No ha sido en 24 horas, pero este miércoles 12 de febrero ha comenzado la cuenta atrás para el fin de la guerra de Ucrania, tal y como Trump se comprometió en su campaña electoral.
La larga conversación telefónica mantenida este miércoles entre el presidente de Estados Unidos y Vladimir Putin parece que deja encauzada la solución definitiva.
Las características del acuerdo que puede llevarse a cabo no son ninguna sorpresa, porque eran las únicas posibles para alcanzar la paz. Rusia mantendrá los territorios ocupados, recordémoslo, que son los que formaban parte del área de lengua eslava y cultura rusa, con una economía volcada en la exportación a este país. Ucrania perderá territorio, pero ganará en homogeneidad y, sobre todo, cesará la sangría que le ha dejado literalmente destruida con el apoyo entusiasta de los gobiernos europeos, la Comisión Europea y la administración Biden.
Que la conversación inicial estuviera entre ambos dirigentes y que sólo después de esta Trump hablara con Zelensky deja claro el orden de prioridades. Estados Unidos no ayudará militarmente para que la guerra continúe, entre otras razones porque ya le ha costado 66.000 millones que han servido para aumentar la destrucción del país, matar o dejar inválida a buena parte de su población masculina adulta, sin conseguir ningún éxito militar.
Eso sí, hubo una resistencia enconada, que además ha mostrado la fragilidad de la máquina militar rusa. Tan frágil es, que ni siquiera ha logrado expulsar una pequeña penetración ucraniana a su propio territorio.
Sin embargo, los líderes europeos nos vienen, día sí y día también, la amenaza de una ofensiva y ocupación rusa de algún otro país europeo. La manipulación llega a límites increíbles.
Con motivo de la conversación con Putin, Trump ha declarado: “Han muerto millones de personas en una guerra que no habría empezado si yo hubiera sido presidente. Pasó y debe terminar. No deben perderse más vidas”. Y añadió: “Tengo la esperanza de que los resultados de esta reunión –se refiere a la negociación con Rusia– sean positivos. Ya es hora de detener esta guerra ridícula, en la que ha habido una cantidad enorme y totalmente innecesaria de muerte y destrucción. ¡Que Dios bendiga a los pueblos de Rusia y Ucrania!”.
Paralelamente, la presencia del secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, en la reunión de la OTAN ha terminado de precisar el escenario que define la administración de Estados Unidos.
En su intervención, Hegseth declaró que veía poco realista que Kiiv entrara en la OTAN y mantuviera todo su territorio. Al mismo tiempo, dejó claro que corresponde a Europa la «patata caliente» de mantener las condiciones de paz en Ucrania y que en ningún caso se enviarán soldados estadounidenses. La garantía de seguridad debe estar apoyada por tropas europeas y no europeas, pero no serán estadounidenses en ningún caso.
Por tanto, la Unión Europea tiene ante sí la obligación de velar por la futura paz de Ucrania. Será interesante ver cómo Sánchez, con un compromiso militar tan exiguo que le coloca en la cola de Europa, afronta en términos reales esta nueva situación que le exigirá un mayor gasto militar.
Trump, para bien y para mal, es un político que cumple lo que dice, algo que en los tiempos que corren, de engaño y doble moral sistemática por parte de nuestros políticos, para nosotros, los ciudadanos, no deja de ser una ventaja, porque al menos sabes lo que tienes delante.
Dijo que cerraría guerras y ha empezado a hacerlo, por eso resulta sorprendente la actitud beligerante del papa Francisco. Se entiende que la Iglesia católica no vea con buenos ojos las expulsiones masivas de inmigrantes, que hasta ahora -se supone que no por falta de ganas- de masivas tienen poco. Pero resultan extrañas las palabras y los gestos de Francisco con Trump, cuando con Obama, que ha sido el presidente estadounidense que más inmigrantes ha expulsado, más de cinco millones, no actuó en parecidos términos.
De hecho, al Vaticano le parecen mal muchas de las cosas que suceden en el mundo. Es lógico, porque su horizonte moral es muy exigente, y por eso es una referencia a nivel global. Al mismo tiempo, su diplomacia es cuidadosa.
No es el caso con Estados Unidos. Ahora mismo, Francisco ha dirigido una carta a los obispos de ese país, especialmente crítica con la administración Trump en el aspecto migratorio, lo que le ha valido una dura respuesta por parte del responsable de las políticas de inmigración de ese país, Tom Homan: “El Papa debería concentrarse en la Iglesia católica y dejarnos a nosotros el control de las fronteras. Tiene un muro alrededor del Vaticano y nosotros no podemos tener un muro alrededor de Estados Unidos”.
Es un signo claro de que esto no funciona bien, acentuado por el hecho de que los últimos nombramientos de obispos han sido sacerdotes que claramente militan en una posición contraria a las políticas migratorias de Trump.
Todo esto contrasta mucho con la actitud prudente que continúa con China, un país en el que la Iglesia católica está prohibida y el poder ha inventado una Iglesia patriótica propia, que impide al Papa nombrar obispos, y que ha establecido unos acuerdos con el Vaticano que en cualquier caso no parecen haber mejorado las condiciones de libertad de los católicos. Y todo esto, más las vulneraciones criminales de los derechos humanos del régimen chino, hoy no merece, obviamente, su aprobación, pero sí un prudente y púdico silencio por parte del Papa.
Da la sensación, a veces, de que Francisco, más que guiarse por razones de necesidad y de moral objetiva, se guía por sus criterios muy personales en relación con lo que no le provoca nada de simpatía.
Es una actitud que también se manifiesta en su día a día dentro de la Iglesia y que ciertamente no favorece a la autoridad indiscutible que tiene el Papa sobre los católicos.
