Hay problemas importantes que los gobiernos municipales de las grandes ciudades, empezando por Barcelona, y la mayoría de los partidos políticos no consideran o en cualquier caso lo tratan con la boca pequeña. Uno de estos problemas es la bicicleta.
El gobierno municipal de Barcelona se ha dado cuenta, pocos días antes de las elecciones, de que las bicicletas son un escándalo al igual que los patinetes, por su invasión de aceras y paseos, y ha decidido prohibir totalmente su circulación por estos lugares. Pero atención, porque esta decisión es un simple anuncio y la tramitación en todo caso se haría con el nuevo consistorio, una vez pasadas las elecciones. Por tanto, podemos temer que sea, como tantos otros, un simple anuncio para intentar ganar votos haciendo emerger lo que hasta ahora ha sido ignorado.
La bicicleta es un factor útil como complemento a otros medios de transporte, sobre todo para la gente más joven. El problema radica en haberlo convertido en una especie de símbolo progresista que, por tanto, no es examinado de acuerdo con los datos, sino a partir de presupuestos ideológicos.
La primera cuestión a recordar en el caso de Barcelona es que, a pesar de los años y años de dar prioridad a la bicicleta, hacer kilómetros y kilómetros de carril bici, dotarlo de poderosas subvenciones a partir del Bicing, representa una proporción muy pequeña en el total de los desplazamientos. En todos estos años la cifra, según el Ayuntamiento de Barcelona, de los desplazamientos en bicicleta sobre el total eran en el 2019 del 2,5% y a estas alturas apenas representará el 3%. Esto considerando que el Bicing dispone de 6.000 bicicletas mecánicas y 300 eléctricas distribuidas en 420 estaciones por toda la ciudad y recibe una subvención municipal de 12 millones, por lo que los usuarios sólo pagan una tercera parte del coste real del servicio que es de 18 millones .
Pues sin embargo, el flujo de bicicletas privadas, su participación en el conjunto de los desplazamientos es mínima, 3%. Existe un claro desequilibrio provocado por la ideología entre la importancia que se le otorga y el alcance que tiene realmente. Por ello, en esta ocasión, los datos oficiales se dan sin separar la bicicleta de los desplazamientos a pie que éstos sí que son importantes porque representan casi el 42% del transporte más que el conjunto del transporte público. Por tanto, una ciudad equilibrada sería aquella que diera prioridad y facilitara este tipo de movilidad que es la mejor de todas.
La bicicleta, además, goza de otras ventajas. La utilizan por doquier, además del carril bici. La utilizan sin necesidad de conocer las normas de circulación. Esto hace que por desconocimiento o mala fe se produzcan numerosas infracciones que tienen normalmente como principal afectado al peatón, además de poner en riesgo al propio ciclista.
Circular en bicicleta no tiene ninguna exigencia. No debe llevar matrícula y, por tanto, si hay un incidente es difícil de identificar, ni disponer de un seguro obligatorio. Incluso, a diferencia del patinete, su usuario ha sido librado de llevar un casco, aunque no está escrito en ningún lado que los accidentes en uno u otro medio de transporte personal tengan efectos lesivos muy distintos.
Se trata en definitiva de otorgar carta blanca a los ciclistas porque son el futuro de la humanidad aunque sólo representen al 3% de los desplazamientos.
Es lógico que la cifra sea tan migrada, los estudios señalan que el ámbito que cubren es limitado. No va más allá de los 5 kilómetros o de los 25 minutos. Y si consideramos que hasta los 2 kilómetros por lo menos, el mejor desplazamiento es a pie, tenemos en la bicicleta un medio de transporte que tiene un rango de uso favorable muy pequeño, entre 2 y 5 kilómetros de distancia. Capacidad que además se ve limitada por factores como son las subidas, puesto que Barcelona es una ciudad de pendientes, las elevadas temperaturas cada vez más frecuentes, y por qué no, la lluvia, porque la sequía no será eterna.
La bicicleta se ha convertido en un símbolo ideológico de la progresía que genera una serie de externalidades negativas para el resto de la población que no pueden prolongarse en el tiempo. Es necesario favorecer su uso, pero con racionalidad y dentro de los límites, que garanticen la seguridad de todos, también para los ciclistas, pero sobre todo para la gente de a pie.
Es una paradoja que en una ciudad como Barcelona, que cada vez tiene una población más envejecida, en lugar de concebir la movilidad pensando en las personas mayores y las personas con limitaciones, lo que significa que cada vez tiene mayor importancia la silla de ruedas, estas exigencias crecientes estén totalmente obligadas y sólo se sepa gastar dinero en favorecer la bicicleta.
Hay que recordar como algo extraordinariamente positivo todo lo que a partir de los JJOO se hizo en Barcelona para garantizar la accesibilidad. Desde los vados, pasando por el acceso a los autobuses con las rampas, las estaciones de metro que cuentan con ascensor. Pero hace años, los del período Colau sobre todo, en los que la accesibilidad, al igual que el ruido, ha sido ignorada. Menos recursos para las bicicletas y más pensar en las personas mayores y en la silla de ruedas.