La demografía de la capital de Catalunya se convierte en un problema de primera magnitud sin que el gobierno municipal ni la Generalitat adopten medidas.
A pesar de la importancia de la inmigración, especialmente latinoamericana y musulmana, Barcelona continúa siendo una ciudad muy envejecida, como lo demuestra el hecho de que mientras el 21,3% de la población tiene más de 65 años, los habitantes menores de 15 años solo representan el 12,5%. A la vez, como consecuencia de que la tasa de natalidad de los autóctonos es muy reducida, la proporción de niños de padres que tienen su origen en otros países crece proporcionalmente bastante más que el conjunto de la población.
Dos consecuencias de este hecho son determinantes. Por una parte, el crecimiento del número de personas mayores que viven solas y que en este momento se evalúa que son unas 75.000. Constituyen un grupo que crece aceleradamente y lo hará más en el futuro inmediato, a causa de la entrada de edad de jubilación de la generación del baby boom que disparará la cifra, y el hecho de que cada vez más se incorporarán personas procedentes de edades en que las rupturas matrimoniales y los divorcios han empezado a ser numerosos. Todo ello implica más servicios de asistencia y para enfermos crónicos.
La otra consecuencia tiene que ver con la productividad de la población activa de la ciudad. Hay una estrecha relación entre la edad y la productividad, de forma que esta empieza a decaer a partir de los 45-50 años. La media de edad de Barcelona es de 43,9 años, pero si se descuenta la población inmigrada, los extranjeros, se incrementa hasta los 46,4. Esto significa que una parte importante de la gente en edad de trabajar está ya situada en la pendiente de decrecimiento de la curva de productividad y a medida que pase el tiempo, esta condición negativa se acentuará.
La idea de que este problema se pueda resolver por medio de una inmigración masiva, como la que se produjo, no tiene fundamento. Sin contemplar los problemas que puede ocasionar un proceso de sustitución de este tipo, la realidad es que las personas que vienen ya tienen, por edad, unos niveles de formación difícilmente reciclables y que son sensiblemente más bajos que los de la población autóctona. Solo en el caso de niños que pudieran desplegar todo el proceso educativo en Cataluña, esa circunstancia adversa se vería atenuada. Pero precisamente las características de la inmigración venida de personas solas ya con edad de trabajar lo hacen muy inviable.
En realidad, la única respuesta viable a corto y largo plazo para Barcelona sería por un lado favorecer la natalidad, facilitar la emancipación de los jóvenes para que puedan casarse y formar un hogar, y atraer a familias con hijos pequeños del entorno catalán, lo que exige una menor dificultad de relocalización. Pero ninguna de estas medidas está contemplada por el Ayuntamiento y la Generalitat y, por tanto, el envejecimiento de la capital catalana parece garantizado.