A partir del 21 de junio entramos en una dimensión desconocida

Al final, el gobierno Sánchez ha vuelto a modificar de improviso sus propias previsiones al decidir que el fin del estado de alarma coincidirá con la apertura de fronteras con la Unión Europea y será el 21 de junio en lugar del 1 de julio. Habremos pasado así en poco tiempo de decretar una cuarentena muy tardía para los visitantes a entrar en la carrera por el turismo, que a pesar de su importancia para España, 14% del PIB, ocupaba un lugar secundario en las prioridades del gobierno.  De esta manera, en pocos días el doctor Simón, siempre tan equivocado en sus predicciones, habrá pasado de anunciar que lo que ahora le importaba eran los casos importados, a la apertura de fronteras. La política española con la Covid-19 lo es todo menos previsible.

Poco antes de San Juan los europeos de la Unión podrán visitar España, y se circulará libremente por su interior. En algunos territorios la verbena de San Juan propiciará las aglomeraciones. ¿Qué va a suceder ahora? Hay que decir que la idea de que el coronavirus ha perdido eficacia no parece suficientemente soportada por razones científicas. Es más, resulta que las personas que presentan síntomas no especialmente graves acuden a los hospitales y son atendidos, cosa que no sucedía antes en el fulgor de la crisis, y por consiguiente su carga viral es menor y las posibilidades de intervenir son mucho más rápidas. Estos dos factores juegan a favor de disminuir la gravedad de la afectación.

Y todo ello nos conduce ahora a dos cuestiones clave que determinarán si ahora o en el futuro podemos convivir en condiciones de razonable seguridad con la SARS-Covid-2 o por el contrario sufriremos asaltos que provocarán espasmos en el cuerpo social y en la economía.

Se trata de la detección rápida de posibles enfermos y la intervención inmediata en una fase temprana de la infección. Estos dos factores son decisivos porque significa atajar más pronto la cadena de contagios, algo decisivo para evitar que el foco se propague, y también que la infección será de mucha menor gravedad. Se sabe que una carga vírica elevada significa mucho mayor riesgo de complicaciones, y que esta situación se encuentra entre las 10.000 y 100.000.000 de copias del virus por milímetro. A más carga, más presunta gravedad. También es conocido que la reproducción de copias que produce la propia célula infectada es un proceso acumulativo, a más tiempo más carga, hasta alcanzar un máximo, y que en este proceso la mayor carga se da al inicio con síntomas no necesariamente muy potentes. La forma de detectar no solo el contagio, sino la carga viral, es mediante los famosos diagnósticos PCR.

En resumen, disponer de una gran capacidad de PCR para detectar asintomáticos, y aplicarlos a toda consulta hospitalaria o ambulatoria, todavía es mejor, y disponer del resultado con rapidez. A partir de ahí tratar al enfermo desde el inicio, aislarlo e identificar la cadena de contagio, no solo reduciría que surjan sorpresas peligrosas, sino que reduciría la gravedad de la enfermedad.

¿Está preparado el sistema sanitario español, con todas las variables autonómicas que se quieran? La respuesta es que a pesar del tiempo transcurrido no lo está, ni tan siquiera está claro que todas las autonomías adopten esta estrategia, y más bien se limiten a perseguir los focos cuando estos ya se han declarado. Es el equivalente a combatir el incendio forestal cuando este ya ha devorado cientos de hectáreas, en lugar de practicar una detección temprana.

Lo dicho, a partir del 21 entramos en una dimensión desconocida. No está nada claro que el gobierno haya aprendido de sus errores.

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