Boom de las tecnológicas: en la bolsa, no es oro todo lo que vale billones

A pesar de la crisis económica más grande desde la Gran Depresión, el índice bursátil S & P 500, que incluye las 500 empresas más importantes de Estados Unidos, es un 6,5% más elevado que hace un año.

Los principales responsables de esta bonanza de la bolsa, en medio de un panorama económico tétrico, son las empresas tecnológicas.

El pasado agosto, Apple batió un récord histórico al convertirse en la primera empresa en valer más de 2 billones (2.000.000.000.000) de dólares. Este resultado llega gracias a un espectacular incremento del 60% de su capitalización en menos de un año.

Otras empresas llegaron también a valores récords, como Facebook (762 mil millones de dólares), o Tesla (394 mil millones). Incluso Nikola, un fabricante de baterías y camiones propulsados ​​con electricidad e hidrógeno, llegó a valer 34.000 millones de dólares … Sin haber vendido aún ningún vehículo.

En tiempos de contracción de la actividad económica y tipos de interés bajos, no es sorprendente que los inversores busquen refugio en un puñado de valores seguros que permiten acceder a dividendos anuales elevados.

Pero ¿el valor bursátil de Facebook, Appel o Tesla refleja el valor real de estas empresas? ¿O bien una multitud de inversores obsesionados por la high-tech han lanzado a una carrera especulativa y en definitiva, insostenible?

El periodista económico Robin Harding aporta en un artículo en el Financial Times una respuesta muy interesante a estas preguntas.

Monopolios tecnológicos

En primer lugar, Harding apunta que es normal que en periodos de tipos de interés bajos, los inversores se lancen a la compra de acciones de bolsa. En efecto, un millón de dólares invertidos en bolsa puede rápidamente ser más productivo que un millón de dólares prestados con un tipo bajo.

Si los inversores se posicionan masivamente en bolsa,  quiere decir que prevén que los tipos de interés y el crecimiento económico se mantengan bajos en el futuro próximo.

En segundo lugar, si los inversores invierten en bolsa es porque esperan que los dividendos que las empresas distribuirán serán relativamente elevados. De rebote, esto quiere decir que las empresas invertirán poco, concentrándose en cambio en la distribución de beneficios.

Todo apunta, pues, a que las empresas tecnológicas protagonistas del boom bursátil actual están invirtiendo relativamente poco en investigación y desarrollo. Si los inversores las prefieren es porque piensan que, pese a ello, proporcionarán beneficios elevados.

La principal situación que permite beneficios elevados y constantes es el monopolio. Por lo tanto, los inversores aspiran a que las tecnológicas mantengan, o en algunos casos, lleguen a un estado monopolístico, sin competencia.

Pero al mismo tiempo, esta situación que permite extraer beneficios fabulosos a bajo coste (es decir, invirtiendo poco), es particularmente paradójico en un sector como el tecnológico, que requiere una fuerte inversión inicial.

Esta conclusión a la que llega Harding coincide con recientes estudios económicos. Germán Gutiérrez y Thomas Philippon, por ejemplo, han sugerido que la concentración creciente de las empresas tecnológicas en los Estados Unidos está produciendo beneficios más elevados pero también inversiones más bajas.

Dos casos opuestos: Facebook y Tesla

El caso paradigmático de empresa tecnológica asentada confortablemente sobre un monopolio es Facebook. Según Harding, su valor en bolsa, sin considerar la montaña de dinero líquido que ha acumulado ni los valores negociables que posee, es 10 veces superior a la inversión necesaria para reproducir sus activos.

Sin embargo, Facebook puede seguir ganando dinero porque nadie espera que le aparezcan competidores. La otra cara de la moneda es que la empresa no dedicará porcentajes significativos en investigación y desarrollo.

El caso más claramente opuesto a la especulación bursátil de Facebook es Tesla. Igual que el inventor de la red social en línea, el constructor de automóviles eléctricos está desproporcionadamente valorado en bolsa: se calcula que 30 veces su patrimonio neto.

La diferencia crucial es que, a diferencia de Facebook, Tesla se mueve en un mercado extremadamente competitivo. La firma de Elon Musk tiene que hacer frente a rivales formidables que acumulan muchos años de ventaja en el diseño y fabricación de coches, como BMW, Toyota o Renault.

También a diferencia de Facebook, Tesla no gana, hoy por hoy, montañas de dinero. Y una vez más, a diferencia de Facebook, Tesla debe invertir masivamente para generar beneficios: necesita perfeccionar sus motores, construir fábricas, contratar un enjambre de ingenieros y técnicos.

Como concluye Harding, lo que los inversores bursátiles esperan de Tesla es que se convierta en un día en el Facebook de los coches: que distribuya dividendos abundantes gracias a una situación monopolística. Pero la diferencia esencial entre las dos empresas es que, de momento, Tesla está lejos de conseguirlo.

Hoy, la preocupación de los reguladores a ambos lados del Atlántico no es Tesla, sino Facebook o Google, que son quienes están actuando de forma abusiva en sus sectores respectivos.

La fiebre por las acciones de Tesla está, a diferencia del fenómeno idéntico de las de Facebook, teniendo efectos virtuosos visibles en la búsqueda de medios de locomoción no contaminantes.

Facebook y Tesla representan perfectamente la miseria y magnitud de las tecnológicas actuales. También demuestran una vez más que el comportamiento de los inversores no es perfectamente racional, pero que tampoco está guiado totalmente por el desenfreno.

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