Ya no cabe duda de que lo más disruptivo que se ha producido en este siglo es lo que podríamos decir la “socialización” de la Inteligencia Artificial (IA), que lo está removiendo todo, con aspectos muy positivos pero también muy negativos. Ahora mismo se ha producido el escándalo de una veintena de niñas de Badajoz que aparecen en la red desnudas y con su imagen utilizando un tratamiento gráfico de IA que sólo tienen de verdad la fotografía de la niña captada de sus redes sociales.
Estamos ante un problema grave porque también afecta a la forma de trabajar. Porque la IA incidirá también sobre profesiones muy cualificadas, eliminándolas, reduciéndolas o transformándolas. Pero como dice el filósofo holandés autor de El arte de ser humanos, Rob Riemen, en lugar de formación, a los jóvenes les hemos dado redes. Y ese es el problema, que es mucho fondo.
La nueva ley de educación todavía no ha empezado a aplicarse en plenitud cuando ya está perfectamente superada por este hecho, el de la IA. Y no se trata sólo de afectaciones de tipo técnico en el ámbito educativo, sino de la profundidad de éste.
Un concepto lo pone de relieve
De forma tópica y superficial, se responde que el gran reto de la IA en la educación de niños y adolescentes se resuelve educando en el pensamiento crítico. Fantástico, pero para educar en este tipo de pensamiento, primero es necesario enseñar a pensar. Y exactamente esto es lo que se ha perdido en nuestras escuelas. Los problemas en la limitada capacidad de expresión oral y escrita de muchos alumnos, los límites extraordinarios que tienen los alumnos en compresión lectora, lo que están anunciando, entre otras cosas, es la dificultad de estructurar de forma organizada el pensamiento, que es la base de todo lenguaje.
La IA engañará con facilidad o dará referencias erróneas, no por una voluntad maléfica, sino sencillamente porque es un conjunto de fórmulas matemáticas que responden a un filtro determinado y lo que no sabe, se lo intenta o lo arregla para responder. Como no podemos convertir a los niños en una enciclopedia, lo que debemos darles son criterios para determinar cómo se busca la verdad o dónde está el bien. Y lo necesario y lo superfluo. Y esto significa una enseñanza fundamentada en la tradición cultural de las humanidades. En una formación en la ética de las virtudes y en su capacidad para aplicarla. Y esto es lo que tienen olvidado los planes actuales de estudio, y no de ahora, sino de hace tiempo.
En toda práctica deportiva lo primero que se hace con los niños y adolescentes es construirles los cimientos atléticos sobre los que después se construirán las técnicas específicas de aquel deporte. Esta regla universal se ha perdido en la confusión de nuestro sistema educativo, se mezclan aplicaciones con cuestiones instrumentales y se olvida que sin formación del carácter y las virtudes necesarias para un buen aprendizaje, sin entender cómo se ha llegado a la nuestra cultura a configurar la forma de pensar desde Aristóteles, no hay forma de pensar bien.
Por ejemplo, nuestros enseñantes, no digamos ya los programas de estudios, han olvidado que un libro interesante para ayudar a su labor y a la formación de los alumnos sigue siendo “El criterio” de Balmes. ¡Uys, Balmes! ¡Qué he dicho! Pues bien, con reacciones como esta de censura en los cimientos de nuestra cultura, los niños, que ya van a la escuela cargados con el móvil y se han convertido en adictos a las redes sociales, quedarán destruidos en manos del IA y al albur de que aquella escuela en concreto o aquel maestro específicamente les salve del abismo para que el sistema, si se mantiene como hasta ahora, lo único que hará será precipitarlos hacia él.
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