Según la RAE, dícese del adanismo el “hábito de comenzar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercitado anteriormente”. El Diccionario del Español Actual lo define como aquella “tendencia a actuar prescindiendo de lo ya existente o de lo hecho antes por otros”.
Observo altas dosis de adanismo en la sociedad actual. Hace unos días, en una de mis clases universitarias, le hice un comentario a un alumno sobre uno de los personajes de dos películas de James Bond (“La espía que me amó”, de 1977 y “Moonraker”, de 1979). Me refería a aquel gigante llamado “Jaws” (“Tiburón”), un asesino con dientes de acero y un tamaño descomunal (2,17 m. de altura, padecía acromegalia) que puso en muchos aprietos a 007. El actor que lo interpretaba se llamaba Richard Kiel, condenado siempre a papeles de villano. De hecho, ya había interpretado previamente en 1976 a un sicario mudo de dientes metálicos en la comedia “El expreso de Chicago”. Falleció en 2014, con 74 años, en un hospital de Fresno después de romperse una pierna al caerse de un caballo.
Mi alumno, y sus compañeros, no sabían nada de ese personaje, ni recordaban aquellas películas de James Bond (ni las de Roger Moore, ni mucho menos las anteriores de Sean Connery). Cuando le pregunté si las había visto me contestó con rapidez: “son muy antiguas, yo no había nacido, solo he visto las más recientes”. De repente me acordé de Henry Fonda (“Solo se vive una vez”,1937), de James Stewart (“Vive como quieras”, 1938), de Bette Davis, Anne Baxter o Marylin Monroe (“Eva al desnudo”, 1950) o de Gary Cooper (“Solo ante el peligro”, 1952), por poner algún ejemplo y no cansar al lector. Todas esas películas rodadas mucho antes de que yo naciera, por supuesto. Y entendí que las nuevas generaciones, ante la avalancha constante de nuevos contenidos audiovisuales a través de la red (lo mismo debe de ocurrir con la música o con la literatura, aunque va quedando poca gente joven, y no tan joven, que lea libros), ni pueden, ni probablemente quieran, saber nada de todo aquello que ocurrió antes de que nacieran. No tienen tiempo, ni su cerebro está ya programado para ver películas en blanco y negro, con un ritmo más pausado a las actuales, que se acaban en 90 minutos (y no hay más temporadas, lo siento) y que no siempre están accesibles en las plataformas de pago ni se pueden visionar gratis en Internet. Y ya no preguntes quién va a la Filmoteca, porque la mayoría no saben ni lo que es ni dónde está.
No hay que culparlos a ellos ni sentir nostalgia por lo que se perdió. Lo que más me preocupa es que no van a entender muchas de las historias que les explican en las nuevas series que consumen en Netflix o Movistar. Ni algunas películas de estreno que acompañados de refrescos y un montón de palomitas verán en alguna sala multicine del centro comercial más cercano. ¿Cómo entender el último Scorsese o Tarantino si desconoces sus inicios y las películas que esos directores vieron y de las que aprendieron?
Lo peor del adanismo no es el narcisismo que comporta pensar que nada existió sin ti, o antes de ti (es lo que le ocurre a mucha gente joven con la ahora “maldita” transición democrática española y el “nefasto” régimen del 78 que por supuesto no vivieron).
Lo peor es no ser consciente de lo que te pierdes, y la manera incompleta en la que vas a interpretar el presente y el futuro.