Al más puro estilo Macron, es decir, utilizando la retórica como si fuera una finalidad en sí misma, el presidente francés logró hace unos días un éxito cuando el Congreso del Parlamento de Francia, institución que reúne la cámara baja (Asamblea Nacional) y alta (Senado), votó a favor de introducir en la Constitución de la Quinta República una referencia explícita al derecho al aborto.
Francia se convierte así en el primer país del mundo en recoger el aborto (a través del eufemismo “interrupción voluntaria del embarazo” o “IVG”, muy extendido en el país vecino) en el seno de la Constitución.
Macron se apuntaba así una victoria fácil en un contexto de fuerte y constante oposición a su obra de gobierno.
La idea le vino en 2022, cuando el Tribunal Supremo de Estados Unidos derogó su sentencia previa “Roe contra Wade”, que imposibilitaba a los estados federados prohibir la práctica del aborto.
Por último, el Congreso de Francia validó el cambio constitucional el pasado 4 de marzo con un total de 780 votos a favor, 72 contra y 50 abstenciones.
Ávido de obtener un nuevo éxito, Macron sabe que el campo de la moral le brinda, en el contexto de una sociedad fuertemente desvinculada de sus valores tradicionales, amplias posibilidades.
Así pues, después de haber extendido el plazo legal para abortar de 12 a 14 semanas durante su primer mandato, de haber aprobado también en 2021 la procreación asistida para las mujeres solas y en pareja homosexual, y de haber introducido el aborto en la Constitución, tocaba atacar al otro extremo de la vida: su fin.
El nuevo objetivo que el presidente francés presentó el 10 de marzo es una ley sobre «el fin de la vida», que tendría como objetivo garantizar la libertad de las personas de terminar sus días según sus propios deseos. En nombre de la «libertad», como en el caso del aborto, pero también de la «fraternidad», según las propias palabras de Macron, maestro en el recurso retórico del oxímoron como notaba el periodista de Le Figaro Guillaume Tabard.
El presidente francés, haciendo una vez más gala de su habitual juego de confusión verbal, rechaza los términos “eutanasia” y “suicidio asistido”, que los sustituye por “ayuda a morir”. Resulta flagrante que el objetivo final del proyecto de Macron es facilitar que el enfermo tome una sustancia letal, lo que se enmarca claramente en el caso del suicidio asistido.
El caso de la eutanasia, es decir, desacoplar el acto causante de la muerte de la voluntad explícita del individuo, no estaría recogido en la ley francesa. Pero la experiencia de otros países europeos demuestra que la eutanasia es tan sólo una etapa que suele venir más tarde por sí sola , presentada como un nuevo “progreso”.
La propuesta del presidente Macron ha despertado la oposición del Colegio nacional de medicina, así como de la asociación francesa de acompañamiento y cuidados paliativos y de la Conferencia Episcopal de Francia.
Como ya anotábamos el año pasado, aborto y eutanasia son el último refugio de un progresismo occidental despejado de sentido y decadente.
Desgraciadamente, la bandera que enarbolan todavía resulta rentable gracias a una intelligentsia política y mediática que aplaude con entusiasmo todas las medidas que aíslan a las personas en nombre de la libertad individual, y a una ciudadanía que lleva ya varias generaciones separada de las raíces de la su cultura cristiana.