Si quisiéramos dar una versión ligeramente sesgada de la situación, podríamos decir que los datos sobre la seguridad en Cataluña son mejores que la percepción que tiene la población. Formulado así estaríamos expresando una realidad más conveniente al poder político, que la otra realidad que es que existen territorios y toda una tipología de delitos, precisamente aquellos que generan más alarma, que crecen.
De acuerdo con los datos del ministerio del Interior, comparando el primer semestre de 2023 con la media del período 2016-2022 (que no considera 2020 y 2021 por la anomalía generada por la covid) podemos constatar que en la zona con mayores delitos de Cataluña, si bien esto hay que matizarlo, que es Barcelona, no se ha producido un incremento de la delincuencia. Más bien se redujo con un valor ínfimo, un 0,6%.
En conjunto Cataluña y Madrid son, por detrás de Baleares, los territorios con más delitos por 1.000 habitantes, con valores que se sitúan respectivamente en 36,3, 36,75 y 39,57. Y es en este contexto que Barcelona es la que presenta en el marco de Catalunya una tasa de delitos ligeramente mayor, de 37,03, pero prácticamente la misma que la de Girona. Aquí la diferencia sensible se da con Lleida, porque sólo registra 23,81 delitos por cada 1.000 habitantes.
Pero estas cifras deben ponerse en contexto. Primero, porque estamos hablando de delitos sin discriminar, donde abundan los hurtos y robos sin violencia que son motivo de una alarma social modesta, al menos hasta que no sobrepasan una determinada masa crítica. El segundo factor es que la mayoría de los delitos, sobre todo los leves, como los citados en la frase anterior, no se denuncian. Por tanto, hay una dimensión oculta que, si es muy grande, presiona sobre el estado de opinión de la gente, aunque no aparezca en las estadísticas. Un tercer factor es que este escaso crecimiento o incluso decrecimiento del delito, tiene excepciones. Por ejemplo, en L’Hospitalet de Llobregat ha aumentado un 18,5 y es la segunda ciudad de Catalunya en dimensión y también en delitos por cada 1.000 habitantes en el primer semestre de 2023.
De enero a junio de este año, en la capital catalana se han producido 80.755 delitos y esta cifra da ya una idea de la amplitud del fenómeno. La combinación de una gran ciudad y un turismo masivo tiene consecuencias sobre las condiciones de seguridad.
Las infracciones penales de todo tipo en Cataluña en el segundo trimestre de este año han alcanzado la cifra de 243.452. La cifra más alta al menos de la última década y éste no es un buen indicador. A pesar de que los homicidios afortunadamente no son una característica de nuestra criminalidad, también en el segundo semestre del año se registró una cifra importante, en comparación con el período anterior, 36 homicidios y asesinatos, la segunda mayor magnitud de esta década .
Lo que sí ha disminuido en relación al inicio en 2012, son los robos con violencia. Hemos pasado de los más de 15.000 en ese año (segundo trimestre) a los 11.782 del segundo trimestre actual, si bien la tendencia es a aumentar. También se ha experimentado una reducción en los robos a domicilio en relación al período álgido que se dio entre 2016 y 2019, si bien la tendencia también marca un repunte al alza.
Y donde las cifras son plenamente malas, tanto en valores absolutos como en tendencia, es en el tráfico de drogas, que crece ininterrumpidamente a lo largo de esta década y ha pasado de las 958 infracciones en 2012 a las 2.210 de la actualidad. Aquí es necesario hacer un subrayado. Catalunya tiene grave problema en tráfico de drogas y va a más. Y si no se remedia, el fantasma holandés planea sobre nuestra sociedad. Este fenómeno delictivo es provocado por la convergencia de dos hechos distintos. Uno, el cultivo y tráfico de marihuana. Las explotaciones de esta planta en las zonas urbanas y rurales crece, da pie a un negocio en aumento y también a enfrentamientos cada vez más violentos entre grupos. El segundo factor es el desplazamiento del tráfico de hachís desde las costas de Andalucía hacia las costas catalanas por la presión que las fuerzas policiales desarrollan en ese territorio.
Junto a las drogas, sin duda existen tres tipos de delito que están en el alza en nuestro caso y que generan una gran alarma. Uno es el aumento de peleas y apuñalamientos que implican sobre todo a población joven. Ahora mismo ha habido una manifestación muy nutrida en Manresa protestando por los distintos tipos de altercados violentos que generan daños en tiendas y generan un gran clima de inseguridad. En el caso de la ciudad de la Cataluña central se concentraron 2.000 personas que es una magnitud notable por la dimensión de esa población.
Cabe decir que el registro de este tipo de delitos es muy incumplido porque sólo los recoge cuando hay intervención policial o denuncias, pero en modo alguno las estadísticas registran los continuados incidentes que cada fin de semana se producen en Barcelona y otras poblaciones y sobre todo en las salidas de las discotecas.
Aquí se está incubando un segundo problema muy notable porque combina juventud, cierta presencia en algunos casos de jóvenes inmigrantes, cuestión que se va acentuando por el hecho de que los menores extranjeros reinciden más con una tasa del 32,7%, y por qué los enfrentamientos cada vez tienden a ser más numerosos y violentos.
Hay un error importante que no es sólo de seguridad en la forma que nuestra sociedad educa a la juventud o al menos a buena parte de ésta.
Por último, el tercer factor de alarma por el crecimiento de los delitos, junto con la droga y las peleas y apuñalamientos, son las agresiones sexuales. Entre enero y septiembre de 2021 las violaciones crecieron un 30,6% y los delitos contra la indemnidad sexual un 26,5%. La ciudad de Barcelona, que ha tenido durante 8 años una gestión hiperfeminista de la alcaldía, es al mismo tiempo la ciudad que registra mayor número y crecimiento de este tipo de delitos.
Y aquí el interrogante también planea sobre el tema. ¿Por qué crece tanto la violencia sexual, si las sanciones penales son cada vez más duras, los medios policiales y judiciales cada vez mayores, y la presión mediática y política que se realiza contra este tipo de delito no tiene parangón con ningún otro? ¿Qué falla en todo esto que superan los resultados contrarios a los que la lógica haría pensar cuando se dedica tanta atención y medios a combatir el problema? La sociedad no puede vivir de espaldas a estas tres realidades y menos aún a los interrogantes que algunas de ellas producen.