Es público y notorio que la alcaldesa de Vic, Anna Erra, ha provocado un escándalo profundamente divisorio. El hecho es conocido: en la sesión de control en el Govern de este miércoles y en referencia a la campaña de la Generalitat «No me cambies la lengua», afirmó que «debemos concienciar a los catalanes autóctonos de que hay gente nacida fuera que quiere y es necesario que aprendan el catalán y poner fin a la costumbre, muy presente en determinadas zonas del país, de hablar siempre en español con cualquier persona que, por su aspecto físico o su nombre, no parece catalana».
Estas declaraciones le valieron la descalificación de prácticamente todos los grupos de la cámara, exceptuando ERC y JxCat. Posteriormente, en su cuenta de Twitter emitió un mensaje en el que se disculpaba: «Lamento que mi intervención en el Parlament se haya malinterpretado y pido disculpas a quien haya podido molestar». Hasta aquí los hechos. Y ahora las consideraciones.
El primer problema que plantea la intervención de Erra, incluso considerando su mensaje de disculpa, es que ignora que el español es lengua oficial de Cataluña y es la propia de muchos catalanes autóctonos, si consideramos como tales a aquellos que han nacido aquí o que han venido hace muchos años y tienen la ciudadanía catalana. No tienen porque cambiar de lengua. Y ese es el problema de fondo, porque es evidente que el español, por potencial demográfico, es una lengua dominante, y que el catalán se ha mantenido incluso en periodos muy difíciles por la voluntad de las familias catalanohablantes.
Pero hay que diferenciar claramente lo que son los incentivos positivos para que el catalán se extienda y perviva, de las consideraciones peyorativas sobre el español, porque en el momento en que esto se produce se está incidiendo negativamente sobre otros catalanes.
En este sentido, la campaña de la Generalitat «No me cambies la lengua» quiere incidir en un hecho muy extenso, pero lo hace entrando en una zona de riesgo. El hecho extenso es que la mayoría de los catalanes cambian con facilidad de lengua si perciben que el interlocutor se expresa en castellano. La razón de este hecho, entre otras, pero muy decisiva, es que la gente de habla catalana somos bilingües perfectos, una categoría no muy extendida en Europa. Mientras que los de habla castellana, excepto las generaciones más jóvenes que han disfrutado de la inmersión lingüística, no tienen esta característica. En realidad, el bilingüismo como característica de Cataluña, donde ha de entenderse es entre los castellanohablantes. La Generalitat debe incentivar estos procesos, pero lo tiene que hacer a través de motivos y hechos que otorguen valor a la lengua catalana y utilidad, más que a través de querer incidir sobre las mentalidades, porque este no es el trabajo de un gobierno democrático.
Volviendo a la alcaldesa de Vic, hay que decir que expresa una mentalidad que existe en el país y que considera que realmente los catalanes son física e intelectualmente diferentes, en muchos casos superiores, a los que han nacido fuera de Cataluña, o incluso que, habiendo nacido aquí, no responden al perfil del «catalán auténtico». El independentismo ha acentuado esta manera de sentir que no hace sino perjudicar a Cataluña, porque genera rechazo sobre la catalanidad, que es lo peor que nos puede pasar. Hay que recordar que poco más de una tercera parte de los habitantes tienen la lengua propia de Cataluña como única lengua materna. Mientras que el resto se dividen entre aquellos que responden que tienen por igual las dos lenguas, y aquellos otros que solo tienen el español como expresión materna.