Escuchar la radio o la televisión a la hora de los informativos se ha convertido en algo bastante desagradable: casi siempre malas noticias que nos transmiten una sensación de desánimo. Pero la auténtica Navidad rememora la gran y definitiva buena noticia que se resume así en el Evangelio de Juan:

“Dios ha amado tanto al mundo que ha dado a su Hijo único para que no se pierda ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que el mundo fuera condenado, sino para salvarlo por medio de él.”

La buena noticia es también que el Hijo de Dios se hace hombre en plena humildad. El máximo, que es Dios, se nos hace presente en el mínimo: el bebé de una familia humilde que acaba naciendo en un establo. ¿Quién le puede envidiar este nacimiento?, ¿Quién le puede envidiar su muerte en la cruz?.

Si Dios se nos hubiera presentado tal y como es, en su omnipotencia, habría resultado inalcanzable, incomprensible para el hombre. Seguramente nos habríamos sentido abrumados, y no seríamos libres de amarle. Pero el Dios del belén y el del Calvario no se nos impone, sino que se nos ofrece. Porque hemos sido creados desde el amor y para el amor, con la vocación de amar, y el amor nunca se impone sino que requiere un ámbito de libertad, que es la fe.

Otra buena noticia: el mundo no es el resultado del azar ciego de la materia sino una creación de Dios de la nada, o de bien poco. Una verdad de fe narrada al inicio del Génesis con precisión poética, y que en nuestros días la ciencia viene a confirmar implícitamente con la teoría del big bang. Después de crear el mundo y la materia “el Señor-Dios moldeó al hombre con polvo de la tierra, y le infundió el aliento de vida” (Gn 2, 7). Un hermoso modo de explicar la naturaleza humana como unidad de materia y espíritu, creada por Dios a su imagen y semejanza (Gn 1, 26). ¿Quién, sino un espíritu creador, puede infundir al ser humano su dimensión espiritual que le diferencia del resto de las criaturas?

El Papa Ratzinger se admiraba de cómo “la matemática inventada por nosotros nos da realmente acceso a la naturaleza del universo y nos permite utilizarlo. Por tanto, coinciden la estructura intelectual del sujeto humano y la estructura objetiva de la realidad”. Que el origen del mundo necesita una causa primera o un primer motor inmóvil ya lo sostenía Aristóteles. La explicación de la fe no es irracional ni pura poesía, sino plausible. En cualquier caso, es una buena noticia saber que somos hijos del amor creador de Dios y no del azar ciego.

Dios, que primero creó el mundo y la humanidad y después la redimió haciéndose a sí mismo hombre y venciendo la muerte, no la dejará abandonada a su suerte. La última gran noticia es que la resurrección de Jesús es la clave y la primicia de nuestra propia resurrección. La existencia y muerte en la cruz de un maestro judío llamado Jesús o Cristo, en la provincia romana de Judea en tiempos del procurador Poncio Pilato, está certificada por diversas fuentes históricas no cristianas. ¿Es razonable pensar que la resurrección de Jesús fue la invención de cuatro pobres pescadores de un rincón del imperio romano, que idearon una mentira tan eficaz que ha subsistido durante veinte siglos y que hoy sigue provocando la conversión de hombres y mujeres de todas las culturas y condiciones? ¿Debemos creer que la civilización occidental se ha cimentado y edificado sobre una inmensa fake news?

Sin embargo, muchos pueden pensar: todo esto parece muy bonito pero, ¿no es un gran cuento de Navidad? No lo es. Son verdades que han sido creídas y explicadas por algunas de las mentes más privilegiadas de la humanidad como Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Dante, Pascal o Von Balthasar.

Estos días, dejemos contagiarnos por la alegría de los pastores cuando adoraban a Jesús. «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2, 14). ¡Os deseo una feliz y Santa Navidad!

Publicado en el Diari de Girona, el 25 de diciembre de 2021

Son verdades que han sido creídas y explicadas por algunas de las mentes más privilegiadas de la humanidad como Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Dante, Pascal o Von Balthasar Share on X

 

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