Es público y notorio que Barcelona vive azotada por una serie de problemas crónicos que se han convertido en críticos. La inseguridad y el desorden, la suciedad, la movilidad, la vivienda, la degradación de grandes espacios urbanos… Ahora hay que añadir un nuevo que ya está de manifiesto: la crisis de población.
De acuerdo con los últimos datos del Idescat de 2021 sobre la población en Cataluña, se confirma nuestro descenso demográfico. El saldo vegetativo, la diferencia entre nacimientos y defunciones, fue de -11.708 personas. El saldo migratorio interior tuvo como resultado otro signo negativo de –3.708 personas. Y sólo el saldo inmigratorio con el extranjero reportó un balance positivo de 23.270 personas. El resultado final es un aumento de la población de 7.951 personas y se pone prácticamente así fin al crecimiento total que se iba registrando desde 2015.
Cabe recordar, además de que antes de esa fecha los saldos totales eran negativos porque la crisis económica frenó la inmigración exterior que es lo que alimenta nuestro crecimiento demográfico. Este hecho representa que se está produciendo un proceso de descapitalización de la población porque perdemos habitantes formados en nuestro sistema europeo y desarrollado, sustituyéndolos por recién llegados con capacidades técnicas y educativas mayoritariamente muy inferiores. En estas condiciones, y esto se percibe en el mercado de trabajo, se puede constatar cómo existe abundancia de mano de obra barata que facilita el mantenimiento de bajos niveles salariales, al tiempo que hay fuertes tensiones en determinados capítulos de mano de obra especializada y bien formada. Es un pésimo camino para nuestro futuro.
En ese contexto, la evolución de Barcelona resulta extraordinariamente preocupante. El Barcelonés ha sido la comarca que más habitantes ha perdido, 4.719, seguida del Maresme con 1.157 y el Baix Llobregat y el Bages con cifras que no alcanzan los 500 habitantes. Esta sangría de población se manifiesta en la estructura de edades. Sólo el 14% de los habitantes del Barcelonés tienen entre 0 y 15 años. Es, pongamos por caso, el mismo nivel que algunas comarcas lejanas como Aran o Cerdanya, que todavía presenta unas características mejores. Deberíamos ir a comarcas históricamente despejadas como la Terra Alta, el Priorat, los Pallars o la Ribagorça para encontrar una proporción de gente joven significativamente inferior a la del Barcelonés. Ésta es una gran y preocupante paradoja.
En esta comarca básicamente Barcelona lo es todo, pero sus cifras son aún peores porque según el último padrón municipal en el 2021 se marcharon de la ciudad 133.327 personas. Es muchísima gente para una población de algo más de 1,5 millones de habitantes. Y pasaron a vivir 117.300. Básicamente inmigrantes extranjeros. El resultado es una pérdida de 16.027 personas que da una idea clara de la bajada demográfica de la ciudad.
Resumiendo: Cataluña pierde población por el balance vegetativo y por la emigración interior y gana por la inmigración del extranjero. Este fenómeno se da de forma más aguda en el Barcelonés, y ni siquiera la migración exterior consigue frenar la pérdida de población. Además, en el caso de Barcelona, la gente que se marcha es la de matrimonio jóvenes y de mediana edad con hijos, con lo que lo que el proceso de descapitalización y envejecimiento de la ciudad se acentúa.