La emergencia de la derecha radical o extrema significa, en muchas interpretaciones, un peligro para la democracia. No está nada claro por qué es más peligroso Agrupación Nacional y sus planteamientos que los de Mélenchon y su Francia Insumisa, pero en fin, éste es un detalle entre otros más. Hay hechos más pesados. Estos partidos no llegan al gobierno ahora, ni en un solo país. Durante años han gobernado en Polonia, donde han perdido el gobierno y, por tanto, ha habido alternancia a manos de una amplia coalición dirigida por Tusk. La evolución de Polonia durante estos años, desde el punto de vista social y económico, es positiva como señalan los indicadores.
En Hungría todavía llevan más tiempo gobernando. En Italia, mucho más reciente, el gobierno de Meloni es ya, en parámetros italianos, un modelo de estabilidad. Y no ocurre nada especial. Gobiernan en Chequia, lo han hecho en Austria, acaban de formar gobierno en coalición con tres partidos, uno de ellos el liberal, en Holanda, han gobernado en Finlandia, han formado parte de la mayoría parlamentaria en Suecia, etc. Que sepamos, nada de todo esto ha alterado la democracia de estos países, a no ser que podamos pensar que el Tribunal Constitucional español es mucho más independiente que el italiano, por ejemplo.
Sí, la democracia está en peligro, pero viene de la mano de las políticas de quienes vienen gobernando. Un artículo del reconocido economista Daron Acemoglu, autor del best-seller “Por qué fracasan los países”, en el suplemento de economía de El País del 30 de junio, tiene un título bastante definidor: “Si la democracia no favorece a los trabajadores, va a morir”. Su tesis es que la crisis de la democracia en el mundo industrializado se debe a que no cumple con lo prometido. En relación a EEUU, el ingreso real ajustado por la inflación señala que la media de ingreso se ha mantenido casi igual desde 1980. No tan acentuado, pero también algo similar ocurre en la mayor parte de Europa. Hoy, el salario medio se sitúa prácticamente en el mismo nivel que en el inicio de la crisis financiera, es decir, en 2008, y sólo un 5% por encima del año 2000.
Otra forma de verlo, referido al caso de España, es que, a pesar de los récords de contratación y altas en la Seguridad Social, resulta que cada vez hay más personas pobres que trabajan y deben recurrir a los Bancos de Alimentos y Cáritas para poder sobrevivir. Se suponía que el modelo democrático creaba empleo, estabilidad y bienes públicos de calidad porque esto fue lo que hizo después de la II Guerra Mundial y por lo menos durante los denominados “30 gloriosos años”, pero esta característica se ha ido difuminando y ha petado a partir del 2008 con la crisis financiera que ya eliminó todo sentido de la justicia social y muchos votantes llegaron a la conclusión de que a los políticos les interesaban más los banqueros que los trabajadores.
Todo esto lo dice Acemoglu, no yo. Citando un reciente estudio del economista Acemoglu, señala que el apoyo a las instituciones democráticas se produce cuando hay crecimiento económico, gobierno sin corrupción, estabilidad social y económica, servicios públicos y bajos niveles de desigualdad. Pero cuando esto no se da, la democracia se resiente. Acemoglu afirma: «los líderes democráticos están cada vez más desconectados de las preocupaciones más profundas de la población» y señala un caso concreto que seguramente escandalizará a todo un sector del electorado, el que apoya a los Comunes, a Sánchez, a ERC , etc. Dice: “a los responsables políticos también se les escapó en alguna medida la turbulencia económica y cultural que causa la inmigración a gran escala; en Europa, una porción significativa de la población expresó su preocupación por la inmigración masiva durante la última década, pero los políticos centristas, especialmente los líderes del centro y la izquierda, se retrasaron al tomar cartas en el asunto” . También augura que los problemas se multiplicarán a causa de la IA y la automatización. Y señala un consejo: “dar prioridad a los trabajadores y ciudadanos comunes por encima de las multinacionales y los bancos”, línea que, por cierto, es una de las que ha venido siguiendo Orbán en Hungría.
Quien no quiera verlo es un problema, en todo caso, de oculista, pero queda claro que hay cinco factores críticos que los partidos del actual establishment político no asumen bien: el deterioro del poder adquisitivo de los sectores de menores ingresos y de una parte de la clase media, la seguridad, la inmigración, la destrucción de la identidad, de la que sólo se reconoce el LGTIQ, y el convencimiento de que los políticos no nos hacen caso.
En estos puntos existe el riesgo para la democracia y no en que gobierne Meloni, Orbán u otros dirigentes de la derecha alternativa.