Hay silencios que no son ausencias, sino declaraciones políticas en puro estado. El de Pedro Sánchez tras el batacazo del socialismo en Extremadura es uno de ellos. Resulta, como mínimo, sorprendente que en estos momentos —y tras una derrota que ha hecho añicos uno de los feudos históricos del PSOE— el secretario general y presidente del gobierno no haya comparecido para hacer la más mínima valoración. Como si no le importara. Y, sin embargo, importancia tiene. Y mucha.
Extremadura no es una comunidad cualquiera para el socialismo español. El PSOE nunca había bajado del 40% de los votos en ninguna convocatoria relevante: ni municipales, ni autonómicas, ni generales. Sin embargo, esta vez el resultado ha sido de aproximadamente el 30% del voto, un descenso histórico que explica buena parte del terremoto político vivido el domingo 21. Un resultado pírrico, sobre todo si se pone en relación con lo que había sido, durante décadas, su columna vertebral electoral.
En las ciudades se ha confirmado una tendencia ya conocida: dominio del PP en las capitales y en las grandes poblaciones intermedias. Pero Extremadura es sobre todo una comunidad rural. Y es precisamente en los municipios de menos de 10.000 habitantes -clave demográfica y simbólica del socialismo- donde el golpe ha sido más duro. La abstención ha desmenuzado las filas del voto tradicional del PSOE, que se ha desmovilizado como nunca.
Y, sin embargo, el silencio de Sánchez no es ingenuo. La interpretación que gana fuerza —entre propios y extraños— es que al presidente del gobierno le importa relativamente poco que su partido pierda poder territorial, siempre que su proyecto personal siga intacto. Su apuesta, arriesgada, pero coherente con su reciente comportamiento, sería dejar que el PSOE se derrumbe parcialmente mientras Vox crece y condiciona al Partido Popular.
El objetivo es conocido: recrear, una y otra vez, el escenario del “o yo o el caos”. Si Vox crece, el PP se ve obligado a pactar, y Sánchez puede volver a presentarse como el último dique de contención ante «la amenaza reaccionaria». Basta con repasar las páginas de La Vanguardia para comprobar que esa lectura no es marginal, sino casi hegemónica en determinados círculos. Paradójicamente, el único partido que realmente no tiene ningún interés en que Vox crezca es el PP. El sanchismo, en cambio, parece dispuesto a alimentar al “monstruo” que dice combatir.
Sin embargo, la historia nos advierte que estas estrategias suelen acabar mal. Salvando todas las distancias, los ejemplos son conocidos: Estados Unidos en Afganistán, Israel con Hamás. Sin llegar a estos extremos dramáticos, el mecanismo es el mismo: potenciar a un adversario para debilitar a otro… y acabar pagando su precio.
El problema añadido es que Vox no solo crece a expensas del PP. En Extremadura lo ha hecho, también, a expensas del voto socialista, tanto en los barrios periféricos de Badajoz y Cáceres como en el mundo rural. Un fenómeno que Europa conoce bien: en Italia, y especialmente en Francia, donde el viejo voto obrero socialista y comunista ha acabado engordando a la familia Le Pen.
A todo ello se suma el colapso del proyecto político de la vicepresidenta Yolanda Díaz. El artefacto electoral que debía refundar la izquierda alternativa hace aguas por doquier. En Extremadura, donde Díaz no se ha implicado, quien ha resistido ha sido la vieja alianza entre Izquierda Unida y Podemos. El resultado deja en una posición muy débil al aliado teóricamente imprescindible de Sánchez.
Hoy, el gran baluarte del sanchismo es Cataluña. Gobierna en los principales centros de poder institucional y mediático, con mayorías escasas pero sólidas gracias a alianzas fieles con ERC y los comunes. Más que una hegemonía de votos, es una hegemonía cultural y política. El reducto de la Moncloa y Cataluña: este es el mapa real del poder de Sánchez.
¿Es esto suficiente para seguir gobernando España? Difícilmente. Aún deben pasar muchas elecciones y muchas cosas. Pero si la estrategia sigue siendo quemar los vagones para hacer avanzar a la locomotora —como esa vieja película de los hermanos Marx— puede llegar un momento en que solo quede la máquina. Y la máquina, en ese caso, se llama Sánchez.
El problema es que, cuando el tren se detiene, ya no hay pasajeros. Y entonces ni el mejor caudillo puede salvarse.
Sánchez se calla en Extremadura porque la derrota también puede ser parte del plan. #Sánchez Compartir en X






