Es un hecho obvio que la independencia de Cataluña es inviable y no tiene un horizonte de resolución claro, ni un camino definido.
Basta considerar la última intervención del presidente Aragonès en el debate anual del Parlament y su propuesta de “un referéndum a la canadiense” para constatar que se vive instalado en el día de la marmota, el de un eterno retorno.
¿Quién cree que el gobierno español aceptará en las actuales condiciones un referéndum sobre la indepdencia de Cataluña, cuando han dicho que no mil veces antes? Es un formula bien pobre de justificar el sueldo.
Es obvio que no comparto esta idea de independencia como proyecto político, no solo por razones de viabilidad, sino porque entiendo que hoy nuestros problemas son otros y que la ruptura con España es más negativa que otra cosa.
Soy critico contra este independentismo estéril y sus terribles errores, y del mal aprovechamiento que hacen del sentimiento popular de mucha gente a favor de la independencia, en su beneficio personal. Y no lo digo ahora, porque escribí hace ya un montón de años, cuando aún gobernaba Jordi Pujol, un libro, Més enllà de l’Autonomia, en el que dibujaba las tres vías de autogobierno: la reforma del primer Estatuto, la solución de recuperar, actualizado, el estado que definían las Constituciones de Cataluña, en lo que hoy sería un estado libre asociado, y la independencia, como vía más improbable.
Hoy, en el actual contexto, es todavía más improbable y menos necesaria porque el gobierno independentista ha deteriorado de tal manera al país y sus instituciones -sanidad, enseñanza, administración pública, infraestructuras, la capacidad de autogobierno, el reconocimiento y prestigio internacional de Cataluña- que es necesario reparar lo dañado, y a la vez afrontar los grandes retos extremos, como la crisis ambiental, la crisis económica, la pérdida de peso industrial, la crónica falta de productividad y trabajo, y un largo etcétera de cuestiones vitales, como prioridad y concentración de fuerzas.
Creo que la prioridad hoy sigue siendo la profundización del Estatuto, con el horizonte de sentido de Estado libre asociado, con su trasfondo de legitimidad histórica, hacia el que va caminando paso a paso y con otro nombre, el País Vasco.
El independentismo ha cometido el grave error de gobernar mal desde una institución dotada de tantos medios como la Generalitat (el techo de gasto del nuevo presupuesto será de 33.000 millones,) mientras que en Escocia el partido nacionalista en el gobierno ha procurado mostrar lo que sería posible si fueran independientes a pesar de tener medios más limitados que Cataluña. Gobernar bien era el camino para ampliar la famosa base y se lo han cargado del todo. Son sencillamente incapaces.
Claro que siempre quedará el consuelo de pensar que el independentismo sigue ahí. Pero congelado, sin ideas, ni fuerza, ni líderes. El periodista Francesc – Marc Álvaro decía al presidente español que no confundiera la impotencia con la desaparición del conflicto. Me parece una frase dirigida al auto consuelo. Porque, ¿a quién le importa un conflicto que sea impotente? Hoy, el electorado independentista ha retrocedido y como mucho es un tercio. Son muchas personas, pero insuficientes y con la marcha atrás puesta.
Y qué decir del no rotundo y claro de la Unión Europea y de sus gobiernos, que cortaron todos los hilos con Catalunya desde el momento en que se perfiló un poco el independentismo, y que solo han empezado a recuperarse tímidamente a partir del convencimiento de que Esquerra Republicana se ha plegado a los intereses de Sánchez.
Más allá de Europa, es decir, Estados Unidos no quiere ni oír hablar de tal posibilidad. Solo le faltaría este lío en el actual y complejo tablero Mediterráneo y en la situación de conflicto mundial donde el foco está situado muy lejos, en el área del Pacífico, y muy cerca, en Ucrania.
Un factor del que se aborda poco, porque hay una ceguera suicida, es el de la propia fragilidad de la sociedad catalana, debido a que es una de las que en mayor medida ha asumido la cultura de la desvinculación, y una sociedad de este tipo es incapaz por su propia naturaleza de afrontar ningún reto fuerte.
Hoy es el momento de la historia en el que la gente de Cataluña, y sobre todo los jóvenes, son más parecidos en su sistema de valores y en sus virtudes al resto de los españoles. Lo que eran especificidades catalanas y Vicens Vives compendió de manera tan excelente en Noticia de Catalunya, han sido destruidas en gran media por los propios catalanes, más concretamente por la combinación de la acción cosmopolita de las realidades económicas, por una parte, y de la progresía, por otra. No tenemos ya grandes diferencias en la moralidad, es decir, en el sistema moral, y así es muy difícil que pueda surgir un proyecto independentista. Y nadie está dispuesto a sacrificarse en exceso para revertir, digamos, el hecho de que la balanza fiscal no resulte desfavorable.
El independentismo está sin respuesta y no le queda ni la esperanza de esperar a su Godot y, más bien, como escribe MacIntyre En tras la virtud debería esperar a San Benito, es decir, la capacidad de crear una comunidad moral fuerte, de crecer en independencia hacia adentro. No en el sentido de fabricar independentistas ideológicos, sino en el de construir una sociedad donde las personas hayan sido capaces de dotarse de las virtudes necesarias para superar la crisis moral, que es la característica común de gran parte de Europa; de mudar el independentismo en patriotismo, que es una gran virtud moral y colectiva. Se trata de construir un pueblo que recupere sus valores propios, los que señalaba Vives, y otros más necesarios hoy, y las virtudes acordes para realizarlos. Necesitamos del patriotismo como virtud que exige el continuo perfeccionamiento personal y colectivo, junto con otra virtud de signo también común: la amistad civil aristotélica, la concordia que permite trabajar en común a extraños en ideas por el bien de la polis, del país.