Hay legados políticos que son simbólicos. Otros que son morales. Y algunos son, literalmente, físicos: estructuras, leyes, instituciones, sistemas, lenguajes, rutinas, formas de hacer que perduran más allá de su creador. El legado de Jordi Pujol pertenece a este tercer grupo, aunque participa también de los primeros, pero sobre todo la obra de Pujol es una realidad tangible. No es un relato; es una arquitectura. No es nostalgia; es infraestructura. No es un recuerdo; es un país que funciona con los mecanismos que él diseñó.
Esto, que podría parecer una afirmación exagerada, es fácilmente verificable: basta con imaginar la Cataluña del 2025 sin las estructuras que nacieron entre 1980 y 2003. La Generalitat, tal y como funciona hoy, no existiría. El sistema sanitario sería inconcebible. La escuela catalana hubiera sido otra cosa. Y la cultura, la lengua, la policía, incluso la proyección internacional, no tendrían su perfil.
Construir el Estado de verdad
Es ahí donde reside el núcleo de su legado: Jordi Pujol no gobernó un Estado; lo construyó. Estructuras de estado en el marco constitucional. Él por la vía de la práctica definió en España lo que era un gobierno autónomo, lo que era el autogobierno en el marco de la Constitución; las demás autonomías siguieron, con una diferencia, Pujol quería las competencias a pesar de que fueran de resultados poco agradecidos, caso de las cárceles, que todavía es una “rara avis” autonómica.
Cuando accede al gobierno, la Generalitat era un esqueleto institucional recuperado con entusiasmo pero sin musculatura. Cuando se marcha, tiene estructura, competencias, función pública, leyes propias, agencias especializadas y una idea clara de país. Esta mutación es probablemente una de las operaciones de modernización institucional más relevantes de la historia reciente de Europa.
El sistema sanitario es una prueba de ello: la integración de los hospitales en una red coordinada, la creación del Servicio Catalán de la Salud, la profesionalización de la gestión, la implantación de un modelo propio, han sido fundamentales para situar a Cataluña entre las regiones líderes en servicios públicos… en el pasado. Hoy el declive o el colapso señalan ya otra cosa.
Lo mismo ocurre con la normalización lingüística: la Ley de 1983 es un punto de inflexión, pero su eficacia real se debe al despliegue institucional y cultural que se añade, especialmente con la creación de TV3 y Catalunya Ràdio. Aquí es donde la lengua deja de ser un asunto simbólico para convertirse en un instrumento de cohesión.
La cohesión como proyecto de país
La formulación de Cataluña, un sol poble es, probablemente, una de las ideas políticas más influyentes de las últimas décadas. En una Cataluña marcada por un intenso proceso migratorio, Pujol entiende que el futuro no depende de preservar una esencia, sino crear una comunidad compartida.
Esta idea se traduce en políticas concretas: despliegue de servicios sociales en barrios de alta inmigración, integración educativa, una televisión pública que “nacionaliza” culturalmente sin excluir, un mensaje constante que apela a la responsabilidad compartida. Es un catalanismo no de pura identidad, sino de integración.
Y funciona. Cataluña, a diferencia de otras regiones europeas, no vive fractura social por motivos de origen. La catalanidad se convierte en una cultura cívica, no una condición histórica. Y esto es, en gran parte, obra de Pujol, pese a que los odiadores de siempre se empeñan en predicar todo lo contrario. Las Oficinas de Bienestar Social de la Generalitat y más tarde el Departamento con el mismo nombre, nacieron de esa voluntad de cohesión social, de ser “un sol poble”.
Europa, internacionalización y oportunidad
Pujol fue también uno de los primeros políticos españoles en entender qué significaba realmente Europa. No como club político, sino como oportunidad para las naciones sin Estado. Por eso, Cataluña diverge del Estado en su ritmo de internacionalización. Es Pujol quien convierte a la Generalitat en un actor exterior: Davos, visitas a Japón y EUA, participación activa en redes europeas de regiones, acuerdos con organismos internacionales.
En un momento en el que España todavía tenía una mirada interiorista, Pujol ya jugaba en la partida global. Si hoy Cataluña es percibida como una sociedad abierta e internacionalizada, es en buena parte por ese impulso inicial.
La relación con Madrid: cooperación, tensión y límites
Pujol mantiene una relación ambigua -pero coherente- con el Estado. Es a la vez cooperativo y exigente. Ayuda a gobiernos españoles de colores diferentes a obtener estabilidad, pero al mismo tiempo reclama avanzar en autogobierno, financiación y reconocimiento nacional. Pujol decía, con la razón de los hechos, que él siempre había apoyado más al ministro del Interior en su batalla contra ETA, que el partido de la oposición español.
En particular, en 1993 y 1996 son ejemplos paradigmáticos: sin Pujol, ni Felipe González habría resistido, ni José María Aznar habría sido investido. Pero su apoyo nunca es gratuito: consigue transferencias, financiación más avanzada que el resto de autonomías y un refuerzo de las competencias catalanas.
Este papel de “bisagra” le vale críticas desde todos los flancos, pero los resultados son indiscutibles: Cataluña avanza.
Carisma, estilo y cultura política
Pujol no es solo lo que hace; es cómo lo hace. Es un político de otro tiempo, o de un tiempo que ya no existe: largas temporadas, proyectos de décadas, pedagogía persistente, discurso que combina moral, economía e identidad.
Desde la derecha y la izquierda se le caricaturaba a menudo, pero su capacidad de conectar con el electorado —sobre todo en la Cataluña popular y metropolitana— tiene pocos equivalentes. Era un líder con autoridad, no con autoritarismo; con ascendencia moral, no con imposición. Esto los perdedores de entonces, que fueron bastantes, nunca le han perdonado. Y ahora se revuelcan en el barro de sus fracasos.
El juicio y el legado
Es en este contexto que no sorprende que algunos pretendan utilizar el actual juicio como coartada para revisar su legado. Pero la historia tiene una regla simple: el ruido pasa; la obra queda. Y la obra de Pujol es probablemente la más sólida de la política catalana contemporánea. El juicio, con toda su carga emocional y mediática, ocupa unas semanas; el legado ocupa décadas y décadas; hace historia, mientras el juicio a un hombre de 95 años, enfermo y medio sordo, obligado a participar en el largo juicio, aunque sea a distancia, permanecerá como nota a pie de página.
Un legado que todavía opera
Cuando hoy un ciudadano entra en un CAP, lleva a su hijo a una escuela catalana, recibe atención, mira la televisión pública, se relaciona con los Mossos, utiliza la cultura catalana con normalidad o ve a Cataluña actuar en la escena europea, vive —sin saberlo— dentro del marco conceptual e institucional diseñado por Pujol.
Es un legado que no se impone con pancartas, sino con estructuras. No busca adhesión emocional; busca funcionamiento. Y esto es lo que él dejó después de 23 años, a principios de siglo. No ha tenido después la actualización necesaria. Ninguno de los presidentes posteriores ha tenido el tiempo o la cabeza para ver cómo debía irse transformando el autogobierno en términos materiales.
Jordi Pujol es un personaje controvertido, poliédrico, a veces incómodo. Pero es sobre todo el constructor de un país. No el país ideal; ni siquiera el país que algunos quisieran. Pero sí el país real que tenemos: con instituciones, cohesión, lengua viva, proyección exterior y una cultura política que, pese a las crisis, todavía impregna a buena parte de la sociedad catalana.
Cuando, en el futuro, se escriba la historia de la Cataluña de finales de siglo, su nombre aparecerá —con luces y sombras— en el capítulo central. Y no por la anécdota judicial, sino por la estructura que dejó en pie.
Ojalá hoy tuviéramos un nuevo Pujol, el del siglo XXI, en lugar de masoveros o aprendices.
Jordi Pujol: el arquitecto de un país que todavía no hemos acabado de entender (I)
Pujol no gobernó un Estado: lo construyó. Y éste es un hecho que ninguna tormenta política puede borrar #JordiPujol Compartir en X





