Ha sido vicepresidenta durante tres años y medio, pero en realidad sabemos muy poco de ella. Es una característica que compartimos con un tercio de los estadounidenses. Sabemos, eso sí, que su valoración hasta convertirse en el caballo demócrata era peor que la de Biden, que era ya muy mala, y que había tenido fracasos clamorosos, como el encargo de abordar el problema de la inmigración.
Ahora ha pasado a ser la gran esperanza de los demócratas que intentan construir la reencarnación del mito Obama, un Premio Nobel de la Paz que tenía tres guerras en curso cuando le concedieron el galardón, y que continuó con desaciertos totales en cuanto a sus resultados. Sabemos que Harris ha obtenido su nominación sin ganar ni un solo voto en unas primarias, sencillamente porque el defenestrado Biden la señaló como sustituta y, por falta de tiempo, se fraguó una gran unanimidad en torno a ella.
El espíritu de supervivencia demócrata hizo ver que no era el momento de buscar al mejor candidato.
Harris, hasta ahora, no ha concedido entrevistas ni ha dado ninguna gran rueda de prensa. Se ha limitado, básicamente, a dos discursos: uno sobre temas económicos y el discurso de aceptación de 35 minutos muy trabajado (estuvo días encerrada en un hotel cercano a la convención demócrata para integrar bien el texto en su persona). Un texto preparado por el antiguo responsable de los discursos de Barack Obama, Adam Frankel, miembro del equipo de expertos de Harris que también incorpora al antiguo director de campaña de Obama, David Plouffe.
Estos 35 minutos dijeron muy poco de su política; más bien hizo valer su condición de mujer y de hija de inmigrantes jamaicanos e indios, presentándose como la encarnación de la diversidad americana. También se presentó como persona favorable a la familia de la clase trabajadora. Han aprendido que la visión de muchos votantes de la élite demócrata es muy perjudicial. Transformaron la visión catastrófica de Biden de salvar a la democracia en una línea más obamista de esperanza y alegría sin abandonar, como es lógico, el ataque a Trump.
Algunas encuestas le dan ahora una ligera ventaja; de hecho, un empate técnico que está por ver cómo se resuelve, porque ella vive ahora un periodo irrepetible como el que tuvo Trump tras el debate con Biden y el atentado. Harris ha estado disfrutando de una gran cobertura mediática y de la adulación de los demócratas, y de lo que puede significar ser la primera mujer presidenta de EE.UU. Y aquí hay que hacer un inciso: los mejores atributos que se le exigen son éstos —ser mujer, ser de color, es decir, no blanca, y ser multirracial, es decir, no anglosajona ni siquiera europea.
No vamos bien cuando la raza y el sexo son virtudes, como tampoco lo vamos cuando son sólo defectos. Estas características, el aborto y el feminismo son los ejes fuertes de su campaña. De hecho, buena parte de la actual contienda electoral girará en torno al aborto.
Antes de la toma de posesión, dio un único discurso de carácter económico con resultados más bien dudosos. Harris necesita acercarse o superar en ese terreno la ventaja que tiene Trump. Pero sus pronunciamientos, sobre todo por la prohibición federal «de precios abusivos en alimentos y combustibles», que sería una apuesta clásica de Yolanda Díaz en España, chocaron con muchos economistas que oscilaron entre considerarla demagógica o equivocada.
El problema es, en cualquier caso, la inflación, más que la existencia de una conspiración perversa para subir el precio de los alimentos. En realidad, no puede hacer desaparecer el hecho de que forma parte de la administración Biden, para lo bueno y para lo malo, ni tampoco puede ignorar, cuando vende su discurso de renovación y esperanza, que los demócratas han gobernado la mayor parte del tiempo de los últimos dieciséis años.
Todo esto jugará en su contra a lo largo de la campaña, como también lo hará su fracaso en el ámbito de la inmigración. Hasta ahora, ha evitado entrar en problemas como el de la guerra de Gaza, que divide a parte de los demócratas. Basta recordar que, mientras el ejército de Israel sigue masacrando a Gaza, el gobierno de Biden, del que Harris forma parte, ha aprobado una nueva venta de armamento a Israel por valor de 20.000 millones de dólares, sin que esta dependencia militar le otorgue, en la práctica, ningún ascendiente al gobierno de Washington para detener la ofensiva israelí.
Harris, si llega a la presidencia, sería, aún más que Obama, una ignorante de la política exterior y, sobre todo, en relación a Europa. De hecho, éste es el flanco que presenta más interrogantes, visto desde fuera de EEUU. Con Trump podemos tener una garantía razonable de que no quiere guerras y que tiende a liquidarlas.
Con Harris, de una debilidad extraordinaria en política exterior, lo que sabemos es que estará en manos del grupo de presión judío (su marido es un importante miembro de esta comunidad) y del lobby armamentístico militar, que sabe que, en el peor de los escenarios posibles en Ucrania, las bombas nucleares tácticas quedarían reducidas en Europa.