La elección del próximo Papa, tras el pontificado transformador, pero controvertido de Francisco, será un momento decisivo para los 1.400 millones de católicos. En un mundo polarizado y una Iglesia marcada por desafíos financieros, doctrinales y geopolíticos, el cónclave enfrentará la tarea de seleccionar un líder capaz de unificar, sanar y guiar.
Este artículo explora los factores clave que determinarán esta elección, incluyendo la dificultad de elegir un Papa americano, la crisis económica del Vaticano, la necesidad de claridad doctrinal, la sinodalidad y el compromiso con los pobres, delineando el perfil probable del sucesor. Con 133 cardenales electores, de los cuales más del 80% fueron nombrados por Francisco, aunque esto no va ha de significar necesariamente continuidad.
En Roma, los relojes suelen marcar un tiempo distinto al de los titulares. La Iglesia católica, habituada a pensar en siglos, no se deja llevar por el vértigo de la coyuntura. Sin embargo, el próximo cónclave, se prepara bajo una tensión acumulada que lo convierte en uno de los más complejos de los últimos tiempos. No solo por el legado de Francisco, sino por el acelerado desplazamiento del catolicismo hacia el sur global, las presiones geopolíticas, los problemas económicos estructurales del Vaticano y una creciente confusión doctrinal.
El peso inédito del Colegio Cardenalicio
Uno de los primeros datos que llama la atención es la dimensión sin precedentes del Colegio Cardenalicio, que cuenta actualmente con 133 cardenales electores, es decir, menores de 80 años y, por tanto, con derecho a voto en el cónclave. Esta cifra supera largamente el límite tradicional de 120 establecido por Pablo VI en 1975, aunque ya en varias ocasiones se ha permitido rebasarlo de manera excepcional.
Lo más significativo no es solo la cantidad, sino la composición geográfica y cultural: bajo el pontificado de Francisco, la mayoría de nuevos cardenales provienen de países no occidentales. África, Asia y América Latina han ganado peso. Europa aún conserva la mayor proporción (alrededor del 39%), pero ya no tiene mayoría absoluta. Italia sigue siendo el país con más electores (14), seguido de Estados Unidos (11), España (7), Francia y Brasil (5 cada uno). Pero hoy hay cardenales votantes de países como Mongolia, Brunei, Sudán del Sur o Timor Oriental.
Esta diversidad refleja el rostro verdaderamente católico (universal) de la Iglesia, pero también dificulta los consensos internos, especialmente cuando se cruzan diferencias de visión pastoral, disciplina eclesiástica y sensibilidad teológica.
Un papa que no pueda ser leído como “pro-Trump” ni “anti-Trump”
En este escenario, muchos observadores coinciden en que un candidato de Estados Unidos tiene pocas posibilidades reales. No porque no existan perfiles sólidos (se citan nombres como el cardenal Timothy Dolan de Nueva York o el arzobispo José Gómez de Los Ángeles), sino porque la política norteamericana ha contaminado la percepción pública de cualquier figura católica con peso. La elección de un papa estadounidense se leería inevitablemente en clave ideológica: como una victoria de un “papa conservador” pro-Trump o un “progresista” anti-Trump.
El próximo papa no puede permitirse esa ambigüedad interpretativa. Su perfil deberá ser tal que no se le pueda reducir a ninguna categoría del debate político occidental.
La cuestión china: entre prudencia y firmeza
Otro expediente crucial es la delicada relación entre el Vaticano y China. Desde 2018, la Santa Sede mantiene un acuerdo provisional con Pekín para el nombramiento de obispos, prorrogado ya dos veces. El contenido del acuerdo es confidencial, pero se sabe que pretende integrar la Iglesia “patriótica” (controlada por el Estado) y la clandestina (fiel a Roma) en una sola estructura episcopal.
Sin embargo, la ambigüedad del acuerdo y las acciones represivas del régimen comunista han generado críticas dentro y fuera del Vaticano. Muchos católicos chinos sienten que han sido abandonados. El próximo papa deberá decidir: ¿renovar, revisar o romper este acuerdo? Una ruptura pondría en riesgo la presencia católica en China. Una renovación sin condiciones podría consolidar la sumisión de la Iglesia a un régimen autoritario.
Economía vaticana: un déficit persistente y una bomba de tiempo
Menos visible, pero no menos urgente, es la situación económica de la Santa Sede. El Vaticano ha acumulado un déficit estructural durante más de una década. Aunque en 2023 el déficit se redujo a unos 40 millones de euros, sigue siendo una señal de alarma. El presupuesto total de la Santa Sede es modesto, alrededor de 800 millones de euros.
Más preocupante aún es el sistema de pensiones del Vaticano, que, según la Prefectura para la Economía, podría colapsar en 15 años si no se introducen reformas estructurales. La Curia romana mantiene un número elevado de funcionarios, muchos de los cuales no tienen cobertura laboral en sus países de origen y dependen del sistema vaticano. Se impone un cambio de modelo financiero y organizativo.
Este dato resta posibilidades a candidatos como el cardenal filipino Luis Antonio Tagle, muy apreciado en Asia, pero cuya gestión de Cáritas Internacional fue criticada por falta de control interno y transparencia. Hoy, la Iglesia necesita no solo carisma, sino solvencia administrativa.
Sinodalidad, colegialidad y primacía petrina
Pero sin duda el debate más profundo —y más difícil— será el doctrinal. El proceso sinodal iniciado por Francisco ha impulsado una apertura inédita a la consulta de los fieles. La sinodalidad, en teoría, no cuestiona la estructura jerárquica de la Iglesia, sino que busca una mayor escucha y participación. Sin embargo, la falta de una teología clara y común sobre su alcance ha producido lecturas dispares.
La sinodalidad según y como se entienda desfigura la colegialidad episcopal tal como fue formulada en el Concilio Vaticano II: no como un parlamentarismo de base, sino como el ejercicio conjunto del gobierno eclesial por el papa y los obispos, en continuidad con los apóstoles y bajo la primacía de Pedro. Esta es una especificidad católica.
El riesgo, si no se clarifica esta doctrina, es la fragmentación eclesial: que cada conferencia episcopal siga su propio camino. Ahora, ya con el caso de Fiducia supplicans, las iglesias africanas, no lo aplican con la conformidad obtenida de Francisco. El nuevo papa deberá reafirmar la unidad del magisterio, proteger el principio de la sucesión apostólica y al mismo tiempo no sofocar la corresponsabilidad de la Iglesia entera. No es una tarea teórica, sino pastoral y política de primer orden.
Curar las heridas, mantener la opción por los pobres
Finalmente, el nuevo pontífice deberá hacer de la reconciliación interna su prioridad. Las tensiones actuales, entre África y Alemania, entre liturgia tradicional y reforma litúrgica, no son debates menores. Afectan al alma misma de la Iglesia. Y todo esto sin renunciar al compromiso con los pobres, que ha sido desde León XIII hasta hoy una constante del magisterio, aunque con expresiones distintas.
La Iglesia del siglo XXI ya no puede ser ni eurocéntrica ni ideológica, pero tampoco puede ser populista ni ingenua. El nuevo papa deberá ser romano sin ser clerical, global sin ser confuso, espiritual sin ser evasivo, y gobernante sin ser tecnócrata.
Una tarea hercúlea, sí. Pero no nueva. Porque, como decía un viejo proverbio romano, “habemus papam” no es un punto de llegada, sino el comienzo de una travesía.
El nuevo papa deberá ser romano sin ser clerical, global sin ser confuso, espiritual sin ser evasivo, y gobernante sin ser tecnócrata Compartir en X