Recordamos una evidencia. Tarragona recibe ya agua del Ebro, 4 m3 por segundo. ¿Es un trasvase? En el sentido físico del término, sí. Pero no lo es si se piensa si estos 4 m3 se han detraído del agua que pasaba por el río antes de que se efectuara la obra.
La operación realizada es muy sencilla. Los regantes tienen una determinada concesión de agua que utilizan, pero que el mal estado de sus canales hace que en gran parte se pierda sin utilidad para ellos. Lo que se hizo fue mejorar estas canalizaciones y de esa acción surgieron 8 m3 por segundo, que antes se perdían por las rendijas. La mitad de esa cifra es la que se destina a Tarragona y la otra ha mejorado la disponibilidad de los regantes. Y la dotación que circula por el Ebro es la misma de siempre. Cuando, como las Cortes de Aragón, acuerdan oponerse a un trasvase del Ebro están haciendo un brindis al sol porque su oposición es innecesaria.
Lo que hay que hacer es mejorar la eficiencia de las acequias del Segre, del Ebro y del Noguera Pallaresa, sobre todo. Porque presenta unas cifras extraordinariamente altas de regadío por anegamiento, el riego a manta, el mismo sistema que utilizaban los árabes, que estropea mucha más agua que cuando se utilizan sistemas como el riego localizado y el de aspersión.
Por ejemplo, en el Segre el 55% de las hectáreas son regadas a manta, en el Ebro el 40%, en el Noguera Pallaresa el 68%, y en el Noguera Ribagorçana el 36%. Para situar una referencia, recordemos como he dicho otras veces que la media española está en un 22%, por lo que el margen de mejora es espectacular. Y esto liberaría una cantidad de agua extraordinaria. Basta con pensar que el riego del Urgell son casi 63.000 hectáreas.
Pero es que algo parecido ocurre con el Ter, donde el 43% del regadío es a manta y en la Muga el 49%. Incluso en el Llobregat el riego a manta llega a ser casi de la mitad, así como en las rieras de la Costa Brava. Lo que se necesita es que la Generalitat invierta para ayudar a los campesinos a hacer su riego más eficiente. De esta forma ellos ahorrarán en el coste del agua. Mientras que la amortización de la inversión hecha debe ser lo suficientemente reducida para que resulte atractiva y ésta es la actuación de la Generalitat.
Por cada euro que se gaste en ello se obtienen varios beneficios. Una agricultura más eficaz, sostenible y competitiva, un menor consumo de agua y la posibilidad de dedicar una parte, sólo una parte, de este excedente a mejorar los recursos de los territorios en los que hoy falta agua. No parece tan difícil. De hecho, es también una vieja historia que nunca ha empezado y que señala que el déficit decisivo de Catalunya no está en el agua de lluvia, ni en el dinero de que disponemos, ni en cualquiera de estas consideraciones. El déficit que nos estrangula es disponer de políticos buenos, ya no digo excepcionales. Bastaría con que fueran sencillamente normales.
Basta con recordar lo que apuntaba en el artículo precedente. En plena situación de grave sequía el pasado diciembre, la Generalitat dedicó casi 2.000 millones de euros en publicidad para hacernos consumir menos agua, cuando en realidad el estándar de consumo de Barcelona y su área metropolitana era ya muy reducido en términos comparativos, que son los que importan. Al mismo tiempo, tuberías de agua procedentes del Ter han continuado perdiendo miles y miles de litros al día por falta de las obras de mantenimiento necesarias.
¿Cómo es posible actuar de esta forma? Pues porque nuestros políticos prefieren gastarse dinero en publicidad que se ve, aunque sea perfectamente innecesaria, antes que dedicarse a tapar agujeros de las tuberías que es una tarea que nadie puede “admirar”.