París, y en particular el Quai d’Orsay, sede del ministerio de asuntos exteriores francés, no estaba preparado para la mala noticia. Pero el general Abdourahamane Tchiani confirmó en un discurso el viernes 28 de julio haber depuesto al presidente electo de Níger, Mohamed Bazoum.
En otro contexto, se podría simplemente tratar del enésimo cambio de sillas en el palacio presidencial de uno de los países que conformaban la llamada Françafrique, los antiguos territorios coloniales franceses que, habiendo llegado a ser independientes, mantuvieron estrechos vínculos con la antigua metrópoli.
Pero en las actuales circunstancias de expansión de la presencia rusa en el antiguo imperio francés, el golpe de estado en Níger, un vasto país sin acceso al mar situado en el cruce entre Libia, Argelia y Nigeria, ha tomado un aire mucho más dramático.
El general Tchiani, ex-jefe de la guardia presidencial del presidente depuesto Bazoum y nuevo hombre fuerte del país, ha justificado su golpe de fuerza esgrimiendo «la degradación de la situación de seguridad» que atraviesa Níger, bajo la amenaza creciente de la violencia de los grupos islamistas. Tchiani ha anunciado tomar el cargo de «presidente del consejo nacional para la salvaguarda de la patria».
Bazoum era un personaje que tenía numerosos enemigos en el seno del ejército, y había tenido que imponerse para asumir la cooperación militar con Francia y Estados Unidos.
De hecho, Níger se había convertido recientemente en un bastión prooccidental en la complicadísima región del Sahel, la franja comprendida entre el desierto del Sáhara en el norte y África ecuatorial en el sur. 1.500 soldados franceses se encuentran todavía desplegados.
Efectivamente, París y Washington han ido progresivamente perdiendo el favor de los países de la región, salpicados por la amenaza yihadista y por un subdesarrollo crónico.
Los problemas relacionados con la seguridad y el islamismo son particularmente graves desde principios de la década pasada, cuando el régimen libio de Gadafi se derrumbará con la ayuda militar activa del Reino Unido y Francia. Desde entonces, la inestabilidad se ha acentuado a lo largo de toda la banda saheliana, con un notable incremento de tráfico de armas, drogas e inmigrantes. El islam radical ha proliferado también con gran éxito, aterrorizando a las minorías cristianas y atacando a los pobladores sedentarios.
Las fuerzas francesas, en los últimos meses, han tenido que retirarse de Mali y Burkina Faso (respectivamente en 2021 y 2022), los vecinos occidentales de Níger afectados por los mismos problemas, después de que sus gobiernos también cayesen. Con el golpe de estado en Níger, la misión antiterrorista en el Sahel iniciada por París en el 2013 tras lograr frenar la progresión del yihadismo en Mali se encuentra más que nunca comprometida.
Todas estas circunstancias han animado a Rusia a introducirse poco a poco en la región, especialmente a partir de la crisis de Crimea de 2014. Como ya ha ocurrido en Mali y en Burkina Faso, los manifestantes favorables a la toma del poder del general Tchiani han enarbolado banderas rusas. Pese a ello, el diario francés Le Monde negó que hubiera signos de participación de la empresa militar privada Wagner en el golpe de estado de Níger.
Wagner se dio a conocer ante la opinión pública occidental por sus operaciones de apoyo a gobiernos africanos como el de la República centroafricana, donde interviene desde comienzos de 2018.
Precisamente esta semana ha tenido lugar en San Petersburgo la segunda cumbre Rusia-África, en la que han participado 47 países africanos y particularmente 17 jefes de estado. Moscú busca desde la crisis ucraniana de 2014 tejer nuevas relaciones diplomáticas para compensar en parte la degradación que han sufrido sus vínculos con Occidente y particularmente con Europa.
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