¿Además de los desafueros provocados por el turismo masivo y excesivo, de nuestras calles convertidas en un espectáculo en muchas ocasiones indeseado, nuestros comercios de las áreas más turísticas degradados, especializados en venta de baratijas, calzoncillo con el I am BCN y sombreros mexicanos, además de derivados del cannabis, queremos convertirla en emporio de la homosexualidad y sus espectáculos, en capital mundial del Orgullo?
Porque este es el propósito de Collboni, el alcalde que gobierna la ciudad con una minoría de 10 concejales sobre 43, por incapacidad de los otros partidos para construir una mayoría democrática.
El alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, ha manifestado públicamente su intención de que Barcelona sea la sede del Día Mundial del Orgullo LGTBI+ en una edición futura. Collboni ha defendido que la capital catalana es una ciudad abierta, diversa y comprometida con los derechos del colectivo de homosexuales y transexuales, y considera que acoger este evento internacional reforzaría la proyección global de Barcelona.
Esta aspiración forma parte de la estrategia del alcalde para posicionar Barcelona en la agenda internacional. Collboni, que gobierna desde junio de 2023, ha impulsado diversas iniciativas para visibilizar y apoyar al colectivo LGTBI+ y busca que la ciudad sea anfitriona de grandes eventos de proyección internacional, como él.
la conversión del espacio público y la agenda institucional en plataforma ideológica al servicio de una nueva liturgia progresista.
Barcelona ya no es solo una ciudad saturada de turistas. Desde hace tiempo, sufre una transformación más profunda y preocupante: la conversión del espacio público y la agenda institucional en plataforma ideológica al servicio de una nueva liturgia progresista. Su máximo promotor es el actual alcalde, Jaume Collboni, cuyo mandato —débil en número de concejales, fuerte en narrativa ideológica— ha hecho de la visibilidad sexual una prioridad política.
Collboni no esconde sus intenciones. De hecho, las proclama con entusiasmo. En 2023, ya declaró su intención de que “Barcelona acoja el Día Mundial del Orgullo LGTBI+” porque “somos una ciudad abierta, tolerante, diversa y que defiende los derechos del colectivo LGTBI+ desde hace décadas”. Pero no se queda ahí.
En 2024, en el acto de conmemoración de la primera manifestación homosexual en España (1977), Collboni insistía: “No hay mejor manera de defender los derechos del colectivo que con un alcalde gay que no se esconde y que da la cara”. En su lógica política, la orientación sexual es, por sí sola, una cualificación institucional.
Y, sin embargo, ¿desde cuándo la vida privada se ha convertido en mérito público? ¿Desde cuándo el exhibicionismo de lo íntimo, lo sexual o lo identitario ha de ser guía de acción municipal?
Collboni ha hecho de su biografía personal un proyecto político, y de la bandera arcoíris, un estandarte de gestión. Más que alcalde, actúa como embajador global de la ideología queer, incluso en contextos donde lo que se necesita no es más ideología, sino urbanismo, limpieza, orden y convivencia.
no en una ciudad amable con todos sus vecinos, sino en un icono global del activismo identitario más radicalizado.
Barcelona, que ya padece los efectos de la masificación turística —con sus calles tomadas por masas de visitantes, la vivienda encarecida hasta lo inhumano, la delincuencia al alza y el pequeño comercio en declive— ahora se ve abocada a convertirse en “capital mundial del Orgullo”, en palabras del propio Collboni. Es decir, no en una ciudad amable con todos sus vecinos, sino en un icono global del activismo identitario más radicalizado.
Y no hablamos aquí del respeto legítimo a personas homosexuales, transexuales o no binarias. Hablamos de la imposición de una estética y una narrativa que glorifica lo sexual como centro de lo público. Hablamos de carrozas hipersexualizadas, bailes eróticos en plena vía pública, estética sadomasoquista y mensajes explícitos ante los ojos de menores. Hablamos de un desfile que, lejos de defender la libertad, reduce la dignidad humana al espectáculo del deseo desbordado.
Como señaló recientemente el mismo Collboni: “Barcelona es la ciudad del Orgullo, la ciudad del amor libre, y vamos a seguir siéndolo”. ¿Es esa realmente la prioridad para una ciudad con tantos problemas estructurales?
No olvidemos que la promoción institucional de este tipo de eventos no es inocente ni neutra. Trae consigo una serie de políticas públicas que incluyen subvenciones específicas, contenidos escolares ideologizados —presentados bajo la etiqueta de “diversidad”— y la creación de observatorios, entidades y “espacios seguros” que funcionan como órganos de control cultural. En nombre de la inclusión, se genera exclusión: el ciudadano que simplemente desea que la vida sexual vuelva a lo privado es tachado de retrógrado o directamente de homófobo.
Después nos escandalizamos con el auge de la pornografía infantil, con el descontrol en la educación afectivo-sexual, o con la pérdida del pudor.
Pero más grave aún es el efecto sobre los menores. La presencia de niños en desfiles del Orgullo, animados por sus propios padres, expone a los pequeños a escenas de alto contenido erótico, travestismo grotesco y expresiones que no son propias del ámbito familiar ni educativo. Después nos escandalizamos con el auge de la pornografía infantil, con el descontrol en la educación afectivo-sexual, o con la pérdida del pudor. Pero olvidamos que el Estado —y en este caso, el Ayuntamiento— ha contribuido activamente a esa erosión.
Collboni, con su enfoque, no representa a todos los barceloneses.
Representa a una minoría ideológica que confunde visibilidad con imposición, derechos con privilegios, y libertad con espectáculo. Mientras él propone más Orgullo y más visibilidad, los vecinos de barrios como el Raval, el Gòtic o Sants piden seguridad, limpieza, control del ruido nocturno y una ciudad habitable. Pero Collboni prefiere invertir en eventos ideológicos de impacto internacional que consolidan su imagen dentro de la progresía global.
Una ciudad que alguna vez fue de todos, está siendo reprogramada para ser vitrina de unos pocos.
Y así, mientras Roma arde, el alcalde baila en la carroza. Barcelona, esa ciudad que fue bastión de la cultura, el arte, la arquitectura y el civismo mediterráneo, es hoy sometida a un proceso de transformación cultural profunda, donde lo privado se vuelve obligatorio, y lo marginal, hegemónico. Una ciudad que alguna vez fue de todos, está siendo reprogramada para ser vitrina de unos pocos.
No se trata de mirar al pasado con nostalgia, sino de defender lo esencial: que la política no es para exhibirse, sino para servir; que la sexualidad no debe ser trofeo, sino esfera íntima; y que Barcelona no debe ser ni parque temático del turismo, ni catedral del deseo. Barcelona merece respeto. Y eso incluye el derecho a no comulgar con todas las nuevas ortodoxias.
La presencia de niños en desfiles del Orgullo, animados por sus propios padres, expone a los pequeños a escenas de alto contenido erótico, travestismo grotesco y expresiones que no son propias del ámbito familiar ni educativo Compartir en X