La consecución del poder por parte del feminismo en la mayoría de los gobiernos y culturas occidentales, en algunos casos como el de España, convirtiéndose en ideología de estado, ha conducido a la clara percepción de su fracaso. Mientras se trataba de formulaciones ideológicas puras y duras, que sólo se traducían en el papel y en comportamientos individuales y de determinados colectivos, esto es, mientras no tenía ocasión de verificarse en la realidad, la comprobación de que es una ideología fracasada podía ser motivo de debate intelectual, pero no de verificación empírica. Sin embargo, desde el momento en que se ha traducido en políticas públicas y que éstas llevan décadas aplicándose, ya es posible identificar con claridad la dimensión del fracaso .
Este fracaso se manifiesta precisamente en uno de sus aspectos más relevantes, el que constituye uno de sus emblemas de lucha contra el patriarcado: la violencia sexual contra las mujeres.
Un artículo (21 de diciembre) en “El País”, portavoz ideológico del feminismo en España junto con “La Vanguardia”, presentaba un título bien expresivo: “El feminismo debe ir mucho más lejos” , y tenía la virtud de resumir en pocas palabras: 1) El carácter insaciable de esa ideología. 2) La constatación de su fracaso. 3) La incapacidad para comprender la realidad y, por tanto, de establecer diagnósticos que guarden relación con ella.
Empezaba, sin ser consciente de ello, con el fracaso: “Una agresión sexual grupal por semana es atendida en el hospital Clínic de Barcelona en lo que llevamos de 2024” , y esto ocurre hoy en la ciudad donde viene gobernando de forma ininterrumpida y desde hace casi una década el feminismo más militante, y después de ocho años de alcaldía de Ada Colau, que cuenta con el éxito abrumador de disponer del único Centro para la Nueva Masculinidad de carácter municipal, y posiblemente el único de España. Sin embargo, es la ciudad que presenta una de las tasas más altas de agresiones sexuales contra las mujeres de toda España. Claro que tampoco debería sorprender tanto, porque los datos oficiales son públicos y notorios según el Informe anual sobre delitos contra la libertad sexual del Ministerio del Interior:
En 2016 se produjeron 10.844 delitos que alcanzaron los 21.825 en 2023. En sólo siete años, el doble: un 101,3% más y una tasa anual de crecimiento del 10,5%. Brutal. Con el agravante de que más del 40% se producen en menores, básicamente chicas, aunque representan menos del 20% de la población, lo que indica una prevalencia de los abusos de más del doble que en las adultas.
Pero al parecer este detalle interesa muy poco al feminismo, que es una ideología muy autorreferenciada; de hecho, es un neocorporativismo que sólo presta atención a su grupo formado por mujeres de un perfil determinado y que atiende poco a otras caracterizaciones de la condición femenina, como las mujeres embarazadas –sólo si quieren abortar–, las madres –sólo si son familias monoparentales–, las viudas que no han trabajado por estar dedicadas a tareas domésticas, y las mujeres con condiciones laborales de bajos ingresos, y, por supuesto, las menores.
Sólo merecen atención si pueden presentarse bajo algún aspecto de agravio comparativo con el hombre; nunca en sí mismas. En el feminismo, las desigualdades de clase prácticamente no existen, y la cajera de supermercado tiene como explotador del patriarcado a su compañero que trabaja repostando lines y es compañera de la directora por ser mujer; vamos, una broma.
En España, el feminismo de género se convirtió en ideología de estado a partir del Gobierno de Rodríguez Zapatero, y la primera ley que le otorgó esta importancia fue la de la lucha integral contra la violencia de género, una ley orgánica de 2004. A partir de aquí, y como una tormenta imparable, han venido oleadas de otras normas, pactos de estado, recursos presupuestarios, desarrollos de la administración, sin parangón en toda la historia de la democracia, hasta convertir el feminismo en el núcleo y justificación central del poder del estado. Es el establishment por excelencia.
