No se puede entender el pensamiento, la acción política de Pujol sin prestar atención a su exigencia interna con el compromiso. Pertenece a una generación en la que era efectiva la afirmación de que creer es comprometerse en lo que considera esencial, necesario. Su forma de entender la realización como persona tiene, como hemos visto en los textos precedentes, estrecha relación con su especial concepción sobre la nación y el nacionalismo, entendido como compromiso con una comunidad constituida por una voluntad de ser y uno legado histórico, cultural y lingüístico que se concreta en el caso de Cataluña.
El nacionalismo y la moral política de Pujol se encuentra tan alejada del lenguaje al uso, que necesitaría, incluso para expresiones sencillas, continuas referencias al sentido que tienen Maritain, sobre todo, y más aún Mounier. Su visión del hombre es muy peguyiana, pero cruzado, porque quien le asume es un hombre que lee y entiende la forma de razonar de Josep Pla, aunque no comparta para nada su trayectoria política.
El compromiso genera empuje y un enorme tensor interno que propicia, por ejemplo, su mítica capacidad de trabajo, que desborda, sobre todo al principio de su labor en la Generalitat, sus propias disponibilidades de tiempo, por lo que programa reuniones simultáneas o casi, lo que desde el punto de vista institucional genera problemas. De hecho, esto es lo que hacía en Banca Catalana y tardó un tiempo en adaptarse a las formas que exigen la presidencia de la Generalitat. Puede trabajar 12, 14 horas diarias con escasas interrupciones, día a día, y dedicar después el sábado y el domingo a visitar poblaciones. Pujol es el único presidente de la Generalitat que ha recurrido literalmente toda Catalunya en más de una ocasión y que ha visitado todas sus poblaciones una a una.
Su vida personal está llena de renuncias, que él mismo no considera como tales, aunque vistas desde fuera lo parecen. Y el propio Pujol da razón: “todo lo que he hecho siempre -clases de catalán, revistas, iniciativas culturales, pintadas, poner banderas, ir a la cárcel, iniciativas financieras importantes y, finalmente, la política-, todo esto es lo mismo. A veces tocaba ir a prisión y en ocasiones a un consejo de administración. He estado en la oposición, modestamente y he llegado a ser presidente de la Generalitat. Siempre he hecho lo mismo (…) Todo esto da sentido a mi vida”.
Compromiso y capacidad de trabajo serían los dos perfiles de la forma de ser y hacer de Pujol.
Hay un tercero, que el paso del tiempo puede haber debilitado, pero que incluso ahora, después de tantos años, sigue vivo, y es la capacidad de diagnóstico de la realidad del país, de acuerdo con su perspectiva, de lo que no siempre sigue un actuar en consecuencia. Se podría decir que su exigencia conceptual es mayor que su traducción en la práctica, aunque esto no es una característica especial de Pujol sino común en la mayoría de todos nosotros.
Lo que sucede es que la dimensión de su exigencia comporta una práctica que, medida en relación a los baremos de la media de nuestros políticos, es excepcional. Algo que, unido a su capacidad de diagnóstico, explica la magnitud y difícil repetición de sus logros políticos. Cuando se trata sobre el “gen convergente”, de la recuperación de CDC, se fija la atención en el resultado final del producto, pero no en las condiciones que la hicieron posible: el liderazgo excepcional de Pujol y con un acompañamiento de destacados dirigentes políticos de su partido, Trias Fargas, Miquel Roca, Josep Maria Cullell, Macià Alavedra, Lluís Prenafeta y bastantes más. Todo ello un conjunto humano de difícil equiparación. Hoy ni Pujol ni la gente que le acompañaba tiene equivalentes. No puede revivirse miméticamente CDC.
Esta capacidad de diagnóstico puede constatarse en su conferencia de 2005 de 14 de febrero en ESADE. Ya no era presidente de la Generalitat. Hacía un año que había cedido el relevo, pero el sucesor designado, Artur Mas, había sido derrotado en su aspiración de ganar la presidencia, por Pasqual Maragall y el tripartito de socialistas, republicanos e Iniciativa per Catalunya.
Regresó 30 años después al mismo sitio y a la misma sala con la vocación de hacer un balance del tiempo transcurrido, pero sobre todo para referirse a algunas cuestiones del país que le preocupaban y que poseen una gran actualidad.
Pujol señalaba que Cataluña vivía un período particular, una situación política diferente -referencia de paso e indirecta al cambio de gobierno en la Generalitat- marcada por los efectos tecnológicos revolucionarios y también económicos de la globalización, por la inmigración, que por su dimensión afectaba al modelo social y más aún, decía la identidad como país. Cataluña vivía en un marco de ideas y sensibilidades cambiantes que hacían del momento algo extraordinariamente decisivo y complicado «probablemente lleno de promesas, pero también de riesgos «.
Afirmaba que el actual pensamiento dominante, al que llama políticamente correcto, «no nos salvará, ni nos proyectará, ni evitará que nos varemos» . Y decía que aquellos grandes retos tecnológicos, científicos, de desarrollo vertiginoso, de los flujos migratorios no encontrarán en la sociedad los valores y actitudes adecuadas, porque esta sociedad está secuestrada por las estrategias teatrales que exigen un juego social de quedar bien con todos. Denuncia al mundo político, sobre todo, pero también al mediático e incluso al académico, porque se dicen cosas en las que no se cree o lo que se cree no coincide con las cosas que el partido o el gobierno proclama. Esto ocurre en una serie de cuestiones que afectan a nuestro futuro, en la enseñanza, en la inmigración, en la política de la familia, en el medio ambiente y en general en los temas de los valores de la solidaridad, incluso en la política de la vivienda.
Leído con la perspectiva de casi 20 años, en su discurso y diagnóstico se pueden encontrar los embriones, los vectores iniciales de todo lo que se ha ido dañando en Cataluña en los dos últimos decenios, si bien parte de ellos vienen de mucho antes, del mismo período de Pujol. No puede ser de otra forma cuando se ha gobernado con las limitaciones que se quiera, pero gobernado, un país durante tanto tiempo.
En su intervención de 2005 en ESADE, Pujol sitúa uno de los ejes del problema del país en la “moral de la desvinculación, del no esfuerzo, de la insinceridad, la renuncia a no preocuparse por el futuro del país, el desánimo ante los grandes retos. Todo esto ha llevado a una crisis de responsabilidad tanto moral como colectiva”.
Y la respuesta al problema es “una pedagogía de la responsabilidad ”… «porque si algún objetivo vale la pena que nos fijemos es el de la sociedad responsable. Se habla de la sociedad del bienestar, del progre. De sociedad lúdica. Bien, según cómo, de sociedad opulenta, pero lo que realmente necesitamos es la sociedad responsable”.