Nos está pasando en todos los ámbitos, con los resultados del informe PISA, demoledores para el sistema educativo de Catalunya. Por las colas en la Sanidad. Al ocupar los últimos puestos en producción de energías renovables. Y ahora sucede con el agua. Es un problema de mal gobierno.
Si se hubiera actuado de acuerdo con lo previsto antes de la sequía del 2018 y el subsiguiente plan de obras, ahora no tendríamos estado de emergencia. El gobierno hace ver que sí, que ha hecho cosas y señala el plan especial para la sequía de 2020, pero se olvida de decir que ese plan no comportaba nuevos recursos, sino que el 5 de diciembre, la Agència Catalana de l ‘Agua (ACA) adjudicó por importe de 1.815 millones de euros la inserción publicitaria en los medios de comunicación para la campaña de sensibilización dirigida al ahorro de agua. Pero de inversión para disponer de más recursos, ninguna.
Se ha hablado de los planes de emergencia de los municipios y los ha informado favorablemente la Generalitat. Lo que no existen son registros acreditados de cuál es el porcentaje de reducción que se ha logrado aplicando las medidas de cada plan municipal y si se ha logrado que el municipio tenga un consumo inferior al que se define en el decreto sobre la sequía.
La realidad pura y dura es que se han visto obligados al final a aplicar la alerta que no querían y que era prudente haber realizado ya en diciembre. Ahora les tiemblan las piernas esperando a que llueva en primavera porque la situación está fuera de control. Para curarse en salud dicen que es una sequía única, extraordinaria. Depende de cómo se mire. En el siglo XIX tuvimos una de 30 años. Ésta puede empezar a resolverse dentro de unos meses, si bien tardaría un 1 o 2 en recuperar la normalidad, o bien podemos continuar así 1, 2, 3… años. Y no sería un hecho insólito en nuestras coordenadas mediterráneas. Extraordinario sí, insólito no.
Por su parte, el área central, la metropolitana, la parte sur de la Costa Brava y Maresme tienen un déficit estructural que nunca ha sido abordado.
El nuevo invento del gobierno es reducir el caudal de las aguas de las cuencas internas sobre las que tiene potestad de gobierno. Si lo hace, cometerá un desastre ecológico, porque nuestros ríos, frágiles como todos los mediterráneos, tocados por la sequía, no soportarían que aún se redujera más el agua que pasa por ellos. Se haría un daño de difícil recuperación en su sistema ecológico y en sus aguas freáticas.
Vivimos bajo un absurdo aceptado. Cataluña es una unidad política, y a partir de esta lógica hemos conectado cuencas hasta extremos excesivos en un caso, el del Ter. Se le ha detraído toda el agua que se ha podido para alimentar el área metropolitana de Barcelona. Ahora esto ya no es posible. La pregunta es ¿por qué no actuamos con el mismo criterio con la parte del Ebro que forma parte también de Cataluña? ¿Por qué el Ter sí y el Ebro no? Porque en ambos casos habría un transporte de agua de una cuenca a otra.
La respuesta es administrativa, y también de política local.
Administrativamente, porque pertenece a la confederación del Ebro, donde Cataluña es sólo una parte. Políticamente, porque los habitantes de la parte catalana del Ebro no quieren ni oír hablar de que les saquen agua. Es la legítima reacción de unas comarcas que se consideran, con razón, postergadas en la política que se realiza desde la Generalitat.
Pero la realidad es que siempre la concepción de la política hidrológica de Cataluña ha sido la interconexión de cuencas para buscar los mejores equilibrios. Ahora mismo, los tres colegios de ingenieros (los de caminos, los industriales, los agrónomos) y el colegio de economistas han vuelto a plantear la cuestión. Ha sido negada en rotundo por la Generalitat al considerar que la obra estaría terminada en el 2025 y no es una solución para hoy.
Este tipo de respuesta demuestra la visión de vuelo gallináceo del gobierno catalán. Primero, porque no es cierto que hubiera que esperar 2 años con una obra de urgencia. Una primera dotación podría llegar a finales de este año, pero es que, por otra parte, las obras hidráulicas no pueden pensarse a corto plazo sino que deben tener un horizonte de décadas para ser eficaces. Y ese es el mal de Aragonès y los suyos, que vive de la mano de los asesores y la portada en el Telediario del día siguiente.
Se dice razonablemente, que llevar agua del Ebro a Barcelona, como se ha hecho con el Ter, es seguir primando los desequilibrios territoriales. No debería ser así si Cataluña dispusiera de un buen plan de desarrollo territorial y efectuara las inversiones necesarias en las tierras del Ebro para facilitar el desarrollo de sus recursos y favorecer el crecimiento de su población.
Sin embargo, esto también es pensar en unos términos globales que quedan fuera del tactismo continuado que marca la política hoy en día. Y es que en realidad, se puede llevar agua del Ebro sin detraer ni un solo litro de su caudal.
Agua hay, lo que no hay son buenos políticos (II)