Desde el colapso de la Unión Soviética, las economías occidentales han prosperado, en buena parte, gracias a su inmensa ventaja tecnológica acumulada durante las décadas previas.
Lo que en principio eran innovaciones esencialmente militares se propagó rápidamente a la economía civil. No hay más que recordar que el antecesor inmediato del internet actual fue una red de comunicación de las fuerzas armadas norteamericanas, y que las tecnologías digitales encuentran con frecuencia su cuna en la electrónica militar.
Hoy, la economía occidental es esencialmente dependiente de la conectividad a Internet. Pocos saben que tras los aparatos Wi-Fi domésticos y las antenas de telefonía 5G y 4G se esconde una infraestructura terrestre y marítima extraordinariamente vulnerable y compuesta de millones de kilómetros de cables.
La amenaza es simple: si estos cables se cortan, internet deja de funcionar. Claro que el problema verdaderamente grave no es si el corte se produce en el hilo que lleva internet a un barrio o determinado pueblo, que serían las últimas ramitas del árbol, sino si sucede en una de las ramas más grandes o incluso en todo en el tronco.
Y el tronco de internet lo encontramos en los escasos cables submarinos que conectan los continentes entre ellos y que transportan el 95% del tráfico mundial, el 5% restante corresponde esencialmente a la conectividad por satélite, un sector todavía en pañales y que por último también necesita cables para asegurar el enlace terrestre.
Edward Stringer, general retirado del ejército del aire del Reino Unido, explica que en todo el mundo solo existen 200 cables submarinos, que tienen cada uno el diámetro aproximado de una manguera gorda y pueden transportar unos 200 terabytes de datos por segundo.
Stringer prosigue exponiendo que la mayoría de estos 200 cables convergen en una pequeña docena de cuellos de botella internacionales, donde el tráfico se agrupa. Estos puntos serían probablemente el talón de Aquiles más vulnerable de toda la economía mundial.
Nuestra economía digitalizada y descentralizada reposa en último término en un número increíblemente pequeño de lugares físicos cruciales
Paradójicamente, pues, nuestra economía digitalizada y descentralizada reposa en último término en un número increíblemente pequeño de lugares físicos, y por tanto físicamente destructibles.
Europa y Estados Unidos se encuentran además particularmente expuestos al riesgo de sabotaje, ya que emplean los cables submarinos de forma particularmente intensiva.
Un ejemplo banal: cada vez que alguien se conecta a su cuenta de correo electrónico Gmail desde Barcelona, lo está haciendo en realidad por información que atraviesa el Océano Atlántico en uno de estos cables submarinos, ya que Google almacena los datos en Estados Unidos.
Rusia y China , en cambio, tienen la ventaja de depender menos de los cables submarinos ya que ambos países forman parte de la masa continental euroasiática. Además, tienen muchas menos interacciones con los gigantes tecnológicos estadounidenses que se encuentran en ultramar.
Según explica Stringer, tanto Moscú como Pekín son conscientes de la vulnerabilidad física del internet occidental.
Rusia habría desarrollado barcos de investigación paramilitares con capacidad de transportar submarinos no tripulados para bajar hasta el fondo del océano. A nadie se le escapa que una aplicación de estos ingenios podría ser cortar cables o colocar explosivos sin ser detectados.
China también estaría explotando esta vulnerabilidad submarina de diversas formas. Una de ellas es colocando sus propios cables, un servicio que las empresas del gigante asiático estarían ofreciendo a precios particularmente competitivos.