Ésta sería la definición del escenario actual. Nos movemos en una perspectiva de apocalípticos o integrados, consecuencia de los descalificativos que van de fascistas y deplorables a todos aquellos que no se ajustan a los parámetros de la política y la cultura hegemónica.
En 1964, Umberto Eco escribió un libro muy famoso con ese título, Apocalittici e integrati . No se refería a la política, sino a las dos posiciones en relación con la cultura de masas: quienes la rechazaban en términos apocalípticos y quienes la asumían viéndolo como una evolución positiva.
El texto sigue siendo muy actual, con un añadido. Ahora tiene una clara aplicación política porque, ante la emergencia de opciones distintas a las habituales que cuestionan el establishment, pero que no lo hacen como hasta ahora desde la izquierda, sino desde la derecha, la opción de apocalípticos o integrados toma fuerza. Las exclusiones políticas, la cancelación de fuerzas políticas declarándolas fuera de juego, están a la orden del día. Sánchez es un claro exponente de esa visión apocalíptica, como lo es la izquierda, los liberales, Macron en Francia, porque consideran que estos partidos de extrema derecha, derecha radical o alternativa, pese al grueso de electores que les siguen, no tienen derecho a la vida democrática.
Su visión es la que expuso Hillary Clinton y que contribuyó a su derrota cuando decía: «Puedes colocar una mitad de los seguidores de Trump en la cesta de los deplorables» y señalaba quiénes eran estos deplorables: «racistas, sexistas, homófobos, xenófobos, islamófobos”. Desafortunadamente, hay gente así y él, en referencia a Trump, les ha envalentonado. Para Hillary, la mitad de los votantes pertenecían a esa categoría.
Vistos con buenos ojos, es un decir, eran los que han quedado descolgados de la globalización, los perdedores de la era moderna, los vencidos, que no son pocos, parte de la burguesía, los pequeños comerciantes, trabajadores de la industria que han ido cerrando, el sector agrario, personas con pocos estudios, población precarizada; la lista es larga. Ya se ve que la categoría oscila entre perdedores y deplorables. Y éstos integran las filas de quienes no tienen derecho a una vida política normal porque los apocalípticos, Sánchez, Macron, Yolanda Díaz, así lo han declarado. Naturalmente, los medios de comunicación de su cuerda contribuyen eficazmente.
Xavier Mas de Xaxàs escribía a página entera en La Vanguardia el día de San Pedro, refiriéndose a éstos, que pondrían “un sentimiento de agravio permanente, alienta al odiador, un egocéntrico celoso de Dios y de las personas que triunfan, un narcisista que exige reconocimiento ilimitado y critica a su propia madre porque se ocupa más de sus hermanos que de sí mismo, un déspota que siempre cree que tiene razón y criminaliza a los diferentes”. «Gente de moral débil, incapaz de pensar por sí misma, ofendida y marginalizada, necesita un líder vengativo y una hermandad que la reconforte con lemas, canciones, uniformes y símbolos».
Así ven los partidarios del apocalipsis los seguidores de Le Pen en Francia, es decir, 12 millones de ciudadanos, de Meloni en Italia, de Vox en España, y no digamos ya de Orbán a Hungría. No importa los votos que tengan que manar. Son sencillamente «deplorables, gente de moral débil», «necesidad de un líder vengativo». Es evidente que con esta perspectiva la democracia no es posible porque excluye a gran parte del electorado y porque polariza un principio fundamental democrático. La verdad es un espejo roto. Y los partidos recogen sólo fragmentos de ese espejo. El esfuerzo positivo está en intentar recomponerlo con el mayor número de partes posible y al menos considerar a todas las partes porque es sólo su suma la que expresa la realidad.
Y eso exige concordia entre los partidos y los medios de comunicación, en lugar de predicar el apocalipsis contra “los fascistas y los deplorables”. La alternativa es la de la integración, aceptar que en estas formaciones hay algo positivo que es el anuncio de problemas menospreciados por el establishment político y cultural. Que su presencia no degrada la política, sino que presenta nuevas formas de expresarla, que puede coexistir con las formas tradicionales y que, en términos positivos de la integración entre ambas, saldrá una democracia que mejor represente a la gente, porque uno de los problemas de fondo es exactamente éste y esto se hace evidente en todos los países donde prosperan estas fuerzas.
Se trata de que un amplio grosor de la sociedad considera que los partidos de siempre los han abandonado, se han desvinculado políticamente y son incapaces de abordar sus problemas, cuando no de hacerlos crecer. Que la bandera en Francia de Agrupamiento sea la mejora del poder adquisitivo, combatir la inseguridad y los efectos de la inmigración excesiva, señala dónde están los puntos débiles del actual funcionamiento de la democracia. Si ésta excluye a mucha gente, los excluidos acaban por volverse en contra.
En Francia, como en otros países, la gente «no vota a Marine Le Pen, vota contra un sistema que ya no quieren». Es lo que afirmaba el filósofo Michel Onfray en recientes declaraciones. Cuando Sánchez excluye a todos los que no están con él, levanta un muro y declara que los del otro lado pertenecen a la fachoesfera, lo que está haciendo es destruir un principio fundamental de la democracia y base del estado de derecho, el de la alternancia en el gobierno, porque hay una gente que, independientemente de su representatividad, no tiene derecho a gobernar.
Es la nueva aristocracia: socialdemócratas, liberales macronistas, verdes, izquierda de género, sólo ellos pueden señalar quién tiene derecho al reconocimiento democrático. Quién puede pertenecer a la aristocracia que gobierna o puede gobernar el país. Es evidente que con este planteamiento los apocalípticos rechazan la integración y, cómo no, el escenario que plantean acaba teniendo como resultado, como en toda aristocracia decadente, la Toma de la Bastilla.