Su leitmotiv es la existencia de una estructura, “el patriarcado” , que oprime, violenta y mata a las mujeres por el hecho de ser mujeres y que está configurado por los hombres por el hecho de ser hombres. Es un sistema social, político y económico en el que los hombres tienen poder y autoridad dominante sobre las mujeres y otros grupos considerados subordinados, básicamente los LGBTIQ+. Se caracteriza por: 1) La supremacía del rol masculino en posiciones de poder. 2) El control de los cuerpos de las mujeres, la regulación de la sexualidad y de sus derechos reproductivos. 3) La asignación de roles de género: División sexual del trabajo (hombres en el espacio público, mujeres en el doméstico). Y especialmente, 4) Por la violencia estructural: Manifestada en violencia de género, acoso y desigualdad salarial.
Según esta teoría, España vive bajo este régimen pese a casi dos décadas de leyes y políticas feministas, y una de sus principales consecuencias es la violencia sexual. No hace falta ser un analista fino para concluir que, si después de tantos años y acciones desde todos los poderes el fracaso es tan rotundo en materia de violencia sexual, se trata de un fracaso rotundo y cruel que exige una revisión a fondo de todas las políticas desplegadas, por ineficaces y costosas. Pero no, por el contrario, sigue todo igual, sólo que acentuando las políticas fracasadas. ¿Cómo es posible?
La razón es simple y es la misma por la que el régimen económico de la Rusia bolchevique pasó del comunismo forzado inicial a la Nueva Política Económica (NEP), que parecía abandonarlo, y después, ya con Stalin, a otra política económica muy diferente, la de la industrialización forzada, que determinó un gran exterminio campesino. La razón no debe buscarse en el campo económico, sino en las políticas para mantenerse en el poder y acentuar el dominio del partido y de su aparato dirigente.
En el feminismo, la lucha contra la violencia de género es sólo una coartada para ganar poder y mantenerse en ella. Esto explica la censura hacia otros tipos de violencias que se producen en el ámbito de las relaciones familiares, como la que actúa contra los menores o las personas de edad avanzada. Explica por qué los abusos sexuales sólo tienen el foco situado en las adultas y no en las menores, aunque la prevalencia en éstas es, como hemos visto, mucho mayor.
¿Y por qué fracasa el feminismo en la lucha contra la violencia sexual, y ésta crece y crece? —hasta que alcance un techo, por supuesto—. ¿Por qué se extiende entre los menores plenamente educados en el feminismo y aumentan modalidades tan salvajes como violaciones grupales?
La raíz de todo estriba en la concepción de la sexualidad y del sexo que ha desarrollado el feminismo a partir de su segunda generación, la de Betty Friedman y el “movimiento de liberación sexual femenina”, que entendió que esa cosa consistía en equiparar la sexualidad de la mujer a la del hombre, en un deseo mimético de imposible logro, en lugar de buscarlo en la profundización de su caracterización femenina. Esto ayuda a entender el culto religioso al aborto, porque es la apelación final a la falta de consecuencia en las relaciones sexuales, característica exclusiva del macho. El aborto no es la liberación de la mujer; por el contrario, es un homenaje al impulso sexual del hombre sin compromisos.
Y esto explica que el feminismo considere el amor sospechoso, aunque es el factor determinante de socialización y aquél que “domestica” la tendencia innata del hombre a las relaciones promiscuas, fugaces y rápidas; todo lo contrario de lo que exige la satisfacción de la condición femenina.
Por eso, el feminismo tiene bajo sospecha, cuando no excluye, la maternidad como fruto del amor y consecuencia de un vínculo fuerte, lo que coincide con el modelo de relación sexual deseado por el macho: “aquí te pillo aquí te mato”. La separación del coito de todo proyecto en común, hijos, familia, es contraria a la condición afectivo-sexual de la mujer, evitando que el hombre avance en el camino de supeditación de su deseo sexual a un fin superior (algo que afecta a los fundamentos de nuestro sistema económico; pero éste ya es otro tema).
Todo ello, la pareja, la familia, la figura de la novia, esposa, madre, cancelada por el feminismo y sustituida por la mujer “liberada”, que pueda exhibirse, si así lo desea, de forma procaz, sin que nadie pueda levantar la voz a favor del recado como virtud, porque toda virtud ha sido fulminada y la mayoría de los vicios han sido transmutados en presuntas virtudes. El ideal lo resumen en términos vulgares propios de la caracterización intelectual de Irene Montero, cuando como ministra reivindicaba el derecho de las mujeres de volver de noche «solas y borrachas a casa». Porque en el imaginario que pretende imponer el feminismo hay otra de sus muchas contradicciones: la de la mujer desgarbada, sin maquillar, sin un exceso de cuidado corporal, propio sobre todo de las generaciones más antiguas, y la de la mujer empoderada a caballo entre una «líder de la revolución sexual» y una corista; todavía mejor, un tipo así como Shakira o Beyoncé; es decir, un modelo corporal que en catalán podríamos resumir como de “pecho y muslo”, aunque las nalgas parecen haber cobrado una importancia central en el nuevo ideal emancipatorio.
El feminismo de género, en su persecución del hombre, se adelanta bien y favorece la relación lésbica, explicando el crecimiento de esta característica entre las chicas más jóvenes, lo que la ideología del poder favorece en su “educación en la diversidad” en la escuela.
Todo esto explica las contradicciones del feminismo en muchas cuestiones. Cito sólo dos vinculadas al imaginario de la violencia. Una, la dificultad de oponerse y restringir o directamente prohibir la prostitución, en uno de los países más “puteros” de Europa, como muestran algunas aventuras de sus señorías del bloque feminista que tienen escaño en el Congreso. La otra, la incapacidad de afirmar la realidad obvia de que toda pornografía se basa en alguna forma de violencia contra la mujer; es más, incluso en un género tan usual y extendido como el cómic, este tipo de agresión ha crecido hasta convertirse en un género extensísimo y demandado.
Todos estos excesos, contradicciones y fracasos han conducido a la revolución silenciosa que ya alza la voz contra esta ideología de destrucción masiva . no se acogen a su estereotipo de mujer— Otros porque estresa sus vidas y destruye sus sueños. mantiene una confusión muy beneficiosa para el feminismo, fruto de presentarlo como un simple tema de igualdad de derechos entre hombres y mujeres, algo que la inmensa mayoría de la gente compartimos… en Occidente Es como si dijéramos que el comunismo pretende la justicia social para todos los seres humanos.
Pero el feminismo, como el comunismo con esa aparente idea, persigue algo muy distinto, como ya hemos apuntado más arriba. Esto explica, por ejemplo, según la última encuesta del Centro de Estudios de Opinión de la Generalidad de Cataluña (CEO), que mientras el 90% de la población se declare partidaria de esta igualdad, sólo el 45% se declare feminista, el 36% de los hombres considere que se ha ido demasiado lejos—que es una pregunta formulada en favor de responder que no—, magnitud que crece hasta el 54% entre los jóvenes de 16 a 24 años y se reduce en los mayores de 64, los jubilados, al 29%. Quien surge ahora en la sociedad en una vida relacional, de estudios o trabajo, percibe en su propia piel las consecuencias de esta ideología, mientras que quien ya vive en la tranquilidad –más o menos– de la obra hecha y de la pensión se muestra más favorable. ¿Es una contradicción—y van?—. Los chicos educados por el poder y la cultura en el pensamiento único feminista lo rechazan; los hombres antiguos, nacidos y formados en el presunto patriarcado, lo asumen.
Es una ideología fracasada pero que mantiene y acrecienta su poder, por la misma lógica que los partidos independentistas de ERC y Junts se mantienen en el independentismo sin pretender alcanzar nada. Es un tótem que unifica—cada vez menos—sirve para su poder, pero no para resolver nuestras cuestiones, las de todos, y, por tanto, también las de las mujeres, las de todas, solteras y casadas, madres y viudas , adultas y menores.