Entrar en una mentalidad de guerra

Éste era el título que encabezaba la información de La Vanguardia sobre la reunión plenaria de jefes de gobierno y de Estado realizada ayer, día 6, en Bruselas, cuya conclusión fue aprobar el plan presentado por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, para gastar 800.000 millones en rearmarse, de los cuales sólo 150.000 provienen de recursos comunitariso y el resto de cada uno de los estados miembros.

Una mentalidad de guerra” es, en efecto, lo que se nos está imponiendo. Se reiteran los discursos políticos y los relatos periodísticos con expresiones como «economía de guerra», «rearme» y, en la incorporación más reciente, la más tenebrosa: «rearme nuclear».

Hoy, si nos detenemos y escuchamos con un mínimo de atención, uniendo todas las cabezas, nos daremos cuenta de que se está generando, entre políticos y periodistas, un ambiente que nos empuja a asumir como inexorable un enfrentamiento bélico con Rusia, precisamente en el momento en que, a través de la intervención de Donald Trump, nunca parece más cercana. Por el momento, y debido a la presión de Washington, Zelenski ha dado un paso decisivo al proponer un alto el fuego por aire y por mar, siendo éste el primer signo para avanzar hacia un acuerdo más amplio.

En contrapartida, Europa se limita a hablar de rearme, aumentar en cifras astronómicas el gasto militar y enviar soldados europeos a Ucrania para que actúen como muro disuasorio ante futuras agresiones rusas, después de haber concertado la paz.

Esta estrategia crea condiciones objetivas desfavorables, puesto que, si resulta que, antes de que se produzca el acuerdo, ya se está preparando la forma de actuar por la convicción de que la otra parte no cumplirá lo que se establezca, ¿qué tipo de acuerdo puede surgir de un enfoque con estas características?

Todos los profesionales de la negociación y la intermediación en conflictos coinciden en señalar que son necesarios elementos comunes iniciales para que la cuestión tenga un mínimo de éxito: una cierta confianza mutua de que los acuerdos se cumplirán (no de forma ciega, pero sí la suficiente para alcanzarlos), sin poner la venda antes de la herida, y el reconocimiento mutuo; Rusia debe reconocer a Ucrania, pero Europa también debe reconocer a Rusia, en vez de presentarla como la personificación del diablo.

El camino que siguen las élites europeas tiene como horizonte, en última instancia, bien un conflicto bélico congelado, como el que separa a Corea del Norte de Corea del Sur, o directamente  una guerra abierta con Rusia. Ninguno de los dos escenarios puede ser secundado por la ciudadanía, que lo que desea es paz y cooperación. Esto es lo que deberían buscar la dirigencia política y mediática europea, volviendo a las condiciones en las que Rusia propuso, a principios de siglo, grandes y profundos acuerdos con la Unión Europea, los cuales fueron despreciados.

Además, se argumenta que, por mucho que se diga, Europa es demasiado pequeña para entrar en el juego de los grandes bloques del futuro que ya están presentes, como China y Estados Unidos, y, muy pronto, India, que constituye un subcontinente en sí misma. Europa, sin la inclusión de Rusia, no está completa; Europa es la Unión Europea más Rusia, como ya señaló claramente De Gaulle hace muchos años al referirse a la “Europa de los Atlánticos y los Urales”.

Que Europa necesite una mejor defensa propia está fuera de discusión, al igual que la necesidad de una política exterior que ponga fin al desorden actual. Sin embargo, esto se conseguiría invirtiendo grandes sumas de dinero en armamento, dinero que en las condiciones actuales se gastará en gran parte en la compra de recursos a Estados Unidos.

Tampoco se trata de mantener continuamente este clima y esa voluntad de guerra frente a Rusia; lo que se requiere, por un lado, es un discurso pacificador y de colaboración con este país, y, por otro, una tarea continua y sin aspavientos para construir un verdadero ejército europeo.

El principal problema, reiteradamente anunciado pero aún sin abordar, no es sólo la falta de recursos bélicos, sino la existencia de 27 ejércitos distintos.

Las cifras dan una idea exacta de la situación: Europa dispone de 2.000.000 de soldados en servicio activo, en comparación con 1,1 millones de la Unión Soviética, y además tiene 1,8 millones de reservistas que podrían multiplicarse rápidamente, ya que Europa cuenta con una población de 500.000.000 d’habitants, frente a los 150.000.000 de Rusia. Este último país tiene 1,5 milions de reservistas.

Los ejércitos europeos disponen de 4.764 carros de combate, frente a los sólo 2.730 de Rusia, y también son muy superiores en vehículos de infantería, con casi 7.000 en comparación con 3.280 de Rusia.

La Unión Europea dispone de 74 submarinos, mientras que Rusia tiene 51; igualmente, tiene 103 fragatas, en comparación con sólo 20 en Moscú.

Además, casi se duplica el número de aviones de combate, con algo más de 2.000 frente a los 1.224 de Rusia. Se dispone de casi 12.000 unidades de artillería, en comparación con algo más de 5.000 de los rusos, y en cuanto a los transportes blindados, se triplica la disponibilidad (14.273 frente a 4.500 de Rusia). Es decir, no sólo se duplica el personal militar, sino que la movilidad protegida de los ejércitos europeos es muy superior a la rusa.

El primer paso es organizar ese potencial extraordinario —que no tiene nada que temer de los rusos— de forma común y no como una excepción aislada, sino como un ejército común.

Sin embargo, a efectos de política interna, a los dirigentes actuales —que no representan lo mejor que ha tenido Europa— les resulta más fácil acordar gastar más dinero; en última instancia, son los ciudadanos quienes lo terminan pagando, comprometiéndose en políticas nacionales que implican renunciar a símbolos patrióticos tan decisivos como el del propio ejército. Bastaría con que dos tercios de las fuerzas actuales europeas se configuraran en un verdadero ejército de esta naturaleza, con un mando y una estrategia única, dejando el tercio restante como el equivalente a la Guardia Nacional en Estados Unidos, actuando en el territorio de cada país, para que la defensa de Europa fuera realmente un hecho.

Sin embargo, esto ni siquiera se plantea, al igual que ocurre con la política exterior. ¿Qué hace posible que Macron, por su cuenta, se reúna para ganar puntos frente a Trump, mientras que la política exterior europea, representada por Kaja Kallas, ni siquiera es recibida por el secretario de Estado en Washington? Ningún gobernante europeo, empezando por el propio Macron, reclama nada.

Existe, además, un libro absolutamente necesario sobre la Primera Guerra Mundial, Los sonámbulos , que explica cómo unos gobernantes europeos —en su mayoría mediocres y limitados— nos llevaron a una guerra que inició la destrucción catastrófica de Europa.

Los ciudadanos no podemos permitir hoy que las incapacidades, disfrazadas de acción, de los gobernantes actuales nos empujen por un camino similar. Que bajo esta realidad se presente como seria la posibilidad de que Rusia ataque a los países bálticos y Finlandia es un “bulo” malintencionado, una forma más de acentuar el clima bélico dentro de Europa.

Estàs d'acord que Europa assumeixi la plenitud dels compromisos militars que tenia els EUA amb Ucraïna?

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