La intelectualidad falangista se manifestó hegemónicamente desde comienzos de la guerra hasta recibir los primeros envites en otoño de 1940, manteniéndose, además de su apreciable nivel, sobre todo por el peso político de sus representantes en las esferas gubernamentales.
Sin embargo, la situación empezó a tambalearse cuando el principal soporte, Ramón Serrano Suñer, fue objeto de aceradas críticas por parte de las otras familias franquistas. A Serrano se le objetaba su exacerbada ambición en un contexto de creciente facistización con derivaciones militares.
El ejército manifestó su malestar al Caudillo, exigiendo que se recondujeran las prerrogativas de Serrano Suñer a riesgo de presentarle una cascada de dimisiones. Franco reaccionó. Obviamente, a su manera.
Cesó al cuñadísimo al frente de Gobernación en octubre de 1940. También perdieron sus cargos en el departamento de Prensa y Propaganda, Ridruejo y Tobar por sus escritos críticos publicados en Arriba. Pero, transfirió a Serrano Suñer al Ministerio de Asuntos Exteriores y dejó vacante Gobernación (en manos del subsecretario, hombre de Serrano Suñer) todo el tiempo que prudentemente pudo, nombrando entonces al militar Valentín Galarza (mayo de 1941).
Compensatoriamente, Franco aumentó el número de falangistas en el gobierno, designando al “camisa vieja”, Antonio Girón de Velasco, como titular del recién creado Ministerio de Trabajo, y dejó vacante la Secretaría General del Movimiento (ocupada por el teniente general Agustín Muñoz Grandes) hasta la formación del nuevo gobierno (20 de mayo de 1941), designando entonces para el cargo al “falangista acomodado”, José Luís Arrese.
Aletargado el falangismo político, el intelectual se refugió en su “métier”. Como se indicó, Ridruejo se enrolaría como voluntario en la División Azul y a su regreso, como se indicó, comenzaría el distanciamiento con el régimen al enviar una carta al Generalísimo acusándole de desvirtuar el falangismo en general y en particular, el nacionalsindicalismo.
Así las cosas, los intelectuales-políticos de la Falange, perdida por sus correligionarios del Eje la guerra europea, permanecerán en una discreta segunda línea hasta los últimos años de la década en que, a raíz del cambio gubernamental de julio de 1951 en que accede al ministerio de Educación Nacional Joaquín Ruíz Giménez (con el tiempo tildado de “falangista liberal”), intentarán de nuevo escalar al poder.
En este gobierno, de todos modos, Raimundo Fernández Cuesta se mantendría en la Secretaría General del Movimiento y un “falangista acomodado” y pariente lejano del Caudillo, Gabriel Arias Salgado, doctor en Filosofía especializado en Teología, será el titular del nuevo ministerio de Información y Turismo. Ruíz Giménez organiza su equipo con una participación importante de antiguos componentes del Grupo de Burgos.
Así, junto a Joaquín Pérez Villanueva, como Director General de Enseñanza Universitaria, a Jorge Jordana Fuentes, como Jefe Nacional del Sindicato Español Universitario, y contando como Secretario General Técnico con un jovencísimo Manuel Fraga Iribarne, nombra a Pedro Laín Entralgo, que había renunciado a la subsecretaría, rector de la Universidad de Madrid; a Antonio Tovar, rector de la Universidad de Salamanca y a Dionisio Ridruejo, habida cuenta de su condición de notable escritor y periodista, se le encarga que salte a la palestra para batirse en defensa de los nuevos ideales que emanaban del “estrenado” ministerio de Educación Nacional.
Anecdóticamente, Tovar consiguió que en la Universidad de Salamanca (y luego en las demás) pudieran cursarse los estudios de doctorado que hasta entonces y desde la ley Pidal de 1848, refrendada por la de Moyano de 1856, monopolizaba la Universidad “Central” madrileña.
El intento no pasó de ahí, máxime cuando en 1956 Ruíz Giménez sale del ministerio a raíz de la primera e importante revuelta estudiantil. A medida que pasaba el tiempo, una buena parte de los en su día fervientes falangistas irán distanciándose del régimen, adoptando posicionamientos críticos e incluso de franca oposición.
La situación empezó a tambalearse cuando el principal soporte, Ramón Serrano Suñer, fue objeto de aceradas críticas por parte de las otras familias franquistas Share on X