Barcelona ha quedado colapsada por 2.000 tractores en un hecho histórico en el que el campesinado ha ocupado y bloqueado literalmente la capital de Cataluña. Nunca se había producido, y demuestra dos cosas: profundo malestar y capacidad de movilización.
Muchos de estos agricultores han estado 5, 8 o hasta 10 horas conduciendo el tractor por la carretera y muchos han pasado la noche al raso en la ciudad. Es un esfuerzo muy grande. Tanto más si se considera que nadie les paga el sueldo y que manifestarse con tractores representa un fuerte gasto. Es de toda lógica pensar que deben estar muy afectados para llegar a esta situación.
En un anterior punto clave resumimos el conjunto de los principales problemas que han generado esta oleada de indignación y demostración de fuerza campesina. Pero todos ellos tienen un denominador común: se trata del menosprecio. Hace años que tanto agricultores como ganaderos se quejan siempre de los mismos problemas. El resultado hasta ahora ha sido multiplicarlos por parte de las administraciones. Un elemento simbólico en el caso de Cataluña explica muy bien de qué palo van los que gobiernan: en Cataluña no existe departamento de Agricultura y Ganadería. Fue sustituida su denominación por la de acción climática. Y ese cambio refleja la mentalidad con la que los urbanistas del Palau de la Generalitat enfocan los problemas agrarios.
Hay tres elementos nucleares en este conflicto. Y los tres dependen de la plaza Sant Jaume, de la Moncloa y de la Comisión Europea, en partes diferentes, pero todos ellos corresponsables de la derrota del campo.
- Uno es el de la injusticia en las medidas. Es injusto tratar de forma desigual. Se llenan la boca de inclusión, de valorar la diferencia y, a la hora de la verdad y en relación con el campesinado, lo que hacen es excluirlos de toda consideración y no contemplar su especificidad productiva y de forma de vida. Es injusto exigir grandes limitaciones por razones ambientales al campesinado europeo y permitir la entrada de productos agrarios de países que están muy lejos de estas restricciones. Hasta que esto no se reequilibre, el mundo agrario europeo tenderá a desaparecer. En un ámbito más específico, las medidas y compensaciones sobre la sequía no guardan proporción entre cómo se trata en el sector turístico y cómo se trata en el mundo agrícola y ganadero.
- Un segundo factor es el de la transición energética. Bruselas, con gran alegría de los urbanitas cosmopolitas de la Moncloa y el Palau de la Generalitat, despliega políticas que son insoportables para descarbonizar la producción, que no están adaptadas a la realidad ni siguen ritmos asumibles. La industria en parte lo resuelve a base de deslocalizarse en otros países, pero los agricultores y ganaderos no pueden y son el pozo del fondo que va quedando sepultado con más y más restricciones. Esto debe acabar. Los costes de la descarbonización deben aplicarse de forma justa y equitativa.
- La otra gran cuestión es la burocracia. No es un mal exclusivo del campesinado. Los médicos, los maestros, la universidad, todos están ahogados por la ola burocrática de los mandatarios de la administración, que sólo saben generar trámites sin emplear ni un gramo de su inteligencia a simplificarlos. Pero donde esto se vuelve más grave es en el mundo agrícola, que ha ido multiplicando las tramitaciones administrativas. De hecho, está tan intervenido que sólo la hora del almuerzo queda excluida de constar en alguno de los múltiples papeles que deben desempeñar. Y aquí la Generalitat iba a tener un gran papel porque hemos llegado a una situación monstruosa literalmente.
El departamento de Acción Climática, depositario de la responsabilidad de la agricultura, la ganadería y la pesca, tiene 5.720 funcionarios y en Cataluña hay sólo 17.921 agricultores a plena dedicación. ¡Tenemos 1 funcionario para cada 3 agricultores! De hecho, se le podría llevar el desayuno a la cama a cada campesino y sobrarían horas de función pública. La organización agrícola de Cataluña sigue viviendo de las rentas de las transformaciones realizadas en la segunda mitad de la década de los 80 y desde entonces ha llovido mucho a pesar de la sequía. Ya es hora de cambiar y lo que hace falta es aprovechar este volumen de funcionarios para crear unidades de apoyo a la gestión administrativa de los campesinos. Que sean los propios funcionarios quienes resuelvan la mayor parte de esta burocracia y seguramente así tendrían además un estímulo para racionalizar los procedimientos. Con menos de 18.000 agricultores a plena dedicación, los recursos de todo tipo de la Generalitat deberían dirigirse a hacer un traje a medida para cada explotación.
Otro factor nada menor es que la organización ha sido básicamente espontánea. Los sindicatos agrarios van detrás de los campesinos, no han sido los autores que han traído a 2.000 tractores a Barcelona. Y éste es otro hecho significativo, como lo es el silencio y la ausencia total de presencia de los partidos políticos. En todo este revuelo, ¿dónde está Junqueras? ¿O Illa? ¿O Colau? ¿Dónde están todos los dirigentes que día sí día también salen en los telediarios? ¿Por qué se esconden? Y que decir del alcalde de Barcelona, que en un colapso anunciado y producido, el alcalde es la gran figura ausente.