Para las personas poco acostumbradas a los ambientes católicos, nadie habría dicho que sor Lucia Caram era monja de clausura. Este concepto en el ámbito religioso se refiere a la obligación que contraen los religiosos que asumen este voto especial de no abandonar el recinto en el que están y a la vez impide a los seglares ingresar en ellos.
Las personas que no pertenecen al orden, salvo casos singulares, no pueden participar en sus actividades. El objetivo de la clausura, y éste es el motivo de la elección de quienes la profesan, es estar centrados exclusivamente en Dios, de modo que la persona tenga las mejores condiciones para practicar el recogimiento y la oración. La clausura no impide del todo tener contacto con el exterior, pero sí limita de forma importante su actividad. De hecho esta práctica hace visible lo que para los católicos es lo más importante de su fe: la oración. El monje o monja de clausura constituye el modelo de persona que entrega su vida para desarrollar esta fuerza y ponerla al servicio de los demás. En cualquier caso, esta opción excluye o limita mucho la presencia de los religiosos y religiosas que la adopten en el mundo. Su vida está centrada en esa máxima de ora et labora .
Constatando la trayectoria de sor Lucia Caram, una persona obviamente pública, nadie habría pensado que en realidad era una monja de clausura de la orden dominica. Ella participa desde hace años en los platós de televisión, en debates y entrevistas, acude a actos públicos, los del Barça la tuvieron como una figura estelar durante tiempo, también se hizo presente en los entornos políticos convergentes e independentistas. Ha hecho declaraciones y ha mantenido numerosas entrevistas con los medios de comunicación y se mantiene activísima en las redes sociales. Toda idea de que esta actividad es la propia de la clausura, es evidente que queda fuera de lugar.
Por otra parte, si sor Lucia Caram y su grupo de 6 monjas ya no dependen de estas instancias, ¿de quién dependen en el marco de la Iglesia? Pero todavía existe una cuestión mucho más material y que tiene gran importancia, el convento en el que viven obviamente no es de estas monjas, es patrimonio de la Iglesia formado con las aportaciones de los creyentes a lo largo del tiempo. Caram, evidentemente, no puede pretender patrimonializarlo al servicio de su pequeño grupo de monjas que ahora no se sabe que son. Dijeron que así podrán dedicarse más a las tareas solidarias. Exceptuando a sor Lucia, el resto de monjas de Santa Clara de Manresa tienen una edad muy avanzada y, más que ayudar a los demás, están cada vez más en situación de necesitar la ayuda de los demás.
Todo esto es muy confuso y no deja muy bien parado el rigor de la Iglesia en lo que se refiere a sus normas internas y a la disponibilidad de los bienes que tiene en usufructo. Y esta cuestión se multiplica cuando Caram explica y reitera que todo esto es fruto de dos conversaciones con el Papa y que fue él mismo quien le aconsejó encontrar una fórmula jurídica para resolver la cuestión, asesoradas por el cardenal Omella.