Vivimos en un país en el que los poderes públicos tienen en la lucha contra la violencia de género uno de sus emblemas principales, al tiempo que funciona a toda máquina y sin limitaciones la pornografía y también la prostitución, que son factores generadores de este tipo de violencia. Ahora los sectores cercanos a los que mandan ante las abrumadoras consecuencias comienzan a caer del burro. El problema es que lo hacen de una manera con la que nunca van a resolver la cuestión.
Un ejemplo de este enfoque es el artículo de Carlota Gurt en el suplemento en catalán de El País “Quadern” del domingo 1 de octubre. Escribe sobre el primer capítulo del programa de TV3 “Generació porno” y afirma que “aún no se ha recuperado” del impacto que le ha causado. Por lo visto, ahora se entera de que el primer contacto con el porno se produce entre los 8 y los 10 años y señala que el porno gratuito presenta una sexualidad violenta contra las mujeres y prácticas y cuerpos alejados de la realidad.
Quizá habría que añadir que esta característica no es propia sólo de los accesos gratuitos, sino que los de pago ofrecen amplísimas posibilidades y de gran dureza también en esta materia, porque la realidad pura y dura es que la mayoría del porno se basa en algún tipo de violencia, de parafilia, de prácticas sadomasoquistas.
Constata algo bien sabido que es que el porno en adolescentes distorsiona sus expectativas sexuales, porque no están, detalla, psicológicamente preparados. Y aquí es necesario formular otra observación porque este tipo de reflexión conduce a una deriva que falsea las soluciones. Es considerar que si eres adulto ya estás psicológicamente preparado y el problema desaparece. No es así. El porno crea dependencias, las imágenes generan gratificaciones que cuando se consolidan mínimamente piden más y más y asiduidad como cualquier otra dependencia. Ésta es la razón de que la pornografía sea el primer negocio en la red por encima de todos los demás porque muchos adultos están dispuestos a pagar todos los días para acceder a ella, a pesar de la disponibilidad de páginas gratuitas. No hay nadie inmune. Sí que es cierto que el adolescente presenta problemas más graves por la distorsión que ocasiona sobre ellos. Constata que ésta es una sociedad enferma y que todos somos responsables, que el debate sobre la pornografía es necesario porque se han superado todos los límites y sitúa dos ejemplos: el intercambio de puntos de clase por felaciones y violaciones grupales, en parte quizás simuladas, que tienen millones de visualizaciones.
Hace afirmaciones muy contundentes y ciertas: “si hemos llegado hasta aquí y no hacemos nada somos cobardes y miserables”. «La culpa no es de los adolescentes sino nuestra porque los hemos abandonado». «Han fallado las familias, el sistema educativo, un marco legal inexistente y la acción de las empresas que se lucran sin escrúpulos». Añade «necesitamos ayuda, regulación y nos han dejado solos». Y añade otra verdad como un templo: “¿la culpa es también de todos los hombres adultos que siguen haciendo un uso ensuciador del porno” (quizás hay un uso que no sea de ensuciador?). Y pone el ejemplo de un padre de la escuela que envía porno a otros padres con quienes no tiene una especial confianza. Y se pregunta cómo quieren que vayan las cosas con padres así.
El problema de este discurso que contiene afirmaciones muy ciertas es su relato final: «es necesario exigir un porno ético y de pago». Si ésta es la solución, ya podemos plegar.
Primero, porque como ya hemos dicho el porno de pago es el gran negocio de la red, por tanto, ya existe y no sirve para disuadir de la entrada. Y después porque no existe pornografía ética. O es o no es. Y éste es el problema de fondo que bloquea todas las medidas legales y que ha hecho que la situación sea que el 62,5% de los adolescentes de 13 a 18 años hayan accedido a contenidos pornográficos, esto significa una clara mayoría, y la Agencia Española de Protección de Datos ha alertado de que la media de acceso se sitúa ya en los 8 años.
También ha advertido que la pornografía es la puerta de entrada a ciberasset, el séxting, el grooming, la sextorsión y otras formas de explotación sexual online. La mayoría de jóvenes, el 80%, considera que la pornografía influye en la forma de entender y practicar el sexo y el 73% que contribuye a comportamientos sexistas. Casi el 30% de los jóvenes referidos acceden al menos 1 vez a la semana a páginas pornográficas. Y el 25% de los mayores de edad, los adultos, han consumido pornografía en los últimos 12 meses según el CIS, claramente más los hombres (38%), pero también cada vez más entre las mujeres (12%).
El grosor de población que concentra esta práctica, 44%, se sitúa entre los 18 y 24 años. Mientras que los que hacen un menor uso son los mayores de 65 años con un 7%.
La radiografía es clara y la legislación también porque hay poca y no se aplica. Teóricamente, la ley orgánica de garantía integral de la libertad sexual de septiembre de 2022 protege sobre esta cuestión. Pero no se ha movido una hoja de papel para transformar las declaraciones de la ley en una política concreta. Sin embargo, es que también, desde el punto de vista de la pornografía, es papel mojado otra ley orgánica muy anterior, de 1996, que establece la protección jurídica del menor a la vez que el propio Código Penal también determina penas de prisión y multa para aquellos que vendan, distribuyan, exhiban o faciliten por cualquier medio material pornográfico. Pero si ustedes saben algún caso que esto haya servido para actuar contra las webs que dan acceso a los niños y adolescentes que levante la mano porque nuestra convicción es que el resultado es que ninguna.
La cultura de los gobiernos de Cataluña y España, y también la dominante en el ámbito mediático, bloquea una acción real contra la pornografía porque, por lo que hemos apuntado antes, no es un problema para los adultos aunque son ellos los que contaminan a los niños y creen que hay un porno sano.