Los estudios etimológicos respecto al origen del nombre del viejo continente han alcanzado dos grandes tesis.
La primera determina que la raíz es griega, combinando las palabras griegas correspondientes a ancho y vista u ojo. La segunda sostiene que la raíz es semítica, proveniente de las palabras asiria y aramea correspondientes a ponerse el sol. Para los pueblos de Oriente Medio el sol se pone en Europa, la tierra que se encuentra en su occidente. Haciendo una atrevida mezcla etimológica de las dos tesis, podríamos decir que allá donde llega la vista para los ojos, el sol se pone por Europa.
Si este artículo llevara por título Noche europea, asociaría la puesta de sol con un mal presagio para el viejo continente, preludio de la oscura noche que nos espera. Pero no es el caso. Sí, después de la puesta de sol viene la noche, pero la noche viene seguida de la albada.
El sol de la Europa que hemos conocido hasta ahora, buenista, pacífica, reacia al lenguaje del poder y de bajo perfil en la escena geopolítica mundial, está emitiendo sus últimos rayos a raíz de la invasión rusa en Ucrania. El caos bélico, una vez más, remueve las aguas estancadas de este pantano, que lleva más generaciones que nunca en ese flanco del continente en calma chicha, sin viento ni oleadas que muevan la nave. Una vez puesto el sol, una de dos, o aprovechamos la noche para enfrentarnos al caos identificando qué somos, haciendo inventario de las herramientas que tenemos al alcance y planteándonos dónde queremos ir; o bien hacemos como si nada hubiera pasado y nos hundimos en medio de la tormenta.
El drama d’una guerra que fins que no va començar pocs pensàvem que esclataria està fent de mirall per a Europa. El sacseig ens ha despertat de la letargia. La inesperada actitud heroica del poble ucraïnès defensant la seva terra de l’invasor ens ha desvetllat una veritat oculta durant dècades al flanc occidental del vell continent. La pau, lluny de donar-se per feta, és una actitud proactiva, es construeix prevenint la guerra, igual que la llibertat, que es guanya prevenint l’opressió. Per tant, més que la pau és manca de guerra, la guerra és la manca de pau. I té un preu. Preguntem-nos a aquest flanc del continent si estem disposats a pagar el preu com l’estan pagant amb sang, suor i llàgrimes els nostres germans ucraïnesos.
Hemos empezado a ver algunas pistas de la reflexión que se está produciendo a raíz de esta crisis. Éstas son, en mi opinión, algunas de las más significativas:
- A pesar de no enviar tropas al campo de batalla, los países europeos y occidentales se han volcado en enviar armamento, equipos médicos y bienes de primera necesidad para apoyar el esfuerzo de guerra ucraniano. Las entidades humanitarias han activado su capacidad para movilizar la ayuda, han surgido iniciativas privadas dispuestas a echar una mano y la ciudadanía también se ha organizado a pequeña escala para contribuir en la medida de lo posible. El Papa Francisco ha pedido que el ayuno y la oración de este inicio de Cuaresma estén dedicadas a la paz en Ucrania.
- El Centro Europeo de Relaciones Exteriores publicó una encuesta durante el mes de febrero, en la que el 62% de los encuestados europeos se mostraban favorables a una intervención armada para defender a Ucrania de una eventual invasión rusa.
- Las devastadoras sanciones dirigidas a Rusia y coordinadas por las potencias occidentales (Estados Unidos, Unión Europea, Reino Unido, Canadá y Japón) son un claro ejemplo de nuestra alineación estratégica a la hora de la verdad.
- Alemania renovará su anticuado ejército e invertirá el 2% de su PIB en política de defensa, haciendo de sus fuerzas armadas las más poderosas de Europa después de Rusia.
Parece que nos hemos dado cuenta de que para asegurar la paz debemos protegernos de la guerra y estar dispuestos a defenderla asumiendo sus costes. Y para protegernos en nuestra casa de los delirios belicistas de un vecino alienado y nostálgico de glorias pasadas, con armas nucleares y un ejército más poderoso que ningún otro del viejo continente, necesitamos una estrategia de seguridad y defensa común, ambiciosa y realista en el marco de la Unión Europea, que complemente y refuerce la alianza atlántica. Si queremos sociedades más seguras, deberemos invertir más en defensa. En un mundo y en un entorno de naturaleza incierta e inestable, en Europa, baluarte de la dignidad humana, la libertad, la democracia, la justicia, la seguridad y la comunión fraterna, debemos estar a la altura de los valores que encarnamos.
Pasada la noche, la albada dará paso a los primeros rayos de sol del nuevo día. Con la albada habrá llegado la hora de trazar el rumbo hacia el destino de Europa. No será fácil. Deberemos abandonar la cómoda inercia en la que llevamos instalados varias décadas, deberemos enfrentarnos a contradicciones y deberemos asumir costes. Pero, como los cochecitos de juguete, que hay que empujarlos un poco hacia atrás para que cojan un fuerte empuje hacia adelante, los europeos seremos capaces de poner la directa y avanzar con convicción hacia el destino que nos fijemos si somos capaces de concentrar nuestro inmenso potencial en la consecución de los hitos que nos proponemos.
Lo estaremos haciendo cuando nos sintamos orgullosos de dónde venimos, tengamos claro dónde estamos y qué tenemos, decidimos hacia dónde queremos ir, lo alineamos todo en la dirección que queramos emprender y hagamos vía en esta albada europea.
Por último, los jóvenes europeos tenemos en nuestras espaldas la responsabilidad de forjar el futuro de nuestro continente y de nuestra civilización occidental. Nuestra generación será la que tenga que asumir el reto mayúsculo de dirigir la nave hacia su destino. Un servidor confiesa que el reto le produce una mezcla de vértigo y esperanza. Vértigo de adentrarnos en terreno desconocido y esperanza en la capacidad de esta generación de asumir su vocación de servicio a causas que la trascienden.
Y sí, el sol se pone por Europa, pero desde aquí el sol también sale por Europa, por la Europa grande y completa, desde las costas de Irlanda a las montañas de Armenia, pasando por las estepas de Ucrania, que, como una madre, no deja atrás a ninguno de sus pueblos.
¡Larga vida a Europa, larga vida a Ucrania!
No será fácil. Deberemos abandonar la cómoda inercia en la que llevamos instalados varias décadas Share on X