El Gobierno de la Generalitat está instalado en una campaña de marketing permanente, alimentada con dinero público, es decir, con nuestro dinero. Se basa en innumerables promesas y planes de futuro que después tienen una débil encarnación en la realidad, presentando micrologros como grandes triunfos.
Uno de estos automensajes surgió, por supuesto, de la factoría de La Vanguardia en un suplemento de 46 páginas titulado “Cataluña se mueve”, dedicado a explicar los innumerables proyectos que se relanzarán en los próximos años. Su mayor virtud es que representa un ingreso millonario para las arcas, siempre sedientas, de La Vanguardia, y forma parte del marketing continuo que rodea a Illa, quien encabeza el texto con un relato “Cataluña lidera”, lleno de tópicos y lugares comunes.
En este gran suplemento se incluyen iniciativas que responden a proyectos de la sociedad civil y del capital privado, y otras que llevan décadas arrastrando y que se presentan como grandes novedades, como el de la L8 del metro o el corredor mediterráneo, que constituye una ofensa aún mayor por su mayor lentitud en la ejecución. Es el caso de la gran biblioteca de Barcelona, que ahora vuelve a salir, y que lleva años arrastrando.
Cierto es que más vale tarde que nunca, pero no está escrito que haya que sacar pecho, como hace el gobierno de Illa, por tanta obra incompleta. Hay cosas que han sido promesas tantas veces que ahora lo mejor para no inspirar vergüenza es llevarlas con discreción.
Por ejemplo, es interesante observar un mapa de la alta velocidad en España: se nota que, a pesar de su gran extensión, existen dos enormes agujeros inexplicables en el eje mediterráneo. Uno que une Tarragona con Valencia—ahora en obras para avergonzar a todo el mundo por su anómalo retraso—y otro que evidencia que a Valencia le han tomado el pelo, tanto populares como socialistas, y es que sigue pendiente el enlace directo de AVE entre la capital valenciana y Alicante. ¡Es más fácil ir a Galicia! Por su parte, el tramo del AVE entre Tarragona y Valencia ha sufrido reiterados retrasos y sobrecostes, lo que pone de relieve la falta de coordinación en estos proyectos.
Se nos prometen regadíos más eficientes, otro compromiso eterno con menos encarnación en la realidad. El problema del agua en Cataluña dejaría de serlo si, en los grandes regadíos —sobre todo el del canal de Urgell y, en menor medida, el del Ter— se emplearan técnicas modernas en lugar de métodos del tiempo de la ocupación musulmana de riego por desbordamiento.
En el folleto de 46 páginas de La Vanguardia se anuncia la movilización de 1.000 millones, cifra que se repartirá entre 2025 y 2040, es decir, en quince años, lo que equivale a una inversión de menos de 67 millones anuales. Esto es avanzar a paso de tortuga. Y no sirve para paliar las dos próximas sequías que, al menos, se producirán mucho antes del 2040.
Y todo esto por no hablar del escándalo de los regadíos del canal Segarra-Garrigues: aquí la técnica es la adecuada, pero el problema es otro. Una inversión brutal, tanto como llevar el AVE hasta la frontera, para regar unos pocos miles de hectáreas, una operación frustrada y pagada a precio de oro, aunque existían alternativas para mejorar la productividad de lo invertido. Pero ya se sabe, para el político lo importante del dinero público es que de votos o, de lo contrario, que no molesten con sus fracasos.
No se trata sólo de anuncios de retrasos de décadas planteados de forma engañosa, sino también de omisiones notables. Por ejemplo, ni una sola línea se dedica a la gran estación de la Sagrera, una operación que ya ha tomado forma, pero que acumula un retraso de lustros.
Una de las omisiones escandalosas es la necesidad de mejorar y reformar todo el eje viario de la autopista AP-7, que, siendo el eje básico de comunicación de Cataluña por carretera, se ha convertido en una trampa inmensa llena de peligros, costes y retrasos. Por ejemplo, en 2023 un tramo de la AP-7 entre Barcelona y Tarragona se vio afectado por incidentes repetidos que interrumpieron el tráfico durante horas, evidenciando la urgente necesidad de revisión y modernización, y en 2024 ha seguido de forma similar.
El pasado día 3, la autopista se vio cortada por dos graves incidentes protagonizados por camiones, que interrumpieron la circulación durante horas, especialmente en dirección a Barcelona. Los costes que esto implica son extraordinarios.
¿Cómo puede ser productivo un país cuya columna vertebral es una autopista colapsada, como en los peores tiempos de las antiguas carreteras y el boom del 600? No es de extrañar que se multipliquen las víctimas, con trágicos resultados en muertos y heridos, mientras el colapso está muy cerca, ya que un carril está ocupado de forma permanente por un inmenso tren de camiones.
Esto evidencia la extrema contradicción de estos vendedores de humo que nos gobiernan: hablan del cambio climático y de la reducción del impacto ambiental de los automóviles, limitan la circulación en Barcelona, pero la emisión masiva y continuada de CO₂, desde la frontera francesa hasta más allá de Tarragona, por la columna ininterrumpida no se interrumpe de camiones.
Pero ya lo sabremos: se trata de presentar la agenda pública de lo que conviene y olvidar lo que no, como el escándalo de lo que pagamos por IVA a causa de la inflación, aunque éste ya es otro tema.
