«Agua, sol y guerra en Sebastopol». Según se dice, éste era un dicho popular entre los agricultores castellanos de mediados del siglo XIX, y resumía las condiciones para que España pudiera exportar con éxito sus cereales, menos competitivos que los cultivados en las fértiles llanuras ucranianas.
Por aquellos tiempos, los agricultores nunca habrían podido imaginar que casi dos siglos más tarde en Europa habría una entidad supraestatal que intentaría darle la vuelta a la situación, y evitar que un conflicto bélico en Sebastopol (en la ocurrencia, Ucrania en su conjunto) tuviera efectos secundarios beneficiosos para los productores europeos.
Y he aquí que esto es precisamente lo que puso en marcha la Unión Europa hace unos meses.
A pesar del descenso de la producción de cereales ucranianos a causa de la guerra, la Unión Europea autorizó la entrada en su territorio de millones de toneladas que necesitaban una ruta de exportación alternativa después de que Rusia bloqueara militarmente el Mar Negro.
Sin embargo, como el grano ucraniano no sólo circulaba sino que en buena parte se acababa vendiendo a los estados miembros de la UE, distintos gobiernos de los países del Este declararon la intención de prohibir por su cuenta la importación de los cereales provenientes de Ucrania.
La consecuencia ha sido que la Comisión Europea, que dispone de la competencia sobre el comercio internacional por delegación de los estados miembros, debe defender a Polonia, Hungría y Eslovaquia ante la Organización Mundial del Comercio, porque Ucrania ha denunciado a los tres países.
Se trata de una incoherencia más de la política europea hacia la guerra de Ucrania, que la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, generó cuando autorizó las importaciones de cereales esgrimiendo la solidaridad europea hacia Kiev, y sin tener en cuenta, como ya va siendo un clásico en la guerra de Ucrania, los problemas que la decisión generaría dentro de la propia UE.
Las instituciones de Bruselas han puesto el grito en el cielo contra el «egoísmo» de los países del este, que son, por otra parte, los que más ayuda han aportado a Ucrania en comparación con su tamaño, tanto en el ámbito puramente militar como en el de la acogida de millones de refugiados de guerra.
Las tensiones en el seno de la Unión empezaron el pasado abril cuando un grupo de países «de primera línea», liderados por Polonia, impusieron prohibiciones unilaterales a los cereales venidos de Ucrania después de que sus agricultores se quejaran de que les resultaba imposible competir contra el producto ucraniano.
Una posición que además es consistente con la política comercial europea, que en tiempos normales debe velar por evitar los abusos y distorsiones en el mercado único, como podría ser el efecto «dumping» producido por el alud de grano ucraniano.
Se trata, pues, de una nueva fractura entre los países europeos occidentales, más ricos y menos afectados por la guerra, y los orientales, incorporados más recientemente en el blog y que más temen por las consecuencias del conflicto.
Diferentes gobiernos de los países del Este declararon la intención de prohibir por su cuenta la importación de los cereales provenientes de Ucrania Share on X