No fue cosa de 4 días, pero el imperio romano se derrumbó progresivamente. No lo hizo a la velocidad de la URSS, pero también dio implosión.
Crisis profunda de natalidad, oleadas constantes de inmigrantes, «los bárbaros», crisis económicas recurrentes, pérdida de poder político y militar en el ámbito internacional. Muchas fueron las causas que convergieron en la caída imperial.
Examinemos ahora la situación de Europa
Atraviesa un mal momento. Tiene dos guerras, Ucrania y Gaza, en sus puertas. Debilidad en el marco internacional. Está casi expulsada de África. Y sufre fuertes tensiones internas. Concretémoslo:
- Falta de política exterior y defensa única. En un mundo en conflicto, cada estado sigue yendo por su cuenta después de tantos años.
- Grandes desafíos geopolíticos. La insólita tensión con Rusia, inestabilidad en Oriente Medio, relaciones con EEUU cambiantes en función de la presidencia, la apuntada exclusión de África concretada sobre todo con Francia y la falta de unidad militar y de política exterior, dejan muy expuesta a la UE.
- La falta de integración económica. Es una unión incompleta dado que no existe una plena integración de las economías de los países miembro. Sobre todo en el capítulo fiscal que requeriría una unificación y la movilidad laboral muy baja.
- Crisis inmigratoria. Afluencia masiva de inmigrantes y refugiados procedentes de entornos cada vez más amplios, que van desde el subcontinente índico a África, Latinoamérica, Asia más lejana. A pesar del hecho no existe una política bien asentada de cómo gestionar este flujo inmigratorio. Esta circunstancia, unida a los bajos índices de natalidad y al conflicto que en algunos países genera la inmigración, determina un problema explosivo a corto y medio plazo.
- La progresiva pérdida de una de sus características vitales: el cautiverio de proporcionar armonía y bienestar a sus ciudadanos de cara al futuro, como lo ha hecho en el pasado, al menos de forma clara hasta la primera década del siglo XXI. Ahora, la inflación y el bajo crecimiento económico son signos de identidad europea.
- El fraccionamiento interno que se acentúa en un doble eje. El de siempre, el norte-sur y el este-oeste. No existe una buena resolución. Esta circunstancia se combina con la pérdida de peso de los dos grandes partidos que estructuraban la UE: la democracia cristiana, ahora PP europeo, y la social democracia, que vive una crisis terminal en la mayor parte de los países.
- Profundos desequilibrios internos en los que se basaba el modelo. Dos cruciales: la quiebra de energía segura y a buen precio procedente de Rusia, y la ruptura de las cadenas internacionales de valor que, unida a los desequilibrios en el comercio internacional, hacen tambalear las economías industriales más avanzadas, como se pone de manifiesto en el caso de Alemania.
- La transición ecológica también es otro motivo de conflicto. Por los costes que genera y sobre todo por la forma en que se distribuyen. La vida se encarecerá y lo pagará la gente de menores ingresos y también aumenta la tensión “campo-ciudad” que la Política Agraria Común (PAC) no logra atenuar.
- Crisis política y los llamados populismos. Los populismos que en la izquierda son legítimos y en la derecha no, no son más que reacciones acumuladas causadas precisamente por los problemas que el establishment que las élites comunitarias no logran resolver. A este hecho se une otro determinante para la futura ecuación. Es el siguiente:
- Se ha perdido el marco de referencia de los acuerdos fundamentales compartidos. La UE surgida del desastre de la II Guerra Mundial generó unos acuerdos fundamentales que, más allá de la letra de los tratados, daba cohesión a la vida en común y coherencia a las normas jurídicas que se establecían. Ahora, cuando abundan los tratados, es decir, los contratos, éstos sirven cada vez más para dotar de cohesión a la UE porque han desaparecido en gran medida y, más allá del verbalismo retórico, los acuerdos fundamentales que hacían sentirse vinculados a un proyecto común. Esto hace que las disparidades económicas y culturales, de intereses y necesidades, adquieran una fuerza centrípeta que no existía antes, y también genera algo muy dramático: la pérdida de ilusión por una futura Europa unida porque todo ha quedado reducido a una simple contabilidad de «deber y haber».
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