En cuestión de meses, las principales autoridades económicas y financieras del mundo han pasado de hablar de la recuperación post-pandémica a declarar que es muy probable que la economía mundial entre en crisis.
Los últimos en añadirse a esta tendencia son el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, que han apuntado que las nubes negras se acumulan: crisis energética en Europa, incremento rápido y repentino de los tipos de interés y desaceleración de la economía china.
Curiosamente, hasta hace poco ellos mismos insistían en afirmar que la inflación era “transitoria”, que no debían preocuparse. Al menos queda todavía la excusa de la guerra de Vladimir Putin en Ucrania, pero lo que está ocurriendo con la inflación estadounidense demuestra que la situación actual no tiene tanto que ver con las contra-sanciones lanzadas por Rusia como Bruselas y muchos gobiernos europeos insisten.
La situación actual no tiene tanto que ver con las contra-sanciones lanzadas por Rusia como Bruselas y muchos gobiernos europeos insisten
El FMI se fue a dormir optimista y se ha levantado extremadamente pesimista. Ahora afirma que las perspectivas de las tres principales economías del mundo, Estados Unidos, Zona Euro y China, son profundamente negativas.
Por otro lado, todo indica que la fuerte subida de los tipos de interés de la Reserva Federal (el banco central de Estados Unidos) todavía no ha terminado, ya que se ha observado en septiembre cómo la inflación persiste a pesar de haber aumentado los tipos a una velocidad inaudita respecto a los últimos 40 años.
Esto contribuirá aún más a un frenazo en seco de la economía de la que ya empiezan a sentirse los efectos, con la producción industrial (índice indirecto PMI) que está consolidando su caída.
De rebote, el dólar ha recuperado su papel de valor refugio y se ha vuelto extremadamente caro incluso frente al euro. Para los países emergentes, que tienen cuantiosa deuda pública en esta divisa, la situación es aún peor que en Europa.
Los mercados financieros, como señala el Financial Times, se encuentran bajo la tensión más fuerte desde la primera ola del coronavirus en marzo del 2020. Un fenómeno que se caracteriza por una frenética actividad frente a la incertidumbre de un panorama global donde todo se ha convertido en frágil.
Muchos analistas señalan que dos eventos de carácter no-económico son las causas directas de la tormenta que se anuncia: la pandemia del coronavirus y la invasión rusa de Ucrania, que han reducido y por tanto encarecido la oferta económica.
En realidad el origen de la tormenta se sitúa más allá, en el excesivo gasto y la fiebre para endeudarse más y más
Sin embargo, si bien es evidente que ambos fenómenos han tenido un papel de catalizadores, en realidad el origen de la crisis se sitúa más allá, en el excesivo gasto y la fiebre para endeudarse más y más, tanto por parte de los estados como de las empresas y particulares. Todo ello ha sido posible por el dinero fácil. Había pues, subyacente, un grave desequilibrio respecto a la demanda, que estaba “dopada”.
Durante los últimos años hemos vivido en la situación excepcional de los tipos de interés negativos, donde endeudarse salía gratis o incluso suponía una ganancia monetaria, y creímos que este hecho tan poco racional podría perpetuarse.
Desde este diario, por cierto, ya advertíamos hace más de un año del riesgo de sufrir una inflación que durara en tiempo y que nos condujera al colapso de las finanzas públicas y de la economía en general, causada por la combinación de un gasto descontrolado y por una política monetaria excesivamente generosa.
El dinero fácil y la fiebre del endeudamiento (sumados a otros muchos desequilibrios sociales y económicos, como el del mercado de la vivienda) son pues las causas últimas de la crisis mundial que ya ha comenzado, y un problema estructural que encontramos desde de China (donde la burbuja inmobiliaria parece estar explotando a cámara lenta) hasta Estados Unidos, pasando por Europa.
Por último, la economía mundial sigue arrastrando muchos de los problemas que nos condujeron a la crisis financiera de 2008, y que en Europa tuvo tan nefastas consecuencias.
Pero en vez de dirigir el problema de fondo, la solución de entonces fue seguir endeudándose. Era cuestión de tiempo, y no de un Covid o de un Putin, que la crisis se repitiera. La peor noticia es que esta vez nos golpeará todavía con mayor fuerza porque tanto los estados como en muchos casos las empresas y las familias nunca han saneado verdaderamente sus finanzas, haciéndolas aún más frágiles que entonces.