El fútbol femenino se ha convertido en un deporte lleno de conflictos. Los entrenadores de los equipos duran un visto y no visto, las revueltas en los vestuarios son frecuentes. Y ahora, una vez más, ha estallado uno por razones económicas. Las futbolistas han decidido ir a la huelga y no empezar la liga que se iniciaba hoy. Al menos las dos primeras jornadas quedan en vilo.
El acuerdo al que habían llegado es relativamente reciente, de febrero del 2020, y significaba la profesionalización del fútbol femenino. Establecía unos mínimos de remuneración y una serie de ventajas de carácter social. El carácter tan especial de esta práctica deportiva por parte de las mujeres, digna de un análisis con mayor profundidad, supuso que la firma del acuerdo se hiciera nada menos que en el Congreso de los diputados, en un acto multitudinario. Ningún deporte masculino o femenino para establecer un acuerdo profesional, ha tenido un marco tan magno. Como si se tratara de un asunto de interés del propio Estado.
Sin embargo, el acuerdo ha durado poco y ahora, después del campeonato del mundo, las diferencias por las retribuciones económicas se han reproducido. Las jugadoras reclamaban un salario mínimo de 30.000 euros al año, mientras que los clubs ofrecían 18.000 euros. Ahora, ese salario mínimo está en 16.000. La reclamación, por tanto, radicaba en un aumento de casi el 100%. Luego han ido aflojando y al final se conformaban con 25.000 euros de salario mínimo, lo que significa que hay jugadoras que cobran mucho más. Mientras los clubs han llegado a la mejora hasta 20.000. Como no ha habido acuerdo, se acabó el juego y anuncian huelga.
Sin embargo, hay que decir que esta huelga no está del todo garantizada porque hay clubs que afirman que jugarán igualmente. Por ejemplo, la Unión Deportiva Tenerife ha dicho que jugará contra el Sevilla porque la mayoría de las jugadoras no quieren hacer huelga y las que les puedan faltar se cubrirán con el filial. De hecho, son bastantes los clubs y jugadoras que no están por ese camino y la razón es muy evidente. Es económica.
Durante la temporada 2021-22 el fútbol profesional femenino generó poco más de 18 millones de euros de ingresos y gastó más de 38 millones. Prácticamente 20 millones de pérdidas, tantas como ingresos. Por tanto, el desequilibrio de caja es extraordinario y además afecta sin excepciones a todos los clubes e incluso alguno de ellos experimentó pérdidas de 1 millón.
Las ayudas del Consejo Superior de Deportes, que depende directamente del gobierno, no compensan las diferencias. Por ejemplo, arbitrar un partido cuesta 14.600 euros que deben sufragar los dos clubs contendientes. Los equipos femeninos que son filiales de grandes clubs como el Barça, el Real Madrid o el Atlético de Madrid, no tienen un problema de vida o muerte, porque los beneficios que da el fútbol masculino permiten compensar estos déficits. El problema lo tienen los de menor dimensión y sobre todo los clubs creados para jugar sólo mujeres; en otros términos, los principales perjudicados por las reivindicaciones económicas del nivel que se hacen son los clubs 100% femeninos, porque no tienen dónde meter mano para cubrir los gastos. Es una gran contradicción.
Es muy llamativo que de todos los deportes, el fútbol femenino sea el que presente este nivel de conflictividad. Desde prácticas de equipo muy consolidadas entre las mujeres, como el baloncesto, el voleibol, el balonmano, u otras mucho más recientes como el rugby, nunca han presentado este nivel de conflictividad. ¿Y qué decir del atletismo femenino que lleva décadas y décadas de presencia notoria y en muchos casos de éxito sin que fueran noticia por el conflicto y el enfrentamiento?
¿Qué tienen los vestuarios femeninos de fútbol para marcar esa diferencia con las demás prácticas deportivas? La respuesta es muy concreta. Este deporte ha quedado encauzado como un instrumento al servicio de las políticas del feminismo de género. Esto ayuda a entender la relevancia mediática de sus conflictos, o el porqué un acuerdo de carácter profesional se escenificara con gran ceremonia en el Congreso de los diputados. Y como ocurre con otras cuestiones que quedan politizadas por esta ideología, el conflicto es la consecuencia inmediata y el deporte que practican, la víctima necesaria a medio plazo.