La perspectiva de que haya elecciones al Parlamento de Cataluña entre el verano y el inicio del otoño ha acelerado todos los movimientos políticos de un panorama que está lejos de haberse asentado definitivamente.
A menudo se pierde de vista que la disrupción independentista alteró por completo el panorama político catalán. Hizo explotar la coalición de éxito que era CiU. Debilitó en unas proporciones extraordinarias lo que era el otro gran partido de Cataluña, el PSC, que ha conseguido mantenerse, pero ni de lejos recuperar su antigua importancia. Iniciativa prácticamente ha desaparecido. ERC ha pasado de ocupar una posición muy secundaria al primer plano de la política. Nuevas formaciones han aparecido o han emergido. Algunas a una velocidad lumínica como Cs, que en pocos años ha pasado de ser testimonial a primera fuerza de Cataluña, para volver a quedar reducida a unas perspectivas que parece que sólo tienen salida si acaba haciendo una alianza con el PP.
Con toda esta alteración política, el catalanismo como tal ha desaparecido, como también lo han hecho el centro y la derecha, sobre todo el primero. Hoy la hegemonía en el Parlamento de Cataluña responde a la etiqueta «progresista». No está claro que todo ello responda a la realidad social del país, y en consecuencia los reajustes se producirán.
La primera gran cuestión es el reordenamiento del antiguo espacio convergente, que ya no volverá a ser el mismo, pero que tampoco está bien perfilado a estas alturas. En este sentido, dos movimientos ocupan el centro del escenario. El de los partidos catalanistas para forjar una alianza, que ha tenido este fin de semana en la reunión de Units per Avançar un primer indicio de hacia dónde se encaminan los primeros pasos. Parece claro que hay una preferencia para configurar una respuesta electoral juntamente con El País de Demà, y no está tan claro de entrada que quieran hacerla extensiva a la nueva opción que saldrá de la fusión de la Lliga y Lliures en el congreso de finales de marzo. Si acaban existiendo dos opciones que se disputen el espacio catalanista, aunque sea con perspectivas diferentes, es posible que el éxito no acompañe a la empresa.
Más aún cuando está por definir qué pasará con el PDeCAT. Lo más posible es que termine formando parte de la coalición JxCat y, por tanto, bajo la férrea disciplina de Puigdemont. El retorno de Mas, que ya se ha producido y ha anunciado su disponibilidad política, sólo se hará efectivo si entre todos le allanan el camino para encabezar una candidatura en la que Puigdemont asuma el liderazgo de Mas. Este es el sentido último de sus declaraciones en RAC1, señalando que Puigdemont ha de dejar claro que él no puede encabezar en términos reales la lista electoral, que no puede jugar a la confusión.
Pero en todo esto hay versos sueltos. Por un lado, el de Marta Pascal, que ya ha dado un paso definitivo al renunciar a su acta de senadora de JxCat. La antigua líder del PDCAT, defenestrada por Puigdemont, quiere formular una opción diferente inspirada en el PNV, por lo tanto, lejos de todo rupturismo constitucional. Hay que ver si le queda capacidad de arrastrar a una parte significativa de la antigua Convergència, o si en realidad está postulando en solitario su candidatura para encabezar algo.
En este contexto, esta semana figuran dos fechas importantes. Una, este miércoles, con la primera reunión de la mesa de negociación entre el gobierno de la Generalitat y el gobierno español. Habrá que ver si las expectativas creadas se confirman, todo se desarrolla con normalidad o se producen sorpresas de la mano de Torra. La otra es el míting convocado por Puigdemont en Perpiñán el sábado 29, y que quiere ser una exhibición de fuerza de su persona y de sus seguidores. La ANC participa en la movilización, mientras que Òmnium mantiene una educada distancia.