Toda política debe evaluarse por sus resultados, aunque los gobiernos nos quieran acostumbrar a evaluarla por lo que gastan. Nos quieren hacer creer que a más gasto vamos mejor, lo que en algunos casos es cierto, y en otros es puro y simple engaño. En todas las políticas de feminismo de género que se han desarrollado desde Rodríguez Zapatero, se pueden incluir en ese adjetivo y también en el de fracaso.
Empecemos por el capítulo más fluctuoso: el de los feminicidios de pareja, el caso más extremo de violencia de género. En 2023 se produjeron 57 de estos homicidios, la mayoría calificados penalmente de asesinatos. La media en lo que va de siglo es de 58 homicidios. Y, por tanto, a pesar de que las leyes que se han ido desencadenando desde que se aprobó en el 2004 la ley contra la violencia de género, no han logrado mover ni un centímetro esta lacra expresada en víctimas mortales. Es más, a principios de siglo, en 2001, el número de víctimas era de 50. Hay que añadir, para reflejar exactamente los datos, que a partir de 2015 aquella media para las dos décadas es menor y fluctúa en torno a las 50 muertes. Es decir, las mismas que en 2001. Más constatación del fracaso es imposible.
Además, habría que ver si esta magnitud es realmente reducible o no, por mucho gasto que se haga, porque es evidente que el homicidio cero no existe, y este hecho viene acompañado por el dato que España es de Europa y, por tanto, del mundo, uno de los lugares en el que se lleva a cabo en menor medida el homicidio de género. En todo caso lo que es evidente es que la ingente cantidad de dinero no ha servido para nada si nos atenemos a los resultados. Y el hecho de que se siga haciendo lo mismo y gastando cada vez más resulta literalmente un escándalo y cabe preguntarse el porqué.
Pero antes de dar la respuesta digamos que, si en lugar de observar los homicidios lo que miramos son los datos sobre las órdenes de protección, constataremos que éstas siguen una pauta de fluctuación de bajadas y subidas a lo largo del tiempo. En 2008 se realizaron 30.000, la cifra más alta de las dos décadas. Pero en 2013 y 2014 no llegaban ni a 20.000 y volvieron a elevarse hasta 2019 cuando se aproximaron a esa cifra máxima. Después volvieron a reducirse y a aumentar. No existe en ningún momento ninguna tendencia de reducción, lo que también obliga a una reflexión.
Esta reflexión no podría perder de vista la comparación con los demás países de Europa. Un estudio muy importante de la Universidad de Granada llevado a cabo por M. Paz Bermudes y Montserrat Menéndez, publicado en 2020 con un título bien explícito, “Análisis epidemiológico de la violencia de género en la Unión Europea”, que contempla según el tipo de violencia (física, sexual, psicológica y económica) la referencia en 28 países que formaban parte de la UE, por tanto con el Reino Unido incluido, señala que en las 4 violencias, España ocupa el último o penúltimo puesto entre los 28 países. Los países que registran menor incidencia son, además de España, la mejor de todas, Croacia, Eslovenia, Polonia, Malta, Irlanda e Italia. Todos ellos comparten la condición de que su base cultural es fundamentalmente católica y éste es un añadido que habría que tomar en consideración. Mientras que los países que presentan mayor incidencia (Dinamarca, Reino Unido, Finlandia y Francia) son países que no pertenecen a este ámbito cultural.
Todo esto exige debate y revisión de las políticas actuales, porque si pasamos de este tema central en las políticas del feminismo de género, como es la violencia, a otro clásico que es el de la brecha de género en los estudios, dado que las mujeres tienen una proporción más baja en titulaciones universitarias como las matemáticas, física, informática o las telecomunicaciones, constataremos otro fracaso grandioso inexplicable. A finales de siglo, por ser más concretos en 1996, el 52,5% de los estudiantes de matemáticas eran mujeres. Hoy son sólo el 36%. En física hemos pasado de una cifra a principios de siglo del 30% al actual 27%. En telecomunicaciones también ha descendido del 25% al 23%. Y en informática la caída ha sido aún más espectacular, del 21% al 13%.
Es decir, desde que imperan con intensidad las políticas de género para que las mujeres estudien carreras más científicas, el resultado señala que se logra absolutamente lo contrario, hay menos ahora que cuando no existía esta presión ambiental y campañas de este tipo. ¿Nadie se sentirá llamado a reflexionar el por qué se produce esta grave anomalía?