que no ambicionen cargos políticos, sino solamente crear las condiciones para que surja la nueva alternativa joven.
Esta es la tarea y hay que empezar a construirla desde ahora mismo, aprovechando día a día, mes a mes, aquellos hechos que la favorecen, y esto significa aprovechar también las elecciones municipales para generar el primer empujón de la Nueva Vía.