Europa no puede desentenderse de lo que ocurra en Extremo Oriente, y en particular entre China y Taiwán. Sencillamente, porque su economía es cada vez más dependiente de la del gigante asiático: el pasado año, China supuso casi el 21% de las importaciones del Viejo Continente, mientras que Pekín fue destinataria del 9% de sus exportaciones.
Este déficit comercial se ha ido incrementando paulatinamente a lo largo de la última década, pero se ha disparado desde el año de la pandemia tal y como muestran los datos de la Comisión Europea.
Además, la naturaleza misma de los bienes importados desde China a Europa ha ido evolucionando, desde bienes manufacturados de escasa complejidad como objetos de plástico y prendas, hasta productos tan complejos como automóviles eléctricos y paneles solares – desarrollados y fabricados de A a Z en China.
En un contexto de creciente tensión entre China y su principal aliado militar (y primer destino de las exportaciones europeas), Estados Unidos, Europa se está viendo arrastrada a un dilema de difícil resolución: ¿puede Bruselas seguir incrementando sus vínculos con Pekín sin poner en peligro a los que mantiene con Washington?
El vicepresidente de la Comisión Europea y Alto Representante de la UE, Josep Borrell, conocido por su postura que enfatiza el apoyo a Ucrania y el castigo a Rusia, encuentra en China su principal dilema.
Hasta ahora, Borrell ha hecho todo lo posible para mantener una postura de difícil equilibrio que intenta dejar claro que la preferencia de la UE es la cooperación con China, a la que considera un «jugador indispensable», pero que esto no influye en su postura hacia Taiwán, que debe poder escoger su propio futuro.
De hecho, la estrategia de seguridad de la UE publicada por el propio Borrell deja claro que Taiwán conforma, junto a Ucrania, el dúo de principales inquietudes europeas.
Sin embargo, como han apuntado expertos en política asiática, en la práctica Europa sigue viendo a Taiwán principalmente como un socio comercial. La acción política de la UE al respecto ha sido hasta ahora particularmente tímida.
Lo revelador en este sentido es que la postura de la UE, sea cual sea, no es un asunto que las autoridades taiwanesas consideren crítico. En Taipei se habla mucho más de los otros países de la región, como Japón, Corea, así como de Estados Unidos, que siguen siendo el principal socio (y de facto aliado) de la isla.
Una realidad que denota que la potencia económica combinada de los 27 Estados miembros de la Unión Europea, que la convierte en la primera economía mundial, se desvanece cuando se trata de hacer frente a un conflicto político.
Evidentemente, la cuestión de la disparidad de acción de los 27 ministerios de asuntos europeos de los Estados miembros, sumados a la del servicio diplomático que dirige el propio Borrell, añade complejidad y facilita que Pekín emplee tácticas del tipo «divide y vencerás».
Sin embargo, la razón fundamental de que Taiwán no cuente con Europa ante China es que el Viejo Continente se ha vuelto demasiado dependiente de Pekín como para dar marcha atrás, sobre todo ahora que las relaciones con Rusia han llegado a un punto de no retorno.
Estados Unidos, hasta cierto punto, pecó del mismo externalizando ellos también masivamente su actividad económica fabril al gigante asiático, pero a diferencia del Viejo Continente, conserva recursos más importantes para poder librarse de la dependencia china. Hoy Europa ha pasado de ser un actor capaz de influenciar a un actor ante todo influenciado.