Los periódicos van llenos de la nueva sorpresa Argentina. Massa, el ministro de economía del desprestigiado gobierno peronista, en gran medida responsable del desastre económico, pero no el iniciador, que ha llevado la inflación al 150% anual, ha sido el ganador de la primera vuelta con el 36,7% de los votos, en lugar de quienes daban como favorito, Milei, que sólo alcanzó el 30%, mientras que la candidata de la derecha quedó limitada a un 23,8% y, por tanto, fuera de la primera vuelta. En resultados significativos, les siguen Schiaretti, 6,8%, de centroderecha, y Bregman de izquierda con el 2,7%.
Llama la atención que entre Milei, calificado por muchos como candidato de extrema derecha, y las organizaciones de derechas sumen el 60% de los votos. Pero lo más interesante de todo es la victoria de Massa. ¿Cómo puede ser que ante una nueva catástrofe económica como la que vive Argentina sea precisamente el ministro de economía el primer elegido? Naturalmente, no significa que gane en la segunda vuelta que se llevará a cabo en noviembre, pero no deja de llamar la atención. Podríamos decir que forma parte del «enigma argentino».
Aquel que hacía decir hace ya muchos años al Nobel de economía Samuelson que había 4 tipos de países en el mundo: los ricos, los pobres, Japón, que nadie sabe por qué es rico, y Argentina, que nadie sabe por qué es pobre.
Porque los problemas argentinos que tuvieron momentos de esplendor con el precio de las materias primas a principios del siglo XX hasta el fin de la II Guerra Mundial, tienen unos orígenes lejanos. De hecho, puede rastrearse su comienzo en la denominada crisis de Bering que se produjo en 1890 a consecuencia de la política económica adoptada de convertir las cédulas acreedoras denominadas en pesos, de este modo podían dar al gobierno argentino la imagen de solvencia . El resultado fue catastrófico y fue el inicio de una larga secuencia de políticas económicas equivocadas y de unos partidos políticos que basan su fuerza en el clientelismo. Por delante de todos ellos, el peronismo, el maestro en conseguir voto cautivo en base a los recursos del estado. Y ese es el problema en Argentina.
Y éste es un diagnóstico de Alejandro Werner, ex director responsable de América Latina en el FMI. Según su punto de vista, este país trata de mantener salarios más altos de los que realmente corresponden en determinados sectores, generando así transferencias que benefician a grupos de población muy concretos para que consuman más, generando una demanda en divisas, para pagar las importaciones, mucho más alta de la capacidad que tiene el país de generarla porque se está haciendo sentir, al sector público y algunos sectores de población, más riesgo de los que hay. Y éste es un problema troncal argentino, crónico, que mezcla política y economía, y que con facilidad tiende a impulsar soluciones “milagrosas”; populismos en definitiva.
Argentina dedica un 40% del PIB al área social. Tiene, por tanto, un registro europeo. El problema es que sus ingresos fiscales están muy lejos de los de Europa. Y no porque sean bajos, porque, por ejemplo, el impuesto sobre la riqueza es de casi un 5% sobre el patrimonio, no sobre los ingresos. De modo que, como ejemplifica Werner, “si tienes 20 millones de dólares de patrimonio y pagas 1 millón al año de impuestos por este concepto, en 20 años no te queda nada”. Y este hecho explica, junto a factores de incertidumbre muy graves, la dificultad para atraer inversión extranjera; incluso para invertir en los del propio país, y la extraordinaria tendencia de la sociedad argentina de enviar fuera del país a poco que puede sus ahorros.
Es evidente que Massa, un agente que ha contribuido a la cronificación de este modelo, no va a resolver el problema. Para muchos Milei, pese a su agresividad y escandalera, puede ser el factor de disrupción que provoque la catarsis que permita a Argentina salir del agujero del pozo en el que lleva décadas instalada. Claro que otros piensan que lo que va a hacer es hacer más profundo el agujero.