Cataluña sigue siendo industrial como característica diferencial de su economía, no sólo en el contexto español, sino también europeo, a pesar de que en el transcurso de la última década ha ido perdiendo posiciones.
Una base fundamental de esta industria es el automóvil, que tiene dos piezas fundamentales: Seat y Nissan, las dos localizadas en Barcelona. Seat ha hecho un poderoso progreso y está en unos excelentes niveles de producción y de innovación. Nissan, mucho más dependiente de la estrategia entre la matriz japonesa y Renault, ha seguido el camino contrario. De los 129.000 vehículos que producía en 2012, tiene una previsión para 2020 de 50.000, que pueden verse reducidos aún más el año 2021 hasta los 42.000. La planta, por tanto, trabaja alrededor del 20% de su capacidad, lo que hace muy difícil su futuro.
Los trabajadores, que constatan la dimensión del problema, ya se han empezado a manifestar en las calles de Barcelona. Y en este punto se ha producido un cambio sustancial y nada anecdótico. Estos trabajadores, que temen perder su trabajo, ya no van a manifestarse como era de rigor a la plaza de Sant Jaume y a abuchear al presidente, o ante el Departamento de Industria para pedirle respuesta al consejero de turno. Ahora se manifiestan en la Diagonal y ¡ante el consulado de Japón! El inacabable anecdotario sobre el presidente Pujol explica que las habituales manifestaciones ante Palau no únicamente no le molestaban, sino que le satisfacían, porque, con una lógica impecable, decía que la gente va a manifestarse allí donde espera encontrar soluciones y que esto daba crédito a la Generalitat.
Visto donde se manifiestan los trabajadores de Nissan, queda claro que esperan poco del gobierno catalán y bastante más de un simple cónsul del país del Sol Naciente. No es precisamente un buen síntoma, pero cuadra con la última encuesta del Centro de Estudios de Opinión (CEO), que señala que el 62% de los catalanes considera que el gobierno de la Generalitat no sabe dar soluciones, en contra del 1,3% que piensa que sí.
El problema de Nissan no es sólo los puestos de trabajo que se pueden ver afectados, es la extensa red de industria auxiliar que depende de ella y que multiplica el impacto negativo.
En otros tiempos, cuando una multinacional de estas dimensiones pasaba por dificultades, el presidente de la Generalitat se organizaba para mover cielo y tierra e intervenir en la casa matriz, fuera japonesa o alemana, y presionar al gobierno español en la búsqueda de soluciones. Ahora todo esto ha pasado a la historia y cada vez más los trabajadores catalanes se encuentran más inermes ante las adversidades empresariales.
En el caso de Nissan, el problema se puede multiplicar en función de cómo funcione el Brexit, porque también tiene una planta en el Reino Unido, además de los acuerdos con Renault. Nissan ya ha advertido que podría verse en la situación de que su negocio en el Reino unido no fuera sostenible en el caso de que se aplicaran los aranceles de la Organización Mundial de Comercio, y esta es otra espada de Damocles que cuelga sobre el futuro inmediato de esta empresa.
Si la Generalitat no estuviera ocupada en asuntos tan trascendentes como el de desarrollar la república virtual, y las negociaciones con Madrid tuvieran espacio para las cosas importantes y concretas, el futuro podría ser diferente. De momento, este futuro no se ve ni se le espera.