En un contexto donde los gobiernos insisten en la necesidad de reforzar las capacidades militares del Viejo Continente y de preparar a la población ante la amenaza que supone Rusia, la realidad a la que hacen frente las fuerzas armadas de toda Europa es que lo que más falta no es dinero, sino soldados.
A pesar de haber lanzado en 2022 un enorme plan de inversión en defensa, Alemania fue el año pasado totalmente incapaz de expandir sus fuerzas armadas en cuanto al personal que le sirve: la Bundeswehr sufrió una pérdida neta de 1.537 militares, quedando reducida a algo más de 181.500 efectivos, la mayoría de edad avanzada.
Cuesta ver cómo la tendencia podrá revertirse antes del 2030, fecha en la que el canciller Olaf Scholz había prometido unas fuerzas armadas de 203.000 miembros.
Por su parte, Reino Unido tiene un déficit anual de reclutamiento que calcula en 1.100 soldados, el equivalente a dos batallones de infantería enteros.
La orgullosa Royal Navy sufre particularmente sus consecuencias, ya que es incapaz de completar sus tripulaciones hasta el punto de que le “sobran” navíos de guerra. Su déficit de personal incide también en la sobrecarga de trabajo que sufren los marineros a bordo de los barcos operativos, y que se ha apuntado que es indirectamente responsable de una serie de recientes accidentes en el mar.
De hecho, en 2023 la marina de guerra británica sufrió su peor campaña de reclutamiento de la historia, con un 22% menos de nuevos miembros. Este bajón brutal, que también encontramos replicado aunque en menor porcentaje en las armas de tierra y del aire, se produce precisamente en plena escalada de tensiones con Rusia a raíz de su invasión de Ucrania.
La otra potencia militar europea, Francia, está particularmente preocupada por la retención de los militares porque siguen haciendo carrera en el seno de las fuerzas armadas.
El ministro de defensa francés, Sébastien Lecornu, ha alertado recientemente de que los soldados franceses dejan las filas de media un año antes de lo habitual. Lecornu ha hecho presentado un plan de incentivos para los militares en activo que incluye una subida de sueldos y de pensiones, así como facilidades a las familias, incluyendo ayudas al alojamiento y al cuidado de los niños.
Por lo que respecta a España, la situación de algunas unidades clave es igualmente complicada. Hace unos meses surgió en la prensa especializada que la unidad de élite de la Armada, la Fuerza de Guerra Naval Especial, se había quedado sin candidatos que hubieran superado el durísimo proceso de selección. Este año se han previsto plazas para ingresar en esta prestigiosa unidad en convocatoria abierta, un hecho inédito que deja claro que no sólo existe un problema de cantidad, sino también de la calidad de los aspirantes a militares.
En el ámbito político, varios países europeos, entre ellos Alemania y Croacia, miman la idea de reintroducir el reclutamiento obligatorio. Una solución no sólo muy onerosa y difícil de aplicar, sino que históricamente ha buscado objetivos más políticos que militares, como el refuerzo de los lazos nacionales.
En cualquier caso, resulta evidente que la mentalidad de los europeos y en particular de su juventud está en las antípodas de la preparación para el eventual conflicto bélico que tanto preocupa a la Unión Europea y a los gobiernos del Viejo Continente. Algo que no debería extrañar porque estas mismas instancias llevan décadas fomentando una cultura que es del todo opuesta a los valores de la vida militar, como disciplina, lealtad, fortaleza y capacidad de sacrificio.