El canal HBO tiene en emisión un documental excelente de David Trueba, «La Sagrada Familia», que es un repaso de las principales épocas de Pujol y de su actuación. Los dos primeros capítulos se dedican a su actividad hasta llegar al gobierno de Cataluña, y los dos siguientes a su trabajo como presidente de la Generalitat y, de una manera especial, al conjunto de problemas económicos que le han rodeado desde que reconoció que tenía una herencia fuera de España, equivalente a 600.000 euros actuales, y entregada por su padre en previsión de si algún día tenía problemas debido a su actividad política, como ya había sucedido en el pasado con su encarcelamiento.
Aquella herencia, finalmente hecha pública, nunca había sido declarada al fisco. Al respecto se añaden las sospechas, hoy judicializadas en un procedimiento que no parece tener fin, de que detrás de la figura del presidente hubiera habido una acción sistemática de su familia dirigida al enriquecimiento personal, de ahí el nombre de la serie.
El documental es francamente bueno. El fondo de archivo está bien escogido, articulado y narrado, y la multitud de personajes que logra reunir con declaraciones es algo más que notable. De Felipe González a Prenafeta, pasando por muchos de los periodistas que han escrito sobre Pujol. Aquí se hace notar el predominio de quienes proceden de El País, junto a quien fue durante muchos años director de El Periódico, Antonio Franco, que configuran un elenco crítico históricamente con Pujol y con todo lo que significaba.
También la presencia de los fiscales que dedicaron gran parte de su actividad a encausarle, José María Mena y José Jiménez Villarejo, sin conseguirlo. El resultado del conjunto es el que se debe valorar. Es equilibrado y expresa una buena aproximación de lo que ha sido la actividad de Jordi Pujol, de cuya visión no se determina ninguna perspectiva indulgente, pero tampoco incurre en la fácil culpabilización. De hecho, las imágenes con las que termina la serie dejan abiertas todas las opciones, que comienzan, como no puede ser de otra forma, por la presunción de inocencia. No solo del presidente, que parece ser la más evidente, sino la de todos o mayoría de miembros de la familia.
Este tipo de narración no ha gustado a todo el mundo, porque querrían en realidad un linchamiento de la persona de Jordi Pujol. Los odios que su figura ha generado y mantiene vivos, incluso en personas de comportamientos y apariencias templadas con otras cuestiones, es simplemente espectacular.
Es lógico que así sea porque estamos delante de una figura histórica, de uno de los grandes “hombres”, por utilizar el calificativo de Josep Pla, de la política catalana del siglo XX y por este hecho de períodos históricos mucho más amplios, y impulsor de un nuevo tipo de nacionalismo catalán, más adscrito a la figura de su creador en el Comunitarismo, que en el estándar nacionalista habitual.
¿Cómo medir la importancia de un personaje político sin caer en una excesiva parcialidad? Seguramente hay cinco factores que permiten determinarlo:
- La obra realizada.
- Las ideas, la concepción política que ha aportado y su posterior desarrollo; las ideas tienen consecuencias.
- Naturalmente, la gestión, lo que ha hecho en concreto y sobre todo las grandes decisiones y también en el día a día.
- La duración, porque es más fácil tener acierto si se gobierna unos pocos años que durante más de dos décadas expuesto en el escenario público.
- Y por último, el legado, lo que queda y que en buena parte servirá para ser recordado.
Aplicando estos criterios, los políticos catalanes del siglo XX (en las dos décadas del ciclo del tercer milenio no es necesario realizar ningún esfuerzo de diagnóstico porque no hay ninguno) son básicamente tres: Cambó, Prat de la Riba y Jordi Pujol.
Cambó estuvo muchos años al pie del cañón y fue un hombre polifacético, no solo político, aunque ésta fuera su mayor dimensión. Estuvo muy poco tiempo en el gobierno, concretamente en el de Madrid, e hizo un buen trabajo.
Prat de la Riba ha dejado un legado y una concepción impagable y también una obra ejemplar, pero desgraciadamente su vida fue corta.
Jordi Pujol puede exhibir niveles máximos en prácticamente todos los capítulos, favorecido por una cuestión esencial en política, su duración: más de 20 años como presidente de Catalunya. Esto ha hecho que su obra, ideas y gestión se multiplicaran. Y también que tuviera más posibilidades de error porque éste es proporcional al tiempo de exposición.
Sin embargo, es difícil encontrar a otro personaje con un haber tan sólido, si bien su legado presenta una debilidad y una importante sombra. La debilidad es que nunca se preocupó de forjarlo, más allá de que su gestión le comportara utilidad a corto plazo. Quizás sus memorias son la única excepción y, realmente, no están a la altura del personaje.
Por tanto, si los que vienen detrás no lo reconstruyen, el legado será una debilidad, no ya de Jordi Pujol, sino del mismo país, hacia uno de sus dirigentes que han pasado a la historia. La sombra es suficientemente conocida, y es la que señalábamos al inicio de este artículo, la que aborda “La Sagrada Familia” con un hecho incuestionable: se podrán hacer las presunciones que se quiera, pero está lejos de haberse demostrado, y la dilación del proceso judicial lo constata, ningún tipo de culpabilidad en la corrupción. Y en cualquier caso, a un hombre que pertenece a la historia positiva de nuestro país, lo mínimo que se le puede conceder es lo que todo el mundo tiene: la presunción de inocencia.
Y un excurso necesario: los grandes hombretones que han construido lo que hoy es Cataluña y los hombretones a secas, casi todos han procedido, si nos atenemos a aquellos cinco factores, de lo que convencionalmente podemos calificar como de derecha o de centro. Precisamente lo que hoy está desaparecido en Catalunya, un país políticamente habitado por una sola especie, las citadas izquierdas, o progresistas, como se desee. ¿Tiene alguna relación este hecho con el descenso catalán actual y su preeminencia pasada?