Las predicciones del FMI confirman las peores impresiones previas. El PIB español caerá un 8%, la pérdida más importante en el mundo después de la italiana, y uno de cada cuatro trabajadores permanecerá en paro, cuando veníamos de un crecimiento del PIB del 2% y un paro del 13%.
También vaticina una recuperación rápida en 2021 con un crecimiento del 4,3%, aunque la magnitud de la cifra no es ni de lejos de las mejores, porque la UE crecerá un 4,7%. Se producirá por tanto una inversión de los términos que se iban observando hasta ahora, en los que España crecía más que la Unión. En resumen, el 31 de diciembre del año que viene continuaremos estando claramente por debajo de como empezamos en 2020.
Este menor crecimiento se traducirá en una reducción, como es lógico, de los ingresos fiscales y por tanto de la capacidad de gasto del estado, que por otro lado deberá endeudarse para detener la destrucción de tejido empresarial y paliar el empobrecimiento de las personas.
El PIB español caerá un 8%, la pérdida más importante en el mundo después de la italiana, y uno de cada cuatro trabajadores permanecerá en paro Share on XEste escenario es, sin embargo, incierto, porque está vinculado a la capacidad de controlar la propagación y número de muertos de la pandemia, y esta posibilidad tiene un horizonte todavía incierto, más cuando la vacuna, en el mejor y más efectivo de los casos, no estará disponible hasta la mitad de 2021 y, por tanto, su aplicación masiva sería efectiva sólo en el segundo semestre del año.
Para salir lo mejor posible, los economistas señalan dos objetivos: salvar el capital humano, es decir, las capacidades profesionales de las personas, y esto pasa por la condición previa de su salud y dignidad de vida, y las cadenas de valor que cada empresa, pequeña o grande, ha construido. El Nobel de Economía Finn Kydlan, una autoridad en esta materia, lo reitera en sus declaraciones en «La Contra» de La Vanguardia de hoy día 15 de abril.
Con este horizonte, más que llamadas vacías al entusiasmo lo que necesitamos son gobernantes serios, honestos y claros, y eficientes y eficaces en sus políticas, y estos «gobernantes» incorporan también los expertos oficiales, porque su experiencia no justifica que no apliquemos el sentido común a lo que nos dicen.
Y es que la recuperación económica y la minimización del daño social velan por preservar un legado que no sea negativamente abrumador para las generaciones jóvenes, pasa por la eficacia contra el Covid-19 y las buenas políticas económicas, y hasta ahora el balance del primer capítulo es negativo, y el del segundo, mucho más bien enfocado, presenta claroscuros que el discurso de los ministros de Unidas Podemos no ayudan a desvanecer.
Y que no vamos bien es el pan nuestro de cada día. Sin ir más lejos del día de hoy, Antoni Trilla, uno de los expertos del poder contra el coronavirus, continúa escribiendo que las mascarillas no son una protección científicamente verificada. A personas como él, más la imprevisión espectacular del gobierno, se debe que en nuestro país en estos momentos todavía estemos tan escasos de un bien tan elemental como la mascarilla.
No sabemos a qué razón científica se refiere el doctor Trilla, pero hay una demoledora en su contra: la experiencia empírica de los países que han tenido éxito en la lucha, que señalan que estas son un instrumento imprescindible. Y es que es de sentido común, si dificulta que el portador propague la enfermedad y además dificulta el que el virus nos penetre, ya tenemos una barrera, en ningún caso absoluta pero sí barrera de protección.
Por si fuera poco, el Dr. Trilla se despacha en este sentido: «Necesitaríamos utilizar millones de mascarillas quirúrgicas cada día. Simplemente no tenemos –esto ya lo notamos-. Se deben reservar para los profesionales sanitarios y otros profesionales esenciales«. Con estas visiones de vuelo gallináceo son con las que no vamos a salir bien parados de la crisis. La mascarilla quirúrgica no es un producto de alta tecnología, ni desconocido para nuestra capacidad productiva, podríamos producir cientos de miles de paquetes de tabaco y no tenemos capacidad para producir mascarillas, cuando lo que se requiere es crear valor y proteger a la población.
Se quiere un efecto económico más multiplicador que impulsar la transformación para producir mascarillas a raudales: significa empresas funcionando, puestos de trabajo y, además, mejor control de la pandemia, y si a esto le añadimos unas gotas de innovación para producir mascarillas reciclables, económicas y seguras, ¡bingo! ¿O es que no tenemos suficientes ingenieros trabajando en ingeniería de materiales, o es que en Cataluña no hay dos facultades y un centro de investigación?
Un segundo ejemplo de ahora mismo es la trifulca del gobierno de la Generalitat con el Ayuntamiento de Sant Andreu de la Barca, porque el consistorio tuvo la buena idea de montar un hospital de campaña con la Guardia Civil siguiendo las directrices de Médicos sin Fronteras. La Generalitat, en lugar de convoyar la iniciativa, se niega en redondo a ponerlo en marcha. El mismo gobierno que pide la presencia de médicos cubanos niega una nueva instalación que se hace con la Guardia Civil. ¿Cómo hay que calificar estas mentes representadas por la Consellera de Salut, Alba Vergés, y el President de la Generalitat, Quim Torra? Y no es la primera vez que sucede. El hospital de campaña de Sabadell se retrasó porque no querían la instalación del ejército.
El tercero corresponde a la dirección estatal de la coordinación contra el Covid-19, y hace referencia a las nuevas indicaciones sobre los datos que deben abastecer las autonomías. En estos momentos de la tragedia, la dirección centralizada aún no ha conseguido un sistema centralizado de datos que pueda presentar resultados homogéneos del conjunto. Si no sabemos exactamente dónde estamos, ¿cómo se pueden tomar medidas correctas? Si no se dispone todavía de unos indicadores solventes de situación más allá de la canción del «pico» y «de allanar la curva», ¿a dónde quieren ir? ¿De qué sirve la cifra diaria de nuevos contagios si nunca se ha sabido, ni siquiera aproximadamente, cuántos contagiados hay y dónde? (caso terrible de las residencias, que concentran la mayoría de los muertos). Son discursos superficiales e inconsistentes. Ejemplo: si observamos la evolución de la curva en función del porcentaje de incremento diario, un indicador que puede llevar a conclusiones confusas, porque la base 100 varía cada día, el pico se alcanzó antes de la declaración del estado de alerta, el 9 de marzo, si observamos las cifras absolutas de casos confirmados, el pico fue el 30 de marzo. ¿De qué sirve entonces presentar cada día como un éxito que el incremento de nuevos casos se reduzca?
El difícil momento que vivimos nos tiene que hacer responsables, y esa responsabilidad pasa también por una exigencia crítica y bien fundamentada como ciudadanos.
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