En este país, desde hace años, gobernar se ha convertido en una forma creativa de no resolver nada. Se gobierna anunciando, no haciendo. Y el alcalde Collboni, como tantos otros, ha convertido el Ayuntamiento de Barcelona en un laboratorio de PowerPoint, pruebas piloto y propaganda institucional financiada, cómo no, por nuestros impuestos. A la mínima que puede, promete un futuro espléndido y lejano, siempre que no le pidan soluciones concretas para los problemas que nos abrasan hoy. Literalmente.
En Barcelona, el calor ya no es solo un fastidio: es una amenaza. El verano se ha vuelto cada vez más insoportable, y no solo por el cambio climático en abstracto, sino por las particularidades geo climáticas muy concretas de esta ciudad.
Las temperaturas nocturnas son insoportables y la humedad elevada convierte las noches en una sauna inmóvil. ¿Soluciones? Carteles. Refugios climáticos, dice. Y el truco está en que esos refugios ya existían: bibliotecas, centros cívicos, jardines. Lo único nuevo es el cartelito. En algunos casos ni siquiera abren fuera del horario habitual. Pero Collboni cree que una ciudad puede ventilarse a golpe de eslogan.
Uno de estos días, en plena canícula, apareció un cartel en la puerta del parque y otro en la biblioteca del barrio: “Refugio climático”. Uno espera encontrar allí pingüinos y ventiladores. Lo que encuentra es lo de siempre. Si la biblioteca cierra a las 21 h, la etiqueta de “refugio” no vale ni el coste del vinilo. Eso sí, nos prometen simulacros de cómo se vivirá cuando lleguemos a los 50 °C. ¡Magnífico! No solucionan los 27 °C de hoy por la noche, pero ya estudian el infierno del 2050… que ni tan siquiera es evidente que se alcance.
Se diría que los responsables municipales ignoran (o fingen ignorar) una evidencia fundamental: el problema no es solo la temperatura máxima, sino la mínima. En muchos puntos de España, el cuerpo humano recupera el aliento gracias a los descensos térmicos nocturnos. En Barcelona, en cambio, pasamos de 26 °C a… 22 °C, como el pasado martes 29 de julio. Cuatro grados de diferencia. Con humedades del 65, 70 %. Eso no es noche, eso es tortura.
No se trata de ciencia oculta. El llamado “índice de calor” lo explica muy bien: no basta con medir los grados del termómetro, hay que considerar la humedad. Con 30 °C y un 40 % de humedad, el calor se nota, pero es tolerable. Si la humedad sube al 70 % (algo frecuente aquí), la temperatura percibida escala a 36,9 °C. Y si llegamos a los 35 °C reales, con ese mismo 70 %, el cuerpo siente una temperatura ya próxima a los 50 °C que quiere testar Collboni. No hace falta que la temperatura suba más en el futuro: con la humedad de hoy, ya estamos en zona de peligro.
Según el Humidex canadiense, con 22 °C y un 75 % de humedad (noche veraniega en Barcelona), la sensación térmica es de 27,5 °C. ¿Quién puede dormir así? ¿Cómo se estudia, cómo se trabaja, cómo se vive? Si añadimos la densidad urbana, la falta de ventilación natural, las plazas duras de cemento que refractan el calor hasta bien entrada la madrugada… el panorama es desolador. Pero no para los que gobiernan, claro, que en sus despachos tienen aire acondicionado y ventanas que no dan a la calle.
¿Qué hacer entonces? Pues algo tan sencillo —y tan olvidado— como actuar.
Primero, atenuar el efecto “isla de calor” que convierte Barcelona en una sartén: más árboles, más verde en fachadas y cubiertas, y menos obsesión por las plazas duras, que deberían pasar a la historia junto con los pantalones de campana.
Segundo, ayudas reales (no subsidios prometidos en ruedas de prensa) para el aislamiento térmico de viviendas y para la instalación de ventiladores o aire acondicionado. ¿Dónde? Donde más se necesite: por edificios, por barrios, con criterios sociales, sanitarios y climáticos.
Tercero, apostar de verdad por una producción local de energía solar, descentralizada, que permita usar estos dispositivos sin arruinarse en la factura eléctrica. La gran revolución urbanística que necesita Barcelona es la de adecuar edificios, barrios enteros, con mejores aislamientos y electricidad de origen solar a coste marginal producida en los mismos edificios, más las cortinas, las cubiertas, los espacios verdes locales y el refuerzo de arbolado en todo lo posible
Eso sería gobernar con sentido común. Eso sería prepararse para el presente, no hacer teatro con el futuro. Porque el futuro, aunque lo ignoren los carteles del Ayuntamiento, ya está aquí: en los que no pueden dormir, con la gente que va al trabajo arrastrándose por ese motivo, por el infierno nocturno de tantos bebes y gente mayor, con poca adaptación a la exigencia térmica.
Y liquide de urgencia las plazas duras de una vez por todas, cambien progresivamente el pavimento por otra de color claro que retenga peor el calor. Combata de verdad la burbuja de calor, especialmente el nocturno, que es Barcelona. En definitiva, haga urbanismo climático, pero de verdad.
Lo que necesitamos: árboles, sombras, ventilación, energía solar. Lo que tenemos: cemento, calor acumulado y marketing municipal. #RefugiosClimáticos #Barcelona Compartir en